Derechos pervertidos

          Los derechos pervertidos son los que se utilizan para engañar y enfrentar a las gentes. Es difícil para el común de la población, lo he comentado en otros posts, diferenciar entre derechos constitucionales y derechos fundamentales (ambos en la Constitución Española de 1978). Si usted la tiene, o la consulta por internet que es gratis, comprobará sin dificultad que el derecho a la vivienda No es un derecho fundamental, como tampoco lo es el derecho a la propiedad privada. Y le costará igual de poco esfuerzo, comprobar que ambos son derechos constitucionales.

          Entonces, se pregunta uno, ¿Cuál es la diferencia? Pues bien, haberla sí que la hay entre derechos fundamentales y constitucionales y es muy sencilla. Los fundamentales son aquellos que el Estado tiene la obligación de defender y proteger siempre y en todo caso, mientras que los constitucionales se deben al desarrollo legislativo posterior. Es decir, todo derecho fundamental es constitucional, pero no todo derecho constitucional es fundamental. Y esto es clave porque ni la vivienda ni la propiedad privada son derechos fundamentales en España, vaya esto por delante.

          ¿Qué hace que se desarrollen leyes de la vivienda como la actual? Sencillo: el interés del gobierno que no es otro que enfrentar a los ciudadanos en la defensa de sus derechos. La situación en España con la protección del okupa es tan bolivariana que, de no ser porque la gente tiende a no querer ir matándose, viviríamos a golpe de revolver como en el far west. No puede ser que cualquiera entre en tu casa, aunque no se trate de tu vivienda habitual, y la haga suya. Use tu mobiliario, se acueste en tu cama, cague y se limpie el culo con lo que has comprado en el super hace un par de meses y encima se te ponga chulo y diga que de allí no se mueve… El cuerpo te pide que le dispares en la cara y lo resuelvas, sin más.

          Por suerte, de momento, la gente normal no disparamos a otros conciudadanos salvo en situaciones muy extremas de defensa propia, por suerte, digo. Y con esa premisa un gobierno trufado de maldad, la que suele tener la mafia, puede someter de manera injusta los derechos de unos ciudadanos a costa de otros. No son gobiernos demócratas, obviamente, aunque haya urnas, ¿Acaso Rusia o Venezuela son democracias? Claro que no, por mucho que la farsa de situar cajitas con papeletas sin ninguna garantía pretenda homologar sus autocracias dictatoriales.

          Los españoles deberíamos saber que los derechos pervertidos, sometidos y confrontados por un gobierno, para que la gente se acabe matando es el primer e inequívoco síntoma de estar dejando atrás la frontera democrática. Es una maniobra para que a través de la división y el enfrentamiento, un poder débil y cobarde logre mantenerse aunque el precio sea a costa de que la mitad de los ciudadanos maten a la otra mitad. Eso, queridos amigos, solo tiene un nombre: socialismo. Y no, no es nuevo, ya lo hicieron hace casi un siglo y les salió el tiro por la culata. 

 
 

El ocaso de los soles

          El ocaso de los soles quizá nos pase desapercibido. Son tantas las noticias cada semana que nos hemos inmunizado contra toda novedad. Si mañana lunes nos cuentan en la caja tonta que hay dinosaurios en la luna lo normalizaremos enseguida. Después de los anuncios, de hecho, cuatro tontolabas que ayer nos daban lecciones técnicas sobre los apagones nos darán clases magistrales sobre los dinos selenitas. La capacidad actual de tragar con lo que nos echen nos ha convertido en carne vacunada para cualquier cosa. Sin aspavientos, así lluevan ranas con pelo.

          El español medio ya no zapea, solo acude a la jaula donde los suyos le suministran el pienso necesario para alimentar el sesgo de confirmación. Quizá usted no se ha enterado de las últimas novedades caribeñas. En este caso, porque los medios están mirando para otro lado, a saber por orden de quién. Por ejemplo, no se está dando cobertura al hecho de que la armada USA, incluyendo submarinos nucleares y cruceros lanza misiles, ha cruzado el Canal de Panamá. A bordo más de 4.000 tropas de marinaría y asalto ¿Adónde van? Pues parece que a dar una vuelta por las playas venezolanas. Tampoco se comenta que Francia también ha acudido para reforzar la zona y sus intereses en las islas Guadalupe.

