Derechos pervertidos

          Los derechos pervertidos son los que se utilizan para engañar y enfrentar a las gentes. Es difícil para el común de la población, lo he comentado en otros posts, diferenciar entre derechos constitucionales y derechos fundamentales (ambos en la Constitución Española de 1978). Si usted la tiene, o la consulta por internet que es gratis, comprobará sin dificultad que el derecho a la vivienda No es un derecho fundamental, como tampoco lo es el derecho a la propiedad privada. Y le costará igual de poco esfuerzo, comprobar que ambos son derechos constitucionales.

          Entonces, se pregunta uno, ¿Cuál es la diferencia? Pues bien, haberla sí que la hay entre derechos fundamentales y constitucionales y es muy sencilla. Los fundamentales son aquellos que el Estado tiene la obligación de defender y proteger siempre y en todo caso, mientras que los constitucionales se deben al desarrollo legislativo posterior. Es decir, todo derecho fundamental es constitucional, pero no todo derecho constitucional es fundamental. Y esto es clave porque ni la vivienda ni la propiedad privada son derechos fundamentales en España, vaya esto por delante.

          ¿Qué hace que se desarrollen leyes de la vivienda como la actual? Sencillo: el interés del gobierno que no es otro que enfrentar a los ciudadanos en la defensa de sus derechos. La situación en España con la protección del okupa es tan bolivariana que, de no ser porque la gente tiende a no querer ir matándose, viviríamos a golpe de revolver como en el far west. No puede ser que cualquiera entre en tu casa, aunque no se trate de tu vivienda habitual, y la haga suya. Use tu mobiliario, se acueste en tu cama, cague y se limpie el culo con lo que has comprado en el super hace un par de meses y encima se te ponga chulo y diga que de allí no se mueve… El cuerpo te pide que le dispares en la cara y lo resuelvas, sin más.

          Por suerte, de momento, la gente normal no disparamos a otros conciudadanos salvo en situaciones muy extremas de defensa propia, por suerte, digo. Y con esa premisa un gobierno trufado de maldad, la que suele tener la mafia, puede someter de manera injusta los derechos de unos ciudadanos a costa de otros. No son gobiernos demócratas, obviamente, aunque haya urnas, ¿Acaso Rusia o Venezuela son democracias? Claro que no, por mucho que la farsa de situar cajitas con papeletas sin ninguna garantía pretenda homologar sus autocracias dictatoriales.

          Los españoles deberíamos saber que los derechos pervertidos, sometidos y confrontados por un gobierno, para que la gente se acabe matando es el primer e inequívoco síntoma de estar dejando atrás la frontera democrática. Es una maniobra para que a través de la división y el enfrentamiento, un poder débil y cobarde logre mantenerse aunque el precio sea a costa de que la mitad de los ciudadanos maten a la otra mitad. Eso, queridos amigos, solo tiene un nombre: socialismo. Y no, no es nuevo, ya lo hicieron hace casi un siglo y les salió el tiro por la culata. 

 
 

Equipo de indignación

          En realidad, el programa televisivo al que voy a hacer referencia se llama Equipo de investigación. Lo emite la Sexta que, dicho sea de paso, no es mi canal preferido. Lo que sí hago con frecuencia es zapear entre las opciones televisivas. Me entretengo viendo cómo se muerden los extremos rabiosos y alimentados de euros públicos y privados por los creadores profesionales de odios. Lo hago porque a pesar de todo, a veces, nos enseñan situaciones que supongo yo no persiguen otra cosa que provocar la indignación.

          Pensaba esto viendo a una reportera en un barrio residencial preguntando por un conocido narco de medio pelo, conocido en la zona, no hablamos de un Pablo Escobar ni de un Sito Miñanco. Uno de esos que se dedican a la maría y que tienen barrios enteros enganchados a la luz y amedrentados a sus vecinos. La gente prudente miraba para otro lado, negaba con la cabeza o los más atrevidos balbuceaban un: «todo el mundo sabe quién es y dónde vive».

