TIA: Tonta inteligencia artificial

          No deja de sorprenderme lo inteligentes que son los motores de rastreo en la red, la IA y los algoritmos de identificación de preferencias según mis movimientos internautas. La habilidad extraordinaria que tiene la tecnología para conocerme, identificar mis gustos  y preferencias, o mis desviaciones inconfesables e incluso adyacentes a las más peligrosas conspiraciones. Todo lo que hago deja un rastro virtual que me delata, me descubre y me deja con la patas colgando.

          Ayer, sin ir más lejos, comencé a recibir anuncios y sugerencias para alquilar un trastero guardamuebles en Oxford (UK), después de que media hora antes me ofrecieran un apartamento de lujo en Oxfordshire a un precio de ocasión. Incluso me llamó una amable comercial, que en inglés y con afectada voz británica, deseaba ampliarme información sobre inversiones en la zona. Mantuvimos una breve conversación sobre las bondades de la vida en Headington, y las peculiaridades de sus famosos pubs.

          Hará algo así como un mes comencé a recibir ofertas y notificaciones acerca de yates en venta en Coral Gable (Miami), con fotografías de auténticas maravillas. Se ve que, de momento, lo único que el Big Data y la IA no han logrado situar en su punto correcto es el nivel de mi patrimonio, que ni de lejos, alcanzaría todo junto para un yate de lujo. Me complace que se me tenga en consideración, no obstante, por si en algún momento me toca la mano de la diosa fortuna.

          Pensaba esto porque se me ocurrió lo divertido que es engañar a la máquina. Digamos que basta con dejarles las miguitas de pan en un camino alejado de nuestros intereses. Las palabras introducidas en los buscadores tienen el sonido de las notas de la flauta de Hamelin. En la tele ocurre lo mismo, y según vas eligiendo canales en Netflix, por ejemplo, las guardan en el histórico para ofrecer lo que según ellos te gusta ver. Si alguien quiere gastar una broma que use el perfil de su pareja cuando no esté en casa y ponga películas porno. Así tendrá un motivo para pedirle explicaciones la siguiente vez que entre en su perfil para ver una peli juntos y le sugieran a Manolo el Mandinga con un nivel del 100% de match.

          Yo me lo paso bien mientras escribo algún capítulo nuevo de mi próxima novela. Navego como hacen la mayoría de escritores por los escenarios reales donde se desarrolla la acción. Visito restaurantes, busco extravagancias que son del agrado de mis personajes  por cualquier parte del mundo. Luego dejo de escribir y ya veo a esa inteligencia artificial con sus super poderes preparándome la oferta de productos y servicios que algunos incautos van a pagar para ofrecerme su publicidad en el escritorio de mi Mac.     

           

El factor X. Serie de post «the missing link» 4.

          El factor X podría ser el nombre de una nueva crema cosmética sin ningún problema. Una de esas que por 100 euros la ampolla promete rejuvenecer el cuero envejecido de los bolsillos mejor acomodados. Recuerdo, hace quizá unos 10 ó 15 años, en el aeropuerto de Singapur, los precios de una conocida marca de cremas milagrosas para el cuidado del rostro. Tuve la sensación de que el precio, en realidad, lo marcaba el envase de lujo y la parafernalia que lo envolvía al margen de las supuestas bondades del potingue.

          Sin embargo, como ustedes saben yo no me dedico a la cosmética, por eso el Factor X al que me refiero es algo muy distinto a las cremas o los shows televisivos. Que su apellido sea el símbolo que usamos para nombrar una incógnita no es casual. La únicas certezas de las que disponemos son su existencia y el hecho de que cada vez podría estar más cerca de convertirse en una problemática realidad sanitaria a escala global. Entre las muchas amenazas del ecosistema que acechan a la especie humana, el Factor X puede ser un verdadero cisne negro.