          Los norteamericanos han puesto en el punto de mira al cártel de los soles. Una organización narcoterrorista liderada por el gorila que gobierna Venezuela. Se llama de ese modo, en referencia a los soles que llevan en el uniforme los generales de ese país. USA no reconoce la presidencia de Maduro tras el bochornoso robo electoral perpetrado por esa mafia, y apoyado por personajes tan infames como Rodríguez Zapatero o el tal Monedero. Aún hoy, a este lado del Atlantico, hay más gente de la que usted puede pensar que se alinea con esa banda de criminales y la defiende. Yo, personalmente, no creo que sea ya una cuestión de ideología, sino más bien, de insensatez mezclada con pura maldad.

          El escenario ideal sería que los propios venezolanos, incluyendo una rebelión interna del ejército, liquidaran a la mafia. Pero, para ello, hace falta que sientan no la facilidad de enriquecimiento a base de crímenes y robo de libertades sino la presión internacional, incluso armada, capaz de derrocar al villano. Algunos españoles tienen una cierta responsabilidad en esos crímenes. Esto no se debería olvidar por mucho que ahora anden liquidando sus mansiones en Aravaca o escondidos en ratoneras. A esos que bailaban en el escenario con el diablo y sus compinches hay que ponerlos también en manos de la Corte Penal Internacional. 

           

Otro León socialista

          Hay gente que, después de todo, tiene mucha suerte. No paramos de llenar los noticiarios con apagones apocalípticos, papas que mueren, cónclaves, guerras o amenazas de nuevas guerras… En fin, un abanico de novedades XL que sirven como decía, afortunadamente, para que la olla de merdés locales en la que nos cocemos a fuego lento nos parezca una cosa anodina e insignificante. Que procesan al hermano del presidente, bah… envido. Que el juez llama a declarar al gobernador civil de Madrid y a un ministro… Puaj, tonterías de fachas… Y así todo.

          Por la banda izquierda andan esta semana a otras cosas, tirando cohetes con León XIV por ejemplo, porque según la conocida sabiduría de lo que esta gente aprende escuchando el violín, Prevost Martínez ha elegido ese nombre porque es progre como lo fue León XIII a finales del siglo XIX. Lo cojonudo es que lo dicen y te miran como diciendo: «¿Cómo te has quedao bacalao?». Y si te ven cara de poco convencido con el argumento te sueltan un: ¿No has leído la encíclica Rerum Novarum? Porque está clarísimo que este es socialista como lo fue aquel.

           Total, pensarán en su talentosa manera de enfocar las realidades alternativas, qué importa que votara en varias primarias del partido Republicano de USA hasta 2016, pelillos a la mar… Errores de juventud ya que solo tenía unos sesenta y tantos años por entonces. Nada para un papa. Lo importante es que siga la línea de León XIII, que para eso nos ha enviado una señal al elegir ese nombre. Claro que también se podía haber puesto Paco II, pero no, ha sido más sutil a la hora de elegir y si no, solo hay que leer la encíclica mencionada para comprender.

          Confieso que yo ya la había leído hace algún tiempo, y de ahí mi perplejidad combinada con el descojone. Son muchos su grandes pasajes como este: «Los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones». 

          El texto de León XIII (encíclica Rerum Novarum, publicada el 5 de mayo de 1891) destaca en otros pasajes parecidos, porque su opinión sobre el socialismo va en esa línea. Uno, claro, a poco que hile un par de movimientos del nuevo León concluye que, en efecto, votar republicano y elegir el nombre de León en honor a León XIII quizá tenga sentido. Lo que no tiene ningún pase, por indocumentado que se llegue a ser, es que se pueda estar tan intoxicado de mamandurrias como para no verlo y encima aplaudir con las orejas acerca de lo que no se conoce. 

