Perro

         Yo he tenido varios perros en mi vida. Al primero lo llamé Goso (pastor alemán), en un guiño lingüístico valenciano, y tuvo una pequeña hermana que se llamó Lasky (chuchita gamberra). Luego tuve otra perra a la que llamamos Amita, no me pregunten por qué, y que la tuvimos que sacrificar con 16 años por cuestiones de salud no remediables.

          Y ahora tengo un perro que se llama Warren, pero que todavía no ha nacido. Warren es un nombre en homenaje a Warren Sánchez del inigualable grupo Le Luthiers. Warren es un labrador retriever de color chocolate y ojos azules. Todavía no nos hemos conocido y ya nos queremos, no conozco a una raza tan noble y tan estrecha en su relación con el ser humano.

          Pensaba esto acordándome de una tarde en la estación de Atocha hace unos meses. Una labradora retriever, quizá la mamá o la abuela de Warren, atosigaba a un niño de unos 10 años. No le daba descanso, pero el chaval no dejaba de jugar con ella. Era una cosa muy especial. El crío estaba con su madre y su padre, esperando como yo, a poder embarcar en el AVE. 

          No pude evitar, metiche como soy, en acercarme y preguntar por el perro (enseguida me dijeron que era chica y tenía 10 meses). Y enseguida me di cuenta de que el niño tenía una discapacidad cognitiva. Era un matrimonio italiano, de paso por Madrid. La mamá del chico chapurreaba el españolo como dicen ellos, y me explicó la relación entre su hijo y la perra.

        Supe que el niño había superado enormes barreras de socialización desde que la perra llegó a su vida, y el animal lo adoraba como si fueran hermanos. Enseguida se sentó mirándome, pero protegiendo al chaval, situándose entre los dos. Mirándome con inteligencia canina: noble y de una entereza que ya quisiera yo ver en la mayoría de mis congéneres. Allí deseé que una perra así sea la que un día me dé a Warren.

         Soy un amante de los perros, me gustan mucho. Y no entiendo como tantas personas no los tratan como lo que son: auténticos amigos, con una enorme capacidad de amar y de protegernos, pero sí, necesitan ser cuidados y amados en consecuencia. 

La agenda de Noel

          A papá Noel la agenda se le está complicando tela marinera. Me refiero a una moda que viene de lejos y que, sobre todo, hemos inventado en nuestra querida España. ¿Qué moda? Pues la de cambiarle la agenda con el trabajo que tiene preparar los renos. Pero sí, a veces los cambios vienen, como en Bérchules (Granada), provocados por la anécdota de un apagón en 1994. Desde entonces, estas tradicionales fiestas que incluyen el movilizar a gente como Noel, se celebran en agosto en esa localidad.

          Otras veces, sin embargo, la cosa no va de recoger la anécdota para convertirla en algo digno de admiración y mención, sino en una astracanada fruto de vaya usted a saber qué, pero todo apunta a aquello de Panem et circenses. En Venezuela, donde recientemente y a pesar del mudo verificador internacional español, el dictador Maduro les ha robado las elecciones a los venezolanos, ahora dice que adelanta la Navidad a primeros de octubre. Anuncio que un público seleccionado aplaudía en televisión con sincronización coreana.

          No aclara el dictador si este adelanto es para siempre desde este año, o solo por una vez para entretener el hambre, la miseria y la represión política violenta. La UE no reconoce la legitimidad democrática en el país, ni los Estados Unidos tampoco, pero mientras tanto el dictador amenaza con asaltar la embajada de Argentina donde se refugian los vencedores de las elecciones. Por desgracia, los venezolanos tienen pocas esperanzas de que la comunidad internacional intervenga por la fuerza como se hizo con Noriega en Panamá.

          Noel no les traerá la libertad a los venezolanos por mucho que se dé prisa en llegar con sus sacas de regalos. El mundo se está partiendo en dos bloques, y las socialdemocracias de las que tanta prosperidad hemos conseguido en Occidente se agotan. Tiranías como las de Maduro cuentan con la protección de países no democráticos como Rusia, China o Irán. Es esa parte del mundo donde los derechos humanos no importan y la libertad se le arrebata por la fuerza a los ciudadanos.

          Pensaba esto, más que nada, por las próximas generaciones. Europa no está libre de culpa ni del riesgo de partirse en dos, y no en buenos y malos como nos quieren hacer tragar. No así, sino en dos mitades fallidas que es una solución mucho peor, porque ninguna de las dos propuestas a las que tienden los países, incluido el nuestro, tendrá diferencias con la dictadura de Maduro, por mucho que adelantemos la Navidad, si es que la Navidad no es derogada antes por decreto Ley y Noel se queda con contrato fijo discontinuo. 

Vamos a contar mentiras

          Los niños de mi infancia teníamos una cantinela que decía algo así como: «Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras tralará (bis), por el mar corren las liebres, (bis), por el monte las sardinas, tralará, (bis)». Y esa debió ser, aunque entonces no lo sabíamos, la forma precursora de la creación de la posverdad o el relato, que se dice ahora, sobre todo, periodístico o como se llame lo que hacen los medios que dicen informar.