          Hoy vivimos en un ecosistema que poco tiene que ver con el existente en la época de los denisovanos hace 50000 años. Unos primos de los Neardentales, según publicó la revista Nature en 2010, cuyos últimos vestigios fueron encontrados en una cueva en Denisova, en Siberia. Si bien es cierto que coincidieron en el tiempo con el Homo Sapiens, no prevalecieron. Lo que no es de extrañar dado que en plena era glaciar las condiciones de vida por entonces no debían propiciar un futuro alentador.

          Se desconoce si la causa de su desaparición se debió, precisamente, a nuestros primeros descendientes. Después de todo, el ser humano que hoy somos ha prevalecido colonizando el planeta y sus recursos y eliminando las alternativas que presentaban otras especies competidoras. En esto somos tan animales como cualquier otro ser vivo. Lo que desconocemos hoy es el riesgo que conlleva la fauna viral y microbiana que también quedó enterrada en el frío siberiano de entonces. 

          Sea como fuere, ahora estamos desenterrando restos fósiles gracias a un clima que derrite capas de hielo de aquella época. Estamos encontrando pequeños restos de huesos de aquellos habitantes del planeta de un tiempo remoto. Y convendría considerar la incógnita que nos proporciona la existencia del Factor X, y si su aparición nos sumirá a la humanidad actual en un largo período de hibernación. Como todo el mundo sabe la curiosidad mató al gato.

La pandemia del tiempo

          El día y la noche se suceden cada seis horas desde que empezó el año: cuatro amaneceres y cuatro crepúsculos. Al principio, no le dimos importancia ocupados en las tareas cotidianas, pero pasan los días y ocurre en todo el planeta.  Algunos científicos dicen que se debe al efecto del cambio climático, D. Trump apuesta por una maniobra china y la necesidad de bombardearlos, Bunbury y Miguel Bosé aseguran que es un efecto visual provocado por las vacunas. A la mayoría de las personas, al principio, les daba lo mismo ver o no ver. 

          Seis horas de luz seguidas de seis de oscuridad. El misterio, aseguran los primeros estudios geofísicos, se debe al aceleramiento de la Tierra a la que parece que le han entrado unas tremendas prisas por llegar a ninguna parte. Quizá solo es una maniobra del planeta para deshacerse de la humanidad, como mi perro labrador, Warren Sánchez, que se libra de las gotas de agua cuando sale de la orilla de la playa a golpe de carreras y sacudidas.

         Les cuento esto porque se acaban de publicar los primeros resultados de laboratorio. El envejecimiento de unos ratones desde que empezó el año: en vez de vivir un mes solo duran una semana. Su tiempo, también se ha acelerado por cuatro, y sus días solo duran seis horas. Los médicos comienzan a sospechar que el incremento de patologías crónicas y las muertes por enfermedades propias del envejecimiento se deben a que nos hacemos mayores cuatro veces más rápido. El mundo está quedándose sin mayores. Dentro de unos años los jóvenes de veinte tendrán la edad biológica de ochenta.

          Dicen los expertos que la humanidad se ha quedado sin tiempo. Que nuestra especie está condenada a vivir apenas un par de décadas desde que nacemos. En ese tiempo tiene que desarrollarse, amar, innovar y asegurar la supervivencia de la siguiente generación. Es la única posibilidad de sobrevivir a la pandemia del tiempo. Quienes ahora somos mayores y ya notamos cada día como nos pasa una semana por encima tenemos la obligación de preparar a nuestros descendientes. Un nuevo vertiginoso mundo en el que el valor de la vida sea cuatro veces mayor será muy exigente.

          Hemos empezado a centrarnos en lo importante. Mientras más rápido corre el tiempo más cae la super producción y la contaminación por falta de adaptación y de consumidores. A nadie le interesan las guerras porque son innecesarias ya que las conquistas no sirven a quien las consigue. Cada veinte años el reemplazo de todos los humanos por sus hijos, y así sucesivamente, deja poco margen a la codicia, la maldad, el hedonismo o la acumulación de riquezas. Desde que vemos salir el sol cada seis horas todo ha cambiado: la luz intermitente nos recuerda lo efímeros que somos, y que salvo para amarnos por un instante los unos a los otros, no hay tiempo para nada más.    