El caso es que para comprobarlo solo hay, en efecto, que leerla. Aquí la dejo: 

Encíclica Rerum Novarum 

Las bolitas de pienso

          Yo nunca he tenido un perrito enano y chillón, de esos que son un punto coñazo. (escrito punto, no puto). Tengo que decir que a mí me encantan los perros (disculpen que no desdoble y diga que también las perras porque se monta el lío), y que he tenido varios y de varias razas, pero nunca uno de esos animalitos molestos y mal educados. Usted me entiende, de esos de los que te ven pasar y tratan de mordisquearte el tobillo, o se afanan en rayarte la oreja con sus ladridos estridentes y chillones. El equivalente en sapiens al tipo que se infiltra en cada grupito de wasap o comunidad de afines para ladrar desde la valla a todo el que pase cerca.

          Al perrito le interesa sobre todo su cubo de pienso. El otro día me dijeron que tener un perro se reduce a dos cosas: estar todo el día vigilando a ver qué come la mascota y, al mismo tiempo, ser observado por el animal para ver qué come su dueño. El perrito piensa en código come bolitas, como el sapiens sin domesticar lo hace en el idioma toca pelotas. El resultado, francamente, es el mismo: se trata de que el cubo del pienso esté a su hora resueltamente provisto de la recompensa.

          Pensaba esto porque el perrito es una animal noble, aunque su compostura no siempre agrade a todo el mundo dependiendo del sitio, la concurrencia o, incluso, del estado físico o anímico del chucho. La sociedad se va haciendo, por suerte, cada vez más tolerante y comprensiva con estas especies que nos acompañan desde hace miles de años. A algunos, y lo sé por experiencia, solo les falta hablar, que es justo lo que les sobra a sus dueños en muchos casos y que, más que hablar, ladran por donde van en defensa de sus bolitas de pienso. 

          No hay un tonto sin su afán como no hay un grupo de wasap sin un gilipollas tamaño Yorkshire. Los hay de los dos antiguos sexos, claro es, con rajita y con churrita. Sin embargo, a la hora de emitir esos ahogos desafinados de garganta son indistinguibles: suenan igualmente a puerta oxidada de herrumbres y antiguallas en su afán por no romperse. Es como si el resuello les limitara el entendimiento, y en vez de emitir algo coherente, gargajearan un esputito rancio y breve como una babita floja.

          Yo respeto mucho, como no puede ser de otra manera, la necesidad perruna de comer sus bolitas de pienso a las horas que toca. Y, por supuesto, que defiendan su territorio: eso es defensa digna. Pero me resulta patético que el sapiens mute a perrito, para lanzar tarascadas mojoneras por doquier cada vez que cree que se va a quedar sin sus pelotitas de pienso o sin las sobras mordisqueadas de la cena de sus amos.  

          

Los odios y sus cancelaciones

          Vaya por delante que la cancelación de cualquier tipo en una obra artística, desde mi punto de vista, es una práctica peligrosa. La reciente cancelación de El odio, libro de la editorial Anagrama no distribuido, del autor Luisgé Martín, sobre el crimen de José Bretón, es uno de los ejemplos más recientes. Sin embargo, no es el único caso, y marca una tendencia totalitaria de los poseedores de la moral pública, que suelen ser quienes más faltan a la ética y sus virtudes al tiempo que la defienden, eso sí, siempre que les encaje en su sistema de sin valores o propaganda. 

          Habría que distinguir entre una obra de ficción y una de ensayo, divulgación o investigación. En el primer caso la libertad debería ser total. Sin embargo, aunque con más dificultades para acallarlas, no faltan los inquisidores públicos contra ellas. La ficción siempre puede recurrir al recurso de ir disfrazada de nombres y lugares ficticios, aunque referidos a hechos reales, y eso hace más complicado el señalamiento. No obstante, en la historia de la literatura, no ha faltado la miopía suficiente para criticar grandes obras de autores como Truman Capote o Vladimir Nabokov.

