La pescadilla que se muerde la cola

          Recientemente, El surcoreano Byung-Chul Han al recibir el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025, hacía hincapié en parte de su teoría política. Han cuestionaba (y cuestiona) la democracia actual, argumentando que, sin valores como el respeto, la confianza y la responsabilidad, se convierte en un ritual vacío y a menudo dominado por la autopromoción. Es difícil no estar de acuerdo con Han a la luz de lo que vemos a diario. La política como instrumento no del servicio a la sociedad, sino como herramienta para la humillación del pueblo a través del saqueo moral y económico en favor de grupos que, con demasiada frecuencia, no son más que mafias criminales.

          Han es crítico también con las contradicciones del capitalismo, pero hace un ejercicio de contorsionista solo comprensible de forma teórica conceptual. Defiende que la persona en el modelo liberal se convierte en un individuo auto explotado. Y que «hemos pasado de una sociedad disciplinada a otra basada en el rendimiento. Esta nueva sociedad, impulsada por el capitalismo neoliberal y el exceso de positividad, lleva a los individuos a ser su propio verdugo». No sé si a usted le ocurre como a mí, pero al leer esto empiezo a dudar acerca de cuál de las dos Coreas procede el señor Han en realidad, aunque en su pasaporte diga que es surcoreano.

          Lo cierto es que Han parece no tanto estar contra el capitalismo o el liberalismo, como añorar un estado de vida más bien contemplativo. Una sociedad donde el exceso de transparencia no sea la norma, como ocurre con la actual. Por ello, defiende que las redes sociales lejos de contribuir al desarrollo social, saca lo peor de nosotros. Y es cierto, baste con pasarse por X y ver el perfil español del ministro gorila, o las decenas de miles de cuentas bot pagadas por el gobierno para difundir fakes, odio, y confrontación.

          Han apunta a que un modelo ético debía regular estas cuestiones. Lo que faltaba pensaba yo: una regulación pública de la cuestión ética. De hecho, algo me suena el postulado. ¿Recuerdan aquello del ministerio de la verdad? Que locura sería poner en manos del trastorno patológico la posibilidad de acabar con sus efectos perjudiciales. Sería como inventar un remedio para hacer que el resfriado cure la fiebre y el malestar general: una entelequia.

          La libertad solo deviene del individuo, nunca las sociedades reguladas o planificadas como en el socialismo han sido felices. La prueba la tienen en que por alguna razón ningún país social comunista ha recibido oleadas de gentes en busca de la prosperidad y la libertad, mientras que muchos, en sentido contrario, se dejaron la vida intentando escapar sin nada de aquellos muros que encerraban una vida más que asfixiante.    

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