El gusano definitivo. Serie de post «the missing link» 3.

          Cuando me enteré de que en Siberia habían descongelado un gusano con más de 45000 años y que seguía vivo, me entraron nuevas dudas acerca de qué es la vida. Han leído bien: 45 milenios. Ustedes, como yo, quizá se pregunten cómo carajo lo ha hecho ese bicho. Quédense con este término: criptobiosis. Palabrota que yo no había oído hasta entonces, y que viene a ser un proceso que pone el metabolismo de los seres vivos en suspensión hasta el punto de que el animal parece estar totalmente muerto.

          Yo no había escuchado nada parecido desde el experimento teórico de Schrödinger, pero no se trataba de un microscópico gusano, sino de un gato entero de tamaño estándar. El caso es que a pesar de lo mucho que dio que hablar aquel dilema, ahora parece que sí se puede estar vivo y muerto a la vez. Por lo menos, en forma de gusano, pero no solo, como les contaré en el siguiente post de la serie «themissinglink».

          Este nuevo hallazgo se produjo cerca de un remoto lugar donde está la puerta del inframundo: Sajá-Yakutia, una de las regiones más inhóspitas de Rusia. Allí el permafrost se está derritiendo como un helado de nata en Matalascañas cualquier día de agosto, desvelando la Historia del planeta. La sorpresa es que parte de esa Historia parece seguir viva, o ser capaz de volver a la vida, como se prefiera.

          Este tipo de descubrimientos pueden ser una oportunidad. No sé muy bien con qué objetivo, pero por ejemplo, podría servir para los estudios genéticos o de longevidad. Ignoro si a usted le mola la idea de vivir 45 milenios, la mayor parte de ellos congelado junto a la merluza en el arcón de su casa a la espera de una Navidad futura. Nunca se sabe. 

          También tengo claro que representa una amenaza, no ya por el pequeño detalle de que cuando se descongele el permafrost y libere todo el carbono y el metano que contiene nos vamos a reír un montón en el infierno. Antes de eso, aunque ya está ocurriendo, una gran cantidad de animalitos que llevan eones echándose un sueño fresquito se van a despertar, a la vista de lo que está ocurriendo. Y sí, quizá usted ya lo ha adivinado: no estamos preparados para una amenaza desconocida de ese tipo. 

          

No cabemos. Serie de posts «The missing link» 1

          No se puede llenar un vaso de agua que ya está lleno, o eso dice la Ley del vacío. A mí también me lo dice el sentido común y la experiencia personal, sin necesidad de normas ni postulados. Las perogrulladas no necesitan ser explicadas casi nunca. La única excepción es cuando la evidencia alcanza un tamaño tan enorme que no se puede abarcar entera con la mirada y, como resultado, no la vemos. Algo de esto ocurre con la población mundial. No cabemos todos los que seremos.

          Nos podemos apretujar más: que si échate para allá, recoge un poco las piernas o no pongas los codos en la mesa, pero poco más. La demografía engorda como esas bolas de nieve que se alimentan de lo que pisa mientras rueda y crece ladera abajo. La ves venir y nada puedes hacer para detenerla. Nada se puede hacer a estas alturas del siglo para que en 2050 no seamos 10.000 millones de seres humanos en el planeta. El doble que hace apenas unas décadas. Y, usted sagaz lector, ya se habrá dado cuenta de que la Tierra tiene el mismo tamaño que entonces, y  el mismo que hace decenas de miles de años cuando acaso éramos una pandilla de primates.

          ¿Y luego qué? Pues salvo que alguien se saque de la manga un planeta adicional, cosa poco probable, tenemos un problema. Para entonces, como ya se está anunciando, los ricos nos habrán abandonado en sus cohetes y naves espaciales pertrechados con sus sombreros de copa y sus puros habanos. A buen seguro se llevarán los toros de lidia para seguir con las corridas, las escopetas para cazar etés y las bodegas llenas de mollate en barricas de roble francés. Aquí quedará lo que ahora se ha dado en llamar «la gente», sin más. La gente a pelo y sin naves espaciales. El problema es que como ricos no hay tantos, yo no conozco personalmente a ninguno, deduzco que lo que es gente vamos a seguir siendo demasiados para un solo planeta.