          Por otro lado, en simultaneo, un alto mando de la Guardia Civil relataba con pelos y señales la vida del capo y sus conexiones: cantidades que trafica, hechos delictivos, detenciones y puestas en libertad y todo ello como el que cuenta el guion de una peli de serie B. Quizá con un punto de impotencia en el tono, algo así como si quisiera decir que estaba hasta los cojones de la situación. Que saben dónde vive, cuánto mueve, dónde tiene la pasta y hasta la hora a la que va al baño por las mañanas.

          La cuestión es que 2 o 3 matones en moto de alta cilindrada y grabando con móviles de más de 1000 euros, primero rajan los neumáticos del coche de la reportera y luego la acosan. Se ríen de ella y le ponen al narco en una videollamada de WhatsAPP, porque como lo estaba buscando… Todo grabado, y emitido en cadena nacional. Se saben intocables, por alguna razón dan por hecho que viven en un país sin ley y donde la impunidad se puede mostrar por la tele mientras te descojonas de la risa. Háblale tú a estos de que Hacienda somos todos.

          Por eso pensaba yo que el programa debía llamarse Equipo de indignación, porque doy por hecho que lo que se persigue es, precisamente eso, una indignación difícil de soportar. A mí que algún psicópata de productor le parezca bien provocar ese reflujo de odio en la población normal y corriente no me extraña, pero no salgo de mi asombro ante el hecho de que en tan poco tiempo hayamos hecho de nuestra sociedad una selva, y ademas la hayamos llenado de orangutanes.  

Leer no te hace mejor

          «Leer no te hace mejor». Esa ha sido la frase pretendidamente ingeniosa de la semana. La ha lanzado al vacío una de esas personas transitorias que se hace llamar influencer. Esa nueva profesión de gente con poco seso que a base de enseñar escote o musculitos te venden cremas, sartenes de aluminio o mochos basculantes para las fregonas modernas. Los realmente influyentes suelen ser líderes de opinión en materias de interés científico y divulgativo, no la versión digital del anuncio andante colgado al cuello con la leyenda «compro oro» por delante y McDonald por detrás.

          La escasa luz de la pretendida influencer está en la misma frase elegida para hacerse notar. En concreto en la elección del adverbio «mejor». ¿Mejor en qué? ¿Mejor que quién? ¿Mejor para qué? ¿Mejor cuándo o en qué circunstancias? Obviamente, debemos entender que se refiere a mejor en lo que quiera que sea en comparación con las personas que no leen. Y, en efecto, si es así tiene razón. Aunque lo diga una iletrada, que como todo reloj estropeado acierta dos veces al día. En esta boutade no se le puede quitar la razón. No hay ninguna evidencia de que leer haga, así dicho, mejor o peor a alguien en términos generales. La razón es que no tenemos un baremo de bondad individual que correlacione con la práctica de la lectura.

          Lo que sí aporta leer son otras cosas más concretas: amplitud de miras y conocimiento, capacidad para razonar y discernir sobre argumentos o situaciones complejas; herramientas para no caer en el engaño; experiencias que se convierten en enseñanzas provechosas y, por supuesto, entretenimiento. Esto lo sabemos porque a través de la lectura, usada como herramienta, las personas son desasnadas en la infancia y primera juventud. La lista es interminable, pero incluso solo por ese pequeño abanico de beneficios leer ya es una buena elección. No leer, como es lógico, es una decisión respetable que yo no comparto, pero contra la que nada tengo que decir. Allá cada cual con sus preferencias.  