          Ver y escuchar contar a un asesino confeso las razones por las que mató a inocentes puede ser un plato de buen gusto para muchas personas, incluso celebrado en medios de comunicación y alabado por el atrevimiento de su autor. Saber las razones que justifican sus asesinatos, y regodearnos con el odio que el asesino destiló para matar puede llegar incluso al cine. De hecho, puede tener tanto éxito que sea materia de telediarios, promociones y hasta contenido de pago para Netflix. Lo acabamos de comprobar no hace mucho con la famosa difusión de No me llame Ternera, del periodista millonario y progresista defensor de la igualdad, Jordi Évole. No he tenido noticias de que hubiera podido ser censurado o cancelado el contenido.

          Con El odio de Luisgé Martin la cosa cambia: para empezar nadie necesita blanquear a José Bretón por razones políticas, al contrario, a diferencia de Josu Ternera, Bretón es un pobre diablo loco y criminal. Usted pensará que Ternera tiene las manos manchadas de la sangre de mujeres y niñas, pero créame, para la inmoral inquisidora eso no importa.  A Ternera, dicen muchos, se le puede entender y sus motivaciones para asesinar ser aireadas a los cuatro vientos. Es un asesino en serie y terrorista, cierto, pero el otro es un asesino machista y parricida. Siempre ha habido clases, y eso marca la diferencia. Es cuestión de oportunidad política.

          Yo sé que estas diferencias son sutiles y complicadas de diferenciar. En la España de hoy le aplaudirán cualquier libelo que ensalce, por ejemplo, los crímenes de la II República como hechos heroicos por muy deleznables que sean. Pero es muy probable que le cancelen una obra alabando los pantanos construidos en la época franquista y le tilden de fascista. Así nos muramos de sed en una sequía. No le dé más vueltas, si Bretón hubiera sido miembro de ETA Luisgé se cubriría de gloria con su libro y ganaría algún premio, y si Ternera fuera carnicero de profesión y asesino parricida, Jordi Évole no le habría sobado la oreja para hacer un documental. Porque Jordi es muy listo, a diferencia de Luisgé, y sabe elegir al asesino que interesa a la Inquisición en cada momento.   

Silencios y memorias

         La Persistencia de la memoria es un conocido cuadro del genial y, no menos excéntrico, Salvador Dalí. En su célebre obra derrite el tiempo y lo desparrama como un engrudo espeso sobre un universo seco de vida, reflejado en uno de los relojes que cuelga de una rama muerta como una piel secándose al sol. Sobre el paisaje yermo los relojes se han agotado, y ya solo marcan unas horas imposibles, aburridos de tanto marcar los destinos de las personas. Yo creo, cada vez que admiro esta genialidad, que Dalí les quitó las pilas para lanzarnos un reto.

          Dice la teoría de la expansión del universo que somos el fruto de una elasticidad infinita. Que nuestro entorno se estira como un chicle que solo Dios es capaz de masticar, y que le gusta hacer pompas o globos que nos explotan a los humanos en las narices por simple diversión. Digamos que para ver de qué manera nos limpiamos las narices y los morros con los restos. Y, así como a Dalí se le derritieron las manecillas de sus pelucos, a nosotros nos toca adivinar si hay algo que podamos hacer con este asunto de pura física.

          Pensaba esto porque últimamente mastico chicle cuando escucho música o aporreo el piano, y entonces me acuerdo de mis clases en el conservatorio, y de que la progresión de una sola nota es infinita, pero ocurre que nuestros oídos embadurnados de goma de mascar son limitados y terminan por dejar de percibir esas ondas que se alejan hasta perderse. Yo las llamaría las asíntotas de Dios. La mano que tiende a tocar el infinito sin llegar nunca a conseguirlo. Sin embargo, hay una diferencia con Dalí: a la música nunca se le acaban las pilas como a los relojes. 

