Corría allá por el año 1968 cuando se estrenó el programa «Un millón para el mejor» en TVE. Presentado por Joaquín Prat que, poco después, fue sustituido por Jose Luís Pécker. El millón, claro está, era de pesetas. Una cantidad escandalosa para la época y que causó una gran sensación social. Apenas duró año y medio en pantalla, a pesar de que solo existían dos canales y la competencia por el share era nula. Quizá ese millón acabó pesando demasiado en las arcas públicas de aquellos años convulsos de la última etapa de la dictadura.
Casi seis décadas más tarde, el millón —ahora son euros— vuelve a estar en entredicho en el famoso premio Planeta que se falló esta semana como cada año. Y más allá de los nombres, de nuevo y no es la primera vez que se produce, hay un gran revuelo con el resultado y una áspera polémica por la obra elegida. Un debate bastante inútil, por otra parte, del que ya casi prefiero no participar salvo con alguna pincelada como esta. Además, a mí no me resulta sorprendente, como saben las personas que me conocen y a las que hace un año les anuncié en foro público quién sería el ganador de este año con nombre y apellidos. Lo hice, probablemente, incluso antes de que escribiera la novela.
No hacía falta ser un gran gurú. Con conocer la lógica del mundo editorial actual era suficiente. Más aún considerando los antecedentes de la última etapa de este y otros premios similares. Como usted, querido lector, que es sagaz habrá comprobado, no lo llamo premio literario. Solo premio. Y lo hago no por descuido, sino porque en mi opinión es así. Un premio que se otorga por diferentes razones que, a buen seguro, nada tienen que ver con la literatura, aunque sí con el mercado editorial y la venta de contenidos —contengan lo que contengan siempre que se venda—.
Sin entrar a juzgar a ningún ganador anterior ni al actual, les diré un secreto. Con las plataformas televisivas de los ganadores y los masajes en prime time de los presentadores e invitados, a mí también me darían el Planeta el año que viene, y a usted también, incluso sin que tuviera que escribir nada y mucho menos una novela. De hecho, podría llenar de letras unas 200 páginas de forma aleatoria en un fin de semana, decirle a alguna IA que las mezclara de forma legíble y con eso sería más que suficiente. Un millón para el mejor. Teniendo en consideración que hay cada vez más espacios donde «el mejor» no solo no significa nada, sino que podría apuntar a lo contrario.
Les decía que para acertar basta con comprender. El Planeta es una operación de marketing comercial de una empresa privada que nada, o casi nada, tiene ya que ver con escritores y literatura. Su negocio es la venta de contenidos, sean en el formato que sea. El Planeta es una fiesta con visibilidad global por y para el grupo mediático. Con la tendencia a usar, al menos en las últimas ediciones, directamente a sus propios grupos de interés. ¿Para qué buscar fuera si pueden usar a empleados o proveedores de contenido? Lo que contenga el paquetito de 20 euros en forma de libro es, a la postre, lo de menos.
Ya pueden ir haciendo la quiniela para las próximas dos ediciones. Algunas sugerencias que les ofrezco para las casas de apuestas: Vicente Vallés, Carme Chaparro o, en el summun del choteo supremo, el mismísimo Monaguillo. Usted y yo, estimado amigo, tendremos que esperar sentados a tener primero unos millones de audiencia en alguna tele…
Está todo dicho, estimado amigo.
Usted lo ha dicho.
Lo de siempre, manda el Dios dinero.
Tengamos la esperanza de que hay otros mundos para las letras.
Excelente análisis. Estoy a favor de que una empresa privada se promocione y se gaste su dinero como quiera, pero no de que lo haga vendiéndolo como algo que no es.
Está claro. El juicio ético es el que debería hacer el público.
Miguel Ángel:
Que razón tienes, tomo nota para próximos años . . . .
No te desanimes.