          La anti-cultura como reivindicación progresista del igualitarismo, junto con el ninguneo de la meritocracia y el esfuerzo, nos está dejando un panorama generacional de masas en indefensión. Nada hay más fácil de someter, engañar o convertir en fanáticos que un rebaño sin alfabetizar o a medio construir. Basta con darles un poco de pienso populista, o un juguete (como el smartphone) mediante el que doparles las neuronas para convertirlos en mártires de cualquier causa. La gran estrategia de la Caperucita Roja con su cestito lleno de magdalenas rellenas de igualdad: «que nadie se esfuerce mucho. Todos aprobados para que no haya acomplejados o acomplejadas».

         En el último informe PISA publicado, España sacó su peor resultado en 20 años y se situaba por debajo de la media de la OCDE en… ¿Lo adivinan? Exacto… En lectura y matemáticas. Hay gobiernos que redactan leyes y estrategias cargadas de infinita sabiduría, por ejemplo, se preguntan: ¿Para que querría ningún ciudadano o ciudadana saber leer o hacer bien las cuentas de su casa? Lo suyo es que alarguen una mano para recibir lo que se les dé, y con la otra zapeen entre el Sálvame y las influencer de turno y, la que se aburra durante la publicidad, que practique lo aprendido en las aulas y se toque el chocho. 

El ocaso de los soles

          El ocaso de los soles quizá nos pase desapercibido. Son tantas las noticias cada semana que nos hemos inmunizado contra toda novedad. Si mañana lunes nos cuentan en la caja tonta que hay dinosaurios en la luna lo normalizaremos enseguida. Después de los anuncios, de hecho, cuatro tontolabas que ayer nos daban lecciones técnicas sobre los apagones nos darán clases magistrales sobre los dinos selenitas. La capacidad actual de tragar con lo que nos echen nos ha convertido en carne vacunada para cualquier cosa. Sin aspavientos, así lluevan ranas con pelo.

          El español medio ya no zapea, solo acude a la jaula donde los suyos le suministran el pienso necesario para alimentar el sesgo de confirmación. Quizá usted no se ha enterado de las últimas novedades caribeñas. En este caso, porque los medios están mirando para otro lado, a saber por orden de quién. Por ejemplo, no se está dando cobertura al hecho de que la armada USA, incluyendo submarinos nucleares y cruceros lanza misiles, ha cruzado el Canal de Panamá. A bordo más de 4.000 tropas de marinaría y asalto ¿Adónde van? Pues parece que a dar una vuelta por las playas venezolanas. Tampoco se comenta que Francia también ha acudido para reforzar la zona y sus intereses en las islas Guadalupe.

          Los norteamericanos han puesto en el punto de mira al cártel de los soles. Una organización narcoterrorista liderada por el gorila que gobierna Venezuela. Se llama de ese modo, en referencia a los soles que llevan en el uniforme los generales de ese país. USA no reconoce la presidencia de Maduro tras el bochornoso robo electoral perpetrado por esa mafia, y apoyado por personajes tan infames como Rodríguez Zapatero o el tal Monedero. Aún hoy, a este lado del Atlantico, hay más gente de la que usted puede pensar que se alinea con esa banda de criminales y la defiende. Yo, personalmente, no creo que sea ya una cuestión de ideología, sino más bien, de insensatez mezclada con pura maldad.

          El escenario ideal sería que los propios venezolanos, incluyendo una rebelión interna del ejército, liquidaran a la mafia. Pero, para ello, hace falta que sientan no la facilidad de enriquecimiento a base de crímenes y robo de libertades sino la presión internacional, incluso armada, capaz de derrocar al villano. Algunos españoles tienen una cierta responsabilidad en esos crímenes. Esto no se debería olvidar por mucho que ahora anden liquidando sus mansiones en Aravaca o escondidos en ratoneras. A esos que bailaban en el escenario con el diablo y sus compinches hay que ponerlos también en manos de la Corte Penal Internacional. 