           Dicen los pájaros de mal agüero que un nuevo episodio de extinción total es inevitable (ELE) –EVEN LINK TO EXTINCTION—. Ya saben, lo de los dinosaurios y el meteorito. Sin embargo, si uno lo piensa con serenidad esa solución no nos resuelve el problema. La solución para tratar una uña del pie incardinada en el dedo gordo no es la eutanasia por mucho que se arregle el problema. De modo que sí, la población seguirá creciendo y creciendo de forma descontrolada. Les doy un dato clarificador: en los próximos 27 años se duplicará la población africana de los 1.200 millones actuales a 2.500 millones y a finales de siglo se rozarán los 4.000 millones de personas en ese continente. ¿Se ve mejor así? Los europeos tendremos en el sur a unos vecinos con una población 10 veces la de Europa. Y es muy posible que necesiten lo mismo que cualquiera: seguridad y alimentos, e incluso bienestar.

          Como yo no estaré aquí a finales de siglo para ver ni contar nada, y no tengo recursos para construirme un cohete, me he metido en el garaje de casa. Estoy revolviendo cajas para ver si me puedo construir un DeLorean capaz de viajar en el tiempo como en «Regreso al futuro». En cualquier caso les iré contando de qué va la serie «The missing link», sin hacer espóiler de lo que aún no ha visto la luz.  

          

De la IA a la tiranía

          De la IA a la tiranía puede que exista un camino mucho más fácil del que podamos imaginar. No soy contrario a los avances, si es lo que usted ha pensado al leer  la primera frase o el titular de este artículo. Al contrario, creo que es a través de la tecnología, la ciencia y el ingenio humano para superarse como hemos conseguido los niveles actuales de bienestar, al menos, en los países desarrollados. 

          No dudo que la IA pueda aportar innumerables beneficios a unos cuantos. Es lo que suele ocurrir. Pero a mí, personalmente, me parece que existen una cantidad de riesgos que no podemos ni debemos obviar. Hace unos días, por poner un ejemplo, el coordinador de una universidad en la que imparto clases de posgrado me dijo: no hace falta que pongas exámenes, ahora usamos unas cuantas palabras clave y ya nos sale un cuestionario. Tampoco le vamos a pedir trabajos a los alumnos porque no seremos capaces de saber si los han hecho ellos o no, y la mayoría serán muy buenos. O sea, que tanto profesores como alumnado estamos condicionados por este nuevo invento.

          Esta semana en las noticias hemos visto como ya hay programas de IA que pueden no imitar, sino suplantar, la identidad de una persona. Es decir, que usted puede estar haciendo una videollamada con su jefe, con un amigo, o con un vendedor de coches, sin saber que le están engañando. Imagine las posibilidades que le ofrece esto a los delincuentes, por ejemplo para llevar a cabo el fraude del CEO que hasta ahora se hace por teléfono. Para el criminal no solo va a ser más fácil, sino también más divertido.

          Si usted no es experto en el análisis de metadatos, lo más probable es que no pueda identificar un deepfake y caiga como un corderillo en las garras de los abundantes depredadores que habitan la fauna social. Unos querrán su dinero, otros sus propiedades, otros su voto y algunos quizá solo vengarse o dañarlo por puro placer de hacer el mal. De todos ellos, el más peligroso es sin duda el aspirante a tirano o autócrata. A este último le viene de perlas que la sociedad se convierta en una locura de mentiras, falsedades y verdades a medias. Es su ecosistema ideal.

          Un mundo en el que, no solo el discurso sino también quién lo dice, sea objeto de duda cuando es verdad, y también cuando es mentira, elimina cualquier posibilidad de razonamiento y valoración ética de la población. El autócrata, al margen de lo que haga o diga, tendrá en su mano el argumento fácil: todo lo bueno será obra suya y todo lo malo obra de los demás que se dedican a suplantarlo y crear ficciones sobre su figura. Mucho me temo que la IA nos lleve de la posverdad a la posrealidad.    