          Estoy medio convencido de haber dado con la trampa o el enigma. O eso creo yo, y se lo propongo a usted, querido lector, para que me lo comente si lo tiene a bien. La música y el Big Bang ocurrieron a la vez. Nacieron juntos y se agarraron de la mano, para que su travesía eterna no se viera nunca interrumpida, ni siquiera en un paisaje desolado o fruto de una sordera como la de Beethoven. Desde entonces, la melodía de la vida se estira en La menor o en Do mayor según llueva o salga el sol.

         Decía el inolvidable Jesús De la Rosa, del grupo Triana, que necesitaba agarrarse a la cola del viento para poder volar. Como hijos del agobio que según él algunos de nosotros somos, necesitamos sentir la experiencia de la vida con voces graves y agudas. Somos rebeldes al silencio a pesar de amantes de la música y, aunque al final, el silencio llega, también tenemos claro que sin los silencios la música no sería posible.

        Un poco de música, maestro que en Gloria estés. 

         https://www.youtube.com/watch?v=MMxqTItQb4c

 

Carnaval de postureos

          Estamos ya en época de carnavales, de esos de los de toda la vida. No el carnaval de postureos desenfrenados de las redes sociales, ese es más reciente, sino el satírico festivo. El carnaval auténtico rezuma talento crítico y su poquito de malababa. Es un reflejo social con pimienta y texturas goyescas. En las letras de las comparsas hablar de un maricón no lleva implícito un delito de odio, un político es un don nadie lameculos que vive de lujo con el dinero de otros y se dice tranquilamente, y la vecina del quinto sigue yendo al bingo y tirándose al mejor amigo de su marido. O sea, un reflejo de lo que todos sabemos, pero hacemos como que no lo vemos.

          Lo que es imposible dejar de ver, a menos que uno retroceda unas cuantas décadas y se olvide del móvil y de las redes sociales, es el carnaval de cotidianos postureos de una peña ávida de asomarse al mundo. A mí, que tengo todas las redes, cada vez me da más pereza aparecer en ellas. Es algo que, aunque con poca frecuencia, me obligo a hacer para anunciar un artículo como este o el lanzamiento de una nueva novela o cosa similar. Y luego, mi editor lo replica o lo recuerda de vez en cuando y algunos amigos me regalan un like o un corazoncito. También me dejan comentarios por aquí abajo algunos días, que siempre agradezco. Salir en video es algo que no me gusta, me resisto, aunque haya colgado alguno muy puntualmente.

          Yo sé que eso es una desventaja si lo que se pretende es tener muchos seguidores que, las más de las veces, tampoco aportan gran cosa. Hay que tener en consideración que no solo le sigue a uno una cohorte de admiradores, ni mucho menos. También se es seguido y, sobre todo seguida, por curiosos y pervertidos, delincuentes y estafadores, ademas de algunos personajillos envidiosos con intención de criticar a escondidas o directamente poner a bajar de un burro a cualquiera entre risas con los colegas.

          Pensaba esto porque me quedo de piedra con la exposición de sus vidas que hacen algunas personas para vender lo que sea que vendan: acabas descubriendo dónde vive el fulano, si se ha operado las tetas la mengana, si ha ido a Turquía a ponerse pelo el que antes era calvo, dónde comen, con quién, qué comen y así hasta el aburrimiento. Algunas personas tienen el síndrome de gran hermano tan interiorizado que no se privan de dar de sí mismos cada detalle insignificante de sus vidas cotidianas. Un exhibicionismo tan incauto como arriesgado. 

          Debería haber una policía de las redes sociales, así del mismo modo que en todos los grupos de wasap hay un tontolaba o una amargada que se encarga de censurar comentarios por vicio, debería haber digo, alguien que le advirtiera a los más expuestos que incluso el ridículo se debe racionar con mesura. Que nadie necesita ver el canalillo de la raja del culo de un gordo agachado recogiendo castañas, ni a la rubia de bote comiéndose un plátano con cara de vicio.  