           

La democracia no es perfecta

          La democracia no es perfecta. Podemos dar por bueno, eso sí, que es el sistema menos malo de los conocidos. Tampoco son muchos los modelos posibles además de la democracia: autocracia, dictadura o monarquías absolutas, oligarquías y alguna que otra más de corte teocrático. España, actualmente, está en una deriva pseudo-autocrática hacia un Estado iliberal. En una situación en la que el consenso mayoritario de un Parlamento se obtiene a cambio de la ruptura del Estado de derecho y el saqueo en forma de privilegios para las minorías reunidas con ese objetivo, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. 

          Hacen falta ciertas casualidades para que en una democracia parlamentaria (el gobierno lo eligen los representantes parlamentarios, no los ciudadanos), se confabule un número mayor de partidarios contra los intereses del bien común que a favor, como sería de esperar y desear. Este fenómeno, como decía, es fruto de carambolas hispanas. De este modo, padecemos una coalición que incluye desde la izquierda más rancia y comunista (Podemos), hasta la extrema derecha más racista y xenófoba (Junts), con un objetivo común: destripar el país en el que vivimos todos y dejarlo como un erial. 

          Las bolas negras de las carambolas hispanas son los nacionalismos e independentismos en coalición con los social comunistas. Su ideología es antagonista en muchos casos, pero su objetivo común es mayor: acabar con el Estado constitucional que nos dimos en 1978, y hacerlo por la puerta de atrás. Precio: el que sea necesario. Medios: desde la corrupción a saco a la legislación a la carta, las amnistías o los perdones a los condenados. Barra libre. Una inacabable orgía de despiece de las costuras de una estructura social y política que, después de esta etapa, será casi imposible de reconstruir. El legado más evidente será un daño irreparable para el conjunto de la sociedad española. Sánchez no merece pasar a la Historia, al contrario, su destino debería ser una damnatio memoriae.

          Decía antes que la democracia no es perfecta. Claro que no lo es. Sobre todo, porque no dispone de mecanismos para frenar los ataques internos. Y, claro, las elecciones no las puede ganar cualquiera pero, aún así, cualquiera puede gobernar. Lo malo es cuando el mal se hace con el poder. Véase el caso de la Alemania de los años 30 del siglo pasado. El partido Nacional Socialista (Los NAZIS) ganaron con diferencia las elecciones de 1932 y, aun más ampliamente, las de 1933. Llegaron al poder y Alemania fue al desastre absoluto llevándose por delante más de medio mundo. Una banda de saqueadores y mafiosos difícilmente da buen resultado al frente de ningún gobierno.

          Los tiempos han cambiado, por suerte, pero los mecanismos democráticos no. Hoy, incluso un ególatra narcisista que no tiene el voto mayoritario de la ciudadanía puede llegar a gobernar con escaños comprados a cambio de la presidencia. Además, seguimos sin medios para evitar que alguien que gobierna incumpla la Constitución después de prostituir al propio Tribunal Constitucional; o que mienta sin cuento ni pudor a todo el país; o que construya un nido de corruptos y argumente que él no sabe nada; o que ataque a la libertad de expresión y al sistema judicial; o que no presente presupuestos; o que insulte a todo el que no sea de su cuerda; y así una larga lista de infamias que solo se corresponden con el objetivo de satisfacer las dos fuentes de odio del máximo dirigente del PSOE: primero, el partido al que pertenece y del que le expulsaron por sabotear urnas a escondidas y dar pucherazos. De aquel partido ya no queda nada salvo las siglas. Y, segundo, el resentimiento contra un país en el que nunca ha ganado unas elecciones, ni las va a ganar. Ante estas laceraciones para el ego, tome nota de lo que le digo, un sociópata siempre elegirá morir matando. 

Pandemia de impotencia

          La pandemia de impotencia no es una enfermedad como tal porque, como usted habrá intuido, no me refiero a un asunto fisiológico. No obstante, desde una perspectiva sociológica, sí tiene tintes de patología. Se trata de una incapacidad casi absoluta para obtener respuestas a las que se tiene derecho por parte de entidades públicas y privadas. Y como derivada, del hecho de que no se pueda hacer nada, salvo ser resiliente, ese término woke que no hace mucho se resumía en una frase más castiza y certera: «jódete y baila».