         

Libertad con impunidad

          En los tiempos que corren la libertad con impunidad es el combinado más apreciado para las noches de fiestas de los más cools, los guapos de la tele y la gente chic, para entendernos. Sorprendentemente, también es el combinado preferido de las bandas latinas, que campan a sus anchas con machetes para desbrozar la selva urbanita de competidores en los negocios del hampa. Es lo único que tienen en común estas dos faunas de la madrugada: libertad con impunidad.

          Los primeros suelen ser pacíficos, se desenvuelven en las zonas privadas de las salas de lujo o de moda, con baños aseados y privados en los que no ser sorprendidos por molestas interrupciones, y con porteros bien trajeados y convenientemente untados con generosas propinas. Los segundos son más de perreo y papelina sobre la barra si hace falta, mientras manosean la entrepierna de una morena que hace gestos de gatita, remoloneando al macho alfa para ganarse su atención.

          Todos ellos tienen sus hábitos y costumbres a la hora de recogerse, ya cuando el sol comienza a amarillear por el este. Unos, quizá porque sus costumbres son más expeditivas, terminan matándose por las calles a machetazo limpio o, en el peor de los casos, a puro plomo. Haciendo retroceder las calles de las grandes ciudades de este siglo XXI a aquellos puertos piratas, donde rufianes y fulanas ajustaban cuentas y se daban muerte por unas monedas o una botella.

          Otros, quizá por la calidad de los condimentos consumidos y la seguridad de ser conocidos y tener la cuenta llena, toman la calle con aire de amos. Sintiendo la falsa potestad de intervenir en aquellos asuntos que el azar les ponga por delante; salvo machetes o pistolas que eso hace pupa y no tiene ninguna gracia. Sin embargo, increpar a la policía si se tercia es una acción que reivindica la fortaleza de la libertad que la química del momento les hace sentir.

          Hemos construido una sociedad de mequetrefes y golfas y la hemos aderezado con lo peorcito de cada casa. Le hemos quitado a la policía la potestad de ejercer el control, e incluso se ha creado el relato de que la autoridad es presuntamente culpable, abusadora, y que sale por las noches a incomodar a la ciudadanía. Y lo peor es que los jueces con leyes desquiciadas, y los medios de comunicación con sus altavoces mediáticos, lo avalan. Pues nada, muy bien: ¡Que arda, Troya! Y al que le toque, que se joda. Luego, no se quejen.     

El eslabón de Chihuahua

          Probablemente, seamos fruto de un eslabón perdido. Al menos, hasta que un dios al que casi nadie comprende haga acto de presencia. La mayoría daríamos por bueno que lo hiciera incluso recurriendo a la pantalla de plasma sin admitir preguntas en una comparecencia improvisada. Sin embargo, y mientras no se muestre, tiendo a pensar en el azar evolutivo como fuente del increíble origen de la vida y de los seres vivos. Y en la tremenda consecuencia que de ello se deriva. 

          La primera, y quizá una de las más relevantes para muchas personas, es lidiar con la falta de incertidumbre. La única certeza que se puede tener es que la guerra está perdida hagamos lo que hagamos. Se podrán ganar muchas batallas, como la que libramos contra la pandemia, pero, como se suele decir, en cien años todos calvos. Resulta sobrecogedor pensar que en poco más de un siglo, allá por el 2150, ni una sola de las más de siete mil millones de personas que hoy pueblan la Tierra estará viva. Además, habrán nacido y desaparecido algunos miles de millones más y, para pasmo del propio planeta, lo habitarán probablemente unos diez mil millones de personas que, todavía hoy, no existen.