 

Los regalitos

          Hoy es 1 de diciembre, y toca pensar en los regalitos. Un año más, gracias a Dios o al destino, cada cual que mire para donde mejor le parezca. El caso es que el tema de los regalitos es recurrente por estas fechas del calendario, como lo es el quebradero de cabeza para dar con algo que no sea la corbata, el pijama, o el dispositivo electrónico. Conozco a un amigo que hace más de diez años que no usa corbata y cada Navidad le regalan un par de ellas, puede que como castigo enmascarado.

          Esto de los regalitos hay que currárselo un poco. No vale dejarlo para última hora y luego deprisa y corriendo tirar de algo improvisado. Corre uno el riesgo de que el obsequio acabe, un tiempo después, de vuelta en las propias manos fruto del karma tras haber pasado por varios propietarios que lo fueron a su vez regalando a la menor oportunidad. La teoría de los seis grados de distancia social aplica también a los regalitos, por lo que la soga que se regala imprudentemente podría acabar perfectamente en el propio armario pasadas un par de navidades.

          Pensaba esto porque yo siempre lo pongo fácil a mis allegados, les pido que me regalen libros. Pero no solo eso, sino que para evitar que se devanen la cabeza sobre mis preferencias, o acerca de si las últimas novedades ya las he leído, les hago una lista de obras candidatas. Así de simple. Tiene la ventaja de que aunque al final me acabe cayendo el pijama de turno, prenda que nunca uso, viene con el añadido de algunos de los libros que me alegran las fiestas.

          Un libro, entiendo yo, es mucho más que un regalo. Lo pienso así porque no se trata solo de un objeto. Piense en un pañuelo, un perfume, unos zapatos o una lata de sardinas, por poner unos ejemplos: no son más que objetos. Un libro, sin embargo, es el envoltorio de un mundo lleno de experiencias, de personajes que aún no conocemos, de lugares, sabores, sentimientos, conocimiento que no tenemos y que está allí dentro. Detrás de las cubiertas que hacen de papel de regalo, hay un universo a la espera de ser descubierto.

          Quien te regala un libro te quiere bien, de eso estoy seguro. No es algo que te suela regalar un cuñado, y eso ya debería ser una pista importante acerca de lo que digo. Es también un gesto elegante, el de alguien que ha pensado en ti y en lo que te puede interesar saber. Por eso, queridos lectores, plantéense regalar un libro estas navidades. Es fácil. Aquí les dejo una opción muy interesante:

El eslabón de Chihuahua

           

           

El inseguro

          El inseguro es ese documento que, en ocasiones obligados por la ley o los bancos, usted firma y contrata con una compañía de «seguros». Le parecerá un oxímoron, pero créame que nada hay más inseguro que una póliza de seguros. Esas 50 páginas en las que le prometen la salvación en caso de accidente o desgracia en los primeros párrafos, y las miles de razones por las que no lo harán en las siguientes 49 hojas. Uno de esos contratos que se denominan de adhesión en los que el cliente, como parte contratante, no tiene nada que negociar ni que decir. Lo tomas o lo dejas: punto. 

          Pensaba esto porque cada vez que ocurre una tragedia como la de esta semana, o el reciente incendio del edificio que ardió como una tea, no puedo evitar una sensación de desasosiego cuando pienso en los afectados, y en cuando intenten cobrar la indemnización que les haga sacar el cuello de la ruina y rehacer sus vidas. Ya se lo pueden tomar con una gigantesca dosis de paciencia para no provocarse una úlcera o una patología cardíaca. Una cosa debe tener en cuenta cada afectado: el seguro hará todo lo humanamente posible por no pagar ni un euro.

          Pronto descubrirán lo fácil que es perder la calma, apenas marquen el teléfono de la compañía y descubran que allí no suele haber nadie que responda. Lo más habitual es que le atienda una maquinita que lo mareará con una locución de media hora en dos idiomas informándole de sus derechos sobre protección de datos. Si tiene suerte y luego de comerse la chapa no se corta la llamada, que se prepare para el mareo de preguntas y que si marque tal o marque cual. Tras lo cual le pondrán una musiquita de la usada como tortura en los campos de concentración. Todo por ver si se aburre el cliente y cuelga o estrella el teléfono contra la pared.