          Un ejemplo son las, cada día con más frecuencia, zonas, barrios y localidades, o quizá debería decir guetos, donde se instalan en viviendas los narcos de la marihuana. Se enganchan a los sistemas eléctricos para cultivar las macetas, y el proveedor (por ejemplo ENDESA) acaba por cortar el suministro a todo el vecindario. Veo esas caras de familias que no se dedican a las drogas, y que pagan sus recibos de la luz o sus averías cuando las tienen, como son ignoradas por la empresa. Impotentes porque saben que la policía conoce el delito y a los delincuentes y no interviene. Impotentes porque la comercializadora les cobra la luz y no se la proporciona, y porque si devuelven el recibo les mandan al cobrador de morosos. Impotentes porque nadie les escucha, solo los abusan.

          Recuerdo hace años, en los 90 para ser más concreto, como daba gusto cruzar con el AVE los campos de Castilla-La Mancha y Andalucía. Los mismos que ahora arden por descuido, mala gestión y manos criminales. Sentado en un sillón doble de ancho que ahora, mientras me servían el almuerzo en mantel de tela con vajilla de porcelana y cubertería de restaurante. Me ofrecían champán para amenizar la espera de un menú de dos platos, y luego barra libre durante el viaje. Que impotencia 30 años después hacer el mismo trayecto hacinado como una sardina, frente a una máquina de vending con chocolatinas, sin servicio ni atención de nadie. Los frecuentes retrasos, el abandono durante horas en un infierno a 40 grados y, de postre, un ministro con cara de simio haciendo chistes malos con el móvil en las redes sociales.

          Que impotencia ver como desde la pandemia de COVID-19 se ha quedado lo peor. Sin necesidad, solo por aquello de aprovechar los trenes baratos. Ya nadie atiende a nadie sin cita previa: bancos, centros de salud en los que la masificación es ya de proporciones africanas; organismos de la Administración pública; SEPE cerrado o como si lo estuviera sine die; o empresas de servicios esenciales donde te atiende una maquina para torearte al capote y hacerte perder el tiempo. Solo funciona Hacienda. El único organismo moderno y automatizado que marcha como un reloj.  Que impotencia ver como el suelo que pisas se está yendo al carajo mientras te sacan los higadillos y se ríen en tu cara.

          Yo decía que se trata de una patología porque ante semejante panorama veo mucha gente que normaliza el hecho de que casi todo vaya a peor en sus vidas y en su entorno. Que ven como 4 sátrapas acaban con un país, le cuentan mentiras sin descanso y se las comen con papas. Que impotencia que tanta gente, vaya usted a saber el motivo, se ha tragado la pócima ideológica por la que todos debemos ser resilientes nivel pro ante la mierda de España que nos esta dejando el sanchismo.  

Verguenza soportable

          Depende de cada individuo, pero un determinado nivel de vergüenza soportable siempre ha existido. Uno se cae en la calle y quizá aguante sin más alguna risita pasajera, lo mismo que si se le caga un pajarraco encima de la chaqueta y lo pone perdido. También al confundir una palabra o decirla de forma incorrecta o, por qué no, olvidarse de subir la cremallera del pantalón al salir del servicio. Son pequeñeces todas ellas que conllevan un determinado nivel de exposición con su aderezo de vergüenza ante los demás. Hay quien se ruboriza ante estas situaciones y quien, simplemente, se ríe de uno mismo.

          Se trata de una vergüenza soportable porque no conlleva una conducta infame ni dolosa. Todas ellas son producto de la casualidad, la mala suerte, o la escasa habilidad para recordar algo y sacarlo a colación con tino y acierto. ¿A quién no le ha pasado? A mí, desde luego, me ocurre con frecuencia. Por ello, lejos de que estos hechos me produzcan dolor o necesidad de arrepentimiento, me provocan una hilaridad moderada. El coste, con frecuencia, no pasa de un poco de mercromina en la rodilla o el tique de la tintorería.

