Los aficionados al ajedrez habrán deducido por el título, defensa india de dama, que los 2 minutos de letras para el café de hoy van de ajedrez. O, para ser más concretos, de la utilidad del ajedrez en diferentes contextos como el social, entre otros. La defensa india de dama es una de las más conocidas en ese juego de estrategias en el que las fichas son colocadas, movidas e incluso sacrificadas para preservar la vida del rey que, a la postre, es el único que importa.
Claro que el rey, como no podía ser de otra manera hasta que se imponga la obligación de un ajedrez con dos reyes, tiene a una dama junto a él. Esta sí puede caer en la contienda, pero no es nada sencillo, se trata de una pieza clave que al ser derribada hace tambalear el tinglado del que forma parte si no es que lo convierte en inviable y propicia a la postre la caída del rey. Esto es así porque la reina tiene una gran capacidad de maniobra: se conchaba con otras piezas, las cobra a destajo por todas partes y se esconde tras una maraña de peones.
La defensa india de dama se basa en los flancos, no en ir de frente ni mucho menos, sino en la cautela que proporciona el actuar de perfil poniendo por así decir, el lado bueno de la cara a la vista del resto del tablero. Esto se consigue colocando a los alfiles en flanchetto y enmarañando el centro de la jugada con piezas menores que anuncian movimientos falsos, o incluso son inmolados para proteger la caza mayor.
En algunas partidas, la situación es tan comprometida que el rey se enroca, como si se retirara durante unos días en su torre levantando un muro entre él y el resto de la contienda. Allí dispone de un tiempo de asueto libre de invectivas de las fichas del contrario, mientras dispone nuevas maniobras en favor de su amada e imprescindible reina. Suele ser este el período en el que plantea la defensa numantina: defensa tenaz de una posición hasta el límite se dice, a menudo en condiciones desesperadas.
No obstante, cuando el planteamiento no es bueno y los movimientos realizados son reprobables hay poca defensa. Los caballos del contrario acaban flanqueando las defensas, mientras la infantería barre tanto peón engordado con casillas engañosas. La reina, por mucho que se esconda, si no sabe reconocer sus fallos y rectificar acaba cayendo y, tras la torre escondido, al rey solo le deja la alternativa de hacerse el harakiri o de esperar el alivio que le proporcione el rey opuesto con una daga quitapenas.