          Todo ese cataclismo humano ocurrirá a gran velocidad. Para un planeta 150 años no es más que el equivalente al suspiro de una persona. Pero incluso podría ocurrir antes y, de hecho, de manera muy diferente. Cada individuo es una maraña de billones de virus y bacterias, un inmenso conglomerado de ladrillos biológicos que nos ha traído hasta nuestros días y que es imprescindible para el frágil equilibrio de la vida. Una combinación inabarcable de casualidades evolutivas que, en ocasiones, toma un camino equivocado. Hasta ahora, hemos sabido evitar, con más o menos suerte, los zarpazos del destino como especie.

          El hombre actual trata de vencer la certidumbre buscando explicaciones a través de la ciencia, explorando el espacio, los recursos marinos o elaborando teorías filosóficas. Es lógico, queremos trascendernos a nosotros mismos y explicarnos nuestro papel en el universo. Pero es como si Cristobal Colón, con la tecnología del s. xv y sus tres navíos, se hubiera propuesto llegar al planeta Marte y colonizarlo. Tan lejos estamos de nuestro propósito.

          En esa carrera hacia adelante quizá encontremos soluciones, pero es posible que jugando a ser dioses también tropecemos con algún eslabón perdido en un sueño de eones. Y que con ese trozo de material biológico descubramos la suerte que tuvimos de que no triunfara, de que no encontrara el camino para hacerse con el control de la situación. La pregunta más inquietante es ¿cuándo ese día llegue, qué hará con ello el ser humano? La historia de mi próxima novela puede tener tintes distópicos, pero más que posibles.      

          

¿Cuento chino?

          La versión más aceptada acerca de la etimología de la conocida frase «un cuento chino» es la que se atribuye a Marco Polo. Según esta teoría, fue acuñada gracias a los viajes del famoso veneciano recogidos por Rustichello de Pisa en la obra Los viajes de Marco Polo. Es fácil imaginar que, en Plena Edad Media, los hallazgos y vicisitudes narrados por el viajero y mercader italiano suscitaron todo tipo de suspicacias. Las historias fantásticas acerca de lugares, animales y costumbres nunca vistas debieron caer como herejías entre los más descreídos. Y de ahí que sus historias pasaran a la posteridad con esa etiqueta que, a de día de hoy, desdice más de los chinos que del propio Marco Polo.     

          Siete siglos más tarde, esta nueva pandemia que azota el mundo no es ajena a los relatos alternativos o, quién sabe, si como en el medievo los desviados de la realidad somos los incrédulos y quienes nos conformamos con el relato oficial, si es que hay alguno. Una cosa, al menos, tenemos clara. Este desastre lo está provocando la acción de un virus sobre la salud de las personas. Sin embargo, lo que quizá no es del conocimiento de la población en general es que los virus pueden ser de origen natural o no, es decir, pueden ser creados artificialmente.

          A considerar una posibilidad alternativa nos ha ayudado esta semana el periodista de investigación Iker Jiménez, conocido por su famoso Cuarto Milenio. En un nuevo programa  –Horizonte–, esta semana nos ha presentado a la doctora Li-Meng Yang. Una prestigiosa investigadora de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Hong Kong huida a Estados Unidos y protegida en lugar secreto por el FBI. Las declaraciones de la viróloga, en una entrevista que se convierte en un documento memorable visto en algunos tramos por casi siete millones de personas, no dejan indiferente a nadie. Menos aún, cuando proceden de alguien con publicaciones en las revistas científicas más prestigiosas del mundo como Nature o The Lancet.

          La posibilidad de que este virus proceda de una manipulación intencionada, por así decir, cierta o no, resulta desconcertante. No solo porque pudiéramos estar en manos de una estrategia bélica desconocida para el común de las personas y, que dicho sea de paso, ya se ha cobrado un millón de vidas, sino por algo aún más inquietante. La innegable certeza de que, más pronto que tarde, será posible fabricar armas biológicas sin restricciones, cuyas consecuencias globales pueden hacernos regresar a la edad de piedra sin derribar un solo edificio. 

          Sin duda esta línea de investigación debe seguir abierta, la cuestión es cuántas Li-Meng Yan hay en el mundo o, personas capaces de decir lo que ella dijo en directo durante la entrevista de Iker Jiménez: «seguiré desvelando la verdad al mundo, antes de que me maten.»