          Cosa muy diferente es cuando lo que se descubre de una persona es el pastel completo, o como se suele decir, el carrito de los helados lleno hasta la bandera. El uso de una conducta indecorosa o delictiva para provecho propio o de los suyos, o ambas cosas que es lo más habitual. Cuando la casualidad muta a causalidad. Entonces el descrédito y el rechazo social deviene de una acción que, lejos de provocar la simpatía en los demás, provoca el desprecio. Esto ocurre en ocasiones después de muchos años. Un tiempo en el que el individuo ha disfrutado de forma ilegítima de privilegios hurtados a la decencia.

          Muchas personas creen que el conocido refrán: «lo que natura non da, Salamanca non presta», no va con ellas. Y no lo creen porque prefieren tomar el camino fácil de la falsificación, antes que el del esfuerzo y el mérito. En la sociedad española aquello de «porque yo lo valgo» dicho ante el espejo, hace mucho que opera como una máxima en algunas mentes. El problema es que al final casi siempre se destapa la olla y se propagan los olores a podredumbre y mentiras. No es una buena opción a medo y largo plazo.

          Cuando ocurre algo así, la vergüenza, salvo para algunos individuos sin ningún tipo de escrúpulos, deja de ser soportable. Durante los últimos días del nacional socialismo en Alemania, muchos de los grandes jefes y personajes de la sociedad acabaron con sus vidas por miedo y por vergüenza de sus acciones y omisiones. Construirse una vida encima de un cadalso es una torpeza. Con el tiempo la madera se acaba carcomiendo, el suelo cede, y lo normal es acabar suspendido en el aire con la soga al cuello.  

Paraísos particulares

          Agosto es por excelencia el mes de los paraísos particulares. Son las 4 semanas en las que una mayoría de personas disfruta de las vacaciones. La razón viene de lejos, y se la debemos al emperador Augusto, quien en el 18 a.C  instituyó las Feriae Augusti. Un período tras las cosechas agrícolas para el descanso durante la canícula. Ya por entonces, los patricios y los ciudadanos que podían permitírselo se trasladaban a sus paraísos particulares: las villas campestres a las afueras de la Roma imperial lejos del ajetreo de la urbe.

          Dos mil años después, muchas costumbres han cambiado, pero esta de las vacaciones de agosto la mantenemos. Sin embargo, las condiciones de trabajo son muy distintas a las de entonces. Por otro lado, los medios disponibles permiten a grandes masas de población desplazarse a destinos lejanos y exóticos como nunca antes se había hecho. Lugares a miles de kilómetros y horas de vuelos en los que es posible encontrar una cala recóndita de aguas cristalinas. Allí, al otro lado del mundo, la gente mira al cielo azul o al agua turquesa y piensa en voz alta: «Estoy en el paraíso». 

          Ocurre con frecuencia que, tras esa manifestación de éxtasis, se obtiene una respuesta inesperada en el mismo idioma: «Hombre Manolo, ¿cuándo has llegado? ¿Habéis probado ya el Mai Thai del bar de Kleim?». Y que el tal Manolo, sin dar crédito a lo que acaba de escuchar, gire la cabeza y se encuentre con Juan y Pepi, los vecinos del quinto B. Sentados a un par de metros, con la suegra de Juan repantigada en una sillita baja y los dos energúmenos de los hijos tirándose arena a los ojos. Es bien conocido que todos tenemos derecho al paraíso y que, quizá por ese motivo, cada vez hay menos paraísos particulares.