          Si tras algunas mañanas dedicado en exclusiva a tratar de contactar lo consigue le darán una primera respuesta: su póliza no cubre lo que ha pasado. Es una respuesta estándar. Y quizá el desdichado, si le quedan ganas buscará un abogado para que le represente y al que le dirán lo mismo. Si aún así decide pleitear, y soltar dinero en vez de recibirlo, lo mas probable es que vea como se acorta su esperanza de vida sin que pase nada: sus hijos se hacen mayores y se casan; nacen nietos y se celebran muchas Navidades, pero todo ello sin saber nada del juzgado. Cosa que los del seguro saben más que de sobra que es así como funcionan las cosas en este país. Y aunque un día soleado gane el pleito, mejor que no lo dé por cobrado. Esa es otra pelea de recursos, apelaciones, más recursos, más nietos…

         Le puedo parecer exagerado, pero créame que lo sé por experiencia en propia carne. En 2020 tuve un siniestro cubierto por un seguro. Han pasado 4 años, tengo sentencia a mi favor y adivinen que: a fecha de hoy no he cobrado ni un euro. Solo deseo que esta vez haya con la tragedia de Valencia, al menos, un poco de tres ingredientes fundamentales: compasión, empatía y humanidad con tantos miles de familias afectadas que lo han perdido todo.     

 

Malotes sin disfraz

          Muchos de los personajes de mis novelas son malotes sin disfraz. Lo son de una manera visible. Son individuos de escasa moral, interesados en el dinero y el sexo, o sin escrúpulos para cometer actos delictivos con el fin de conseguir un beneficio personal. Y conviven con otros personajes mejor adaptados a la vida en sociedad. En definitiva, trato de que los habitantes de mis páginas sean, en la medida de lo posible, un reflejo de lo que vemos por la calle cada día.

          Pensaba esto, precisamente, porque la realidad suele tener esa manía incómoda de superar a la ficción. Estos días, en un alarde más de imaginación, nos ha presentado al malote disfrazado de superioridad moral. Una clase de individuo que bajo el disfraz de cordero y el discurso hueco y falsario esconde una personalidad abyecta hasta lo patológico. Una habilidad que le permite surfear entre bambalinas, rozando culos al descuido, acosando con frases a medio terminar, o pasando directamente a la violencia envuelta en el miedo de la víctima a las represalias.

          En la literatura estas escenas tampoco son nuevas, incluso yo describo algunas parecidas en mis novelas. Pero ninguno de mis personajes va de vendedor de biblias, ni de adalid de la superioridad moral que se enfrenta a los malos de siempre. Unos supuestos malos que, además de escuchar sin reaccionar, no se atreven a descabalgar de la burra a los pregoneros con carita de buenos. Mis personajes malotes se ven venir a lo lejos, presumen de serlo, actúan en consecuencia y, cuando los pillan, pagan las consecuencias.

          Vivimos en tiempos de cuentos y timadores, días de regeneradores que bien podrían refundar el cártel de Medellín con el dinero de los impuestos que nos sacan hasta la asfixia. De defensores de la igualdad y los derechos de la clase obrera y trabajadora que se hacen ricos en un par de años, y que pasan del pisito modesto a la mansión, del barrio obrero a las zonas más caras y exclusivas de Bruselas o París. Y todo ello, desde la superioridad moral.

          Sin embargo, pocas cosas hay más detestables en estos propietarios de la superioridad moral que escuchar su defensa del feminismo, su esfuerzo por la igualdad, sus caritas de monjes acartonados, su aliento podrido. Y ahora tener que imaginarlos tras la puerta de un baño, o en un dormitorio improvisado: golpeando en vez de amando, y humillando a una mujer. Maltratando en vez de acariciando, usándola como objeto, y no respetando el cuerpo ajeno. Es bueno tomar ejemplos de la realidad, no para escribir historias, sino para recordar que según detrás de qué superioridad moral suele habitar una gran montaña de basura.