          Pensaba esto viendo uno de esos programas chorras de la caja tonta en verano. De los que repiten cada año, como las películas de serie B que empiezan a las tres de la tarde y acaban cinco minutos antes del telediario de las nueve. Una pareja en cuestión se encontraba en la Cochabamba o alrededores (por decir algo), sobre un acantilado. Abajo se divisaba una playa pequeña de piedras oscuras y guijarros puntiagudos. Una zona pensada para el entrenamiento de faquires. Unas olas feroces atizaban la costa dejando una amalgama de algas y medusas borrachas, pero vivas y con ánimo vengativo. Ni un chiringuito ni refugio a la vista donde guarecerse en caso de tsunami, pero, por otro lado, no había ni rastro de Juan, ni de Pepi, ni del resto de la banda. La pareja miraba a la cámara con ojos un tanto incrédulos y exclamaba feliz, al menos en apariencia: «Aquí estamos en el paraíso».

          Yo no soy quien para criticar el paraíso particular de nadie, pero algunos tienen más pinta de purgatorio que de remanso de paz. Supongo que las imágenes de los supuestos paraísos en Instagram cotizan al alza en la caza de seguidores y de ahí el esfuerzo. Lo próximo será la democratización del infierno, de eso estoy seguro. Allí todos nos pondremos la mar de morenos, incluso tiznados y, algo me dice, que entonces por alguna de esas injustas carambolas Juan y Pepi no aparecerán por la zona, ni habrá manera de encontrarlos para preguntarles por la suegra y los niños chillones, ni por los cócteles del bar de Satán.   

Insuperables

          Esta semana respondí a un post de uno de esos chiringuitos subvencionados por el sanchismo con forma de periódico digital. Hablaba de la misma monserga de siempre: las firmas de cien estómagos agradecidos. El manifiesto de los «intelectuales» (muchos de ellos no tienen estudios superiores) contra el fascismo… En fin, el pienso cotidiano para los mononeuronas del régimen. Y dije, más o menos, que esos millonetis aprovechateguis dan un asco insuperable. Asco, dije también, da toda corrupción venga de donde venga, pero esa parte la discapacidad cognitiva no la entiende.

          Entre los «intelectuales» de izquierdas, junto al felón, aparecen los de siempre ya sesentones, gordinflones y con cara de pensar: «os la hemos metido hasta el corvejón». Bien, nada que decir. Bravo por ellos. La sociedad española, por razones que no vienen al caso, se dejó engañar por una panda de desarrapados ideológicos. Ahora son ricos, y lo serán sus descendientes cuando hereden, y morirán en esa cuna rica que tanto dijeron odiar, que tanto quisieron combatir, y que ahora sabemos para qué hacían y hacen tanto esfuerzo verbal y lingual: básicamente, para un quítate tú que me ponga yo, así sea de perfil o a cuatro patas.

          Decía que toda corrupción da mucho asco, tanto, que quizá algún que otro escarmiento chino (leyes chinas) no nos vendría mal. Pillas al corrupto, pruebas sus delitos y le aplicas la pena de muerte al individuo, sin más. En plaza pública. Después confiscas todo el patrimonio de sus familiares y les dejas en la ruina. Y listo. Cerdán, vuelve cuando quieras. Pero claro, eso es pensar en chino. No lo hacemos porque entonces en España a la política no se iba a dedicar ni el Tato. Así de simple. La primera motivación que pasa por la cabeza de quienes meten la nariz en política es enriquecerse. Robar si es necesario y llevárselo crudo. A los hechos me remito. Son como aquellos antiguos buscadores de oro: borrachines, puteros y pendencieros, embusteros, traidores y de gatillo fácil. Gentuza de la que intuyes su mal aliento producto del desecho estomacal que digiere un cerebro en descomposición. Solo hay que fijarse un poco en el rostro del ministro simio que tenemos con el sanchismo.

          A mí la mafia de izquierdas me parece insuperable. Frente al mafioso Montoro que la justicia lo empapele hasta las trancas, o al miserable ladrón Barcenas. Y me parece insuperable porque su estrategia es (la de la izquierda) particularmente miserable. Todo el mundo sabe lo que cabe esperar del liberalismo, entre otras cosas, porque no lo esconde. Pero aunque todo el mundo cree saber qué esperar del socialismo, ellos sí lo esconden. Mienten, traicionan, y a la postre hacen lo mismo o peor que el peor de los capitalismos. Oligarquía y riqueza para unos cuantos, miseria, paro, paguitas y dependencia para la mayoría. Explotar al pueblo para vivir en su Nirvana de privilegios.

          El asco es insuperable porque en una novela, por ejemplo, para retratar al sanchismo tendríamos que perfilar al personaje del pederasta. Ese que con subterfugio y engaño atrae la atención infantil, le promete caramelos y juegos y acaba abusando, violando y destruyendo sus vidas. Es un asco insuperable porque se sirve como estandarte de los más nobles instintos para, detrás de ellos, esconder la infame miseria moral que alberga junto con sus aviesas intenciones.         

La gran estafa

          La gran estafa de la política es, y lo ha sido siempre, su falsa superioridad moral. Una posición bien vendida (relato) pero, como cada vez queda más claro, poco o nada ejercida. En España ha sido particularmente eficaz desde 1975, fecha en la que muere el dictador Franco en la cama. No derrotado por los progres, ni de lejos… Muere de viejo y en la cama, después de haber sometido al país a 36 años de dictadura militar. Ni un solo día de libertad se le debe a la izquierda, que fue incapaz de acabar con el régimen franquista.

          Con la llegada de la democracia la izquierda, como ya hiciera en la primavera de 1936, asumió que solo ellos eran los buenos y los que tenían el derecho a gobernar y dirigir el país. Adolfo Suárez acabó siendo devorado por ese relato y tuvo que dimitir. Una generación heredera de los perdedores de una guerra que provocaron ellos mismos, reclamaron entonces una especie de «todo para nosotros». Que sí somos la libertad y la democracia, el feminismo, la bondad, los derechos, las artes, el cine, la literatura… Prácticamente, todos ellos se hicieron ricos defendiendo la igualdad.

          Hoy los ves en la caja tonta y en tertulias, ya sexagenarios o a punto de servir de abono para los geranios. Con el puño en alto emergiendo de un traje de Armani de 4.000 euros. Reclamando justicia social y vivienda para los jóvenes, mientras amasan patrimonios de 20 pisos en Madrid o Barcelona. Llorando por el cambio climático y el planeta desde el jet privado. Y, eso sí, abogando por un mensaje: «tened cuidado que viene el lobo y los fascistas y nos lo quitan todo». Sin embargo, la mayoría de ellos no pasaría un examen de la E.S.O si tuviera que explicar el fascismo en un solo folio.

          La otra vía fue la política. Al margen de una década prodigiosa de social democracia con Felipe González (1982-1992), después el PSOE se pudrió. No hace falta mencionar a nadie porque son todos muy conocidos. A mí, en particular, me impactó mucho aquello de un (ya difunto) bandarra presumiendo con el dinero de los parados de tener pasta para asar una vaca. Pero… ¿De dónde coño ha salido esta chusma con capacidad para llevárselo crudo y reírse en la cara de todos los andaluces. Me preguntaba yo entonces. El relato, siempre el mismo: ellos son los éticos, los que se lo merecen, los guays y los defensores de la igualdad y la libertad. 

          A partir de 2004 todo fue a peor y de aquellos tiempos estos lodos. Esta semana, ya era hora, alguien en el Parlamento ha dicho ¡basta! Y lo ha dicho como lo habría dicho yo mismo: déjese de mierdas. Usted lleva falseando elecciones desde el principio, y engañando a su propio partido, eligió a los mafiosos que ahora empiezan a desfilar a Soto del Real, y se metió la ética y la moral en el bolsillo trasero mientras vivía gracias al dinero de la prostitución.

          ¡Joder! Y a ver si de una vez les arrancamos a estos miserables el relato del buenísmo.