          Pensaba esto porque he leído este mes dos libros que considero esenciales para cualquier cabeza pensante, casi como terapia detox de la razón y por higiene mental. El primero se llama «La muerte del periodismo» y lo escribe el periodista Teodoro León Gross. Es difícil que alguien clarifique el punto en el que se encuentra la propia profesión, sobre todo, cuando es en el estercolero intelectual y económico que obliga a prostituirse (léase en modo metáfora), con cada trabajo, noticia, o actividad diaria.

          El autor describe como el periodismo, torpe y lento en su adaptación a los nuevos medios: plataformas, desaparición del formato papel, Youtube, redes sociales que transmiten en directo etc…, perdió ingentes cantidades de dinero en publicidad y pasó a depender de las subvenciones a cambio de venderse al mejor postor. Publicidad institucional que pagamos todos, al margen de que sean de un signo político u otro. El resultado, contenidos panfletarios que, según el autor, nunca gozaron de tan baja credibilidad en la población. Y caen en picado.

          Lo cierto es que el nivel es paupérrimo en las universidades igualitarias, donde todo el mundo tiene que aprobar por ley, o se puede ser catedrática sin estudios universitarios. El resultado es que una reportera diga por televisión que: «Acaba de llegar el rey Felipe ví (del verbo ver donde dice VI en números romanos en el titular), y ese es el rasero quizá más ridículo de la profesión. 

         El segundo libro es de Jano García, titulado El rebaño e introduce un concepto curioso llamado «Alogocracia», en el que narra sin pelos en la lengua como avanza la sociedad plutocrática que el rebaño hace posible casi sin darse cuenta. Como la masa sometida a base de pienso ideológico, paguitas igualitarias, ataques a la meritocracia, wokismo desquiciado y otras argucias de la ingeniería social hacen posible el derribo en el que van quedando los Estados fallidos como el francés, el húngaro o el español, por no saltar el charco hasta Venezuela y la mafia del grupo de Puebla dirigido por un desaparecido ZP.

Aquí les dejo el nuevo himno por si gustan echar un baile: 

¿Y si fue la vacuna…?

           Todos hemos oído, leído e incluso reído con las teorías de la conspiración durante la última pandemia global que nos sacudió de lo lindo. Un repaso en toda regla a la prepotencia humana y la falta de previsión que costó 15 millones de vidas solo durante los primeros dos años, según Naciones Unidas.  España estuvo, como otras veces lo está en fútbol, a la cabeza del desastre, la manipulación informativa y el número total de muertos que, según el gobierno y sus palmeros, fueron sobre todo asesinados por la presidenta de Madrid: la señora Ayuso, que cada vez que hay elecciones les pasa la mano por la cara. 

          Nos comimos como campeones dos encierros inconstitucionales durante meses (por eso cambiar el TC), nos jamamos igualmente más años de mascarillas que de antigua mili, para ver si Koldo y su mafia ministerial liquidaban el stock chino, nos dejamos comer la oreja por el tonto Simón de un caso o dos como mucho y, además, aplaudimos como focas en los balcones según el tum tum de los tambores de un tipo que salía a darnos charlas paternales de una hora sin haber ganado nunca unas elecciones. Ni para presidente de su comunidad de vecinos.

          Pensaba esto después del bochornoso espectáculo de esta semana. Un prófugo de la justicia perseguido por delitos de extrema gravedad. Un delincuente internacional con orden de detención, que se mea en la cara de un país como España y lo hace en directo. Anuncia su agenda: cuándo viene, dónde da la charla pública televisada y, con las mismas, se va y se ríe de todos nosotros a la mansión que pagamos con nuestros impuestos. Allí supongo se saca la chorra de nuevo la moja en cava catalán y se la limpia en las cortinas decoradas con la bandera española. 

         Yo no creo que así por las buenas la humillación pública sea algo soportable de forma natural. Hoy, y con razón, le dices a un tipo amanerado maricón en un bar, o guarra a una que parezca una guarra de pago y acabas con grilletes en el calabozo. Después acusado de un delito de odio (nadie sabe cuál es el baremo ni el tipo objetivo), y lo mismo arruinado y maltratado. Eso si no te han metido antes una paliza el dueño del bar y sus amigos, dependiendo de si estás en La Moraleja o en Rivas Vaciamadrid. 

          Yo creo que nos metieron el chip, ya me jode darle la razón a Miguel Bosé, pero no hay otra explicación. Los humanos siempre tuvimos dos cosas que nos caracterizaban: la capacidad de vivir en sociedad, y el acecho preventivo para que no nos convirtieran en rebaños ciegos y rendidos. Nunca imaginamos que una masa amorfa de carne a 36 grados  sería capaz de tragar con todo sin rebelarse, sin hacer como en otras épocas hizo: darle caza al traidor y sus valedores y colgarlos por los pies en plaza pública. 

Marimacho

          Cuando yo iba al cole siendo adolescente el wokismo no existía. De USA lo que se importaba era el Winston y las películas de indios y vaqueros. De hecho, los niños solíamos pedir en Reyes, entonces Noel no había nacido, el equipo de shérif con su cinto repleto de balas y el revolver, además del sombrero y la estrella de seis puntas para prenderla de la pechera con un alfiler. Las niñas eran más de muñecas y cocinillas. Ninguna pedía unos guantes de boxeo. 

          Cierto es que, como en todas las épocas, había niños que se pirraban por echar mano a las cocinillas y las muñecas, y niñas que pasaban de esos juguetes y eran más de jugar al fútbol. El balón de reglamento, que así lo llamábamos, era otro de los regalos estrella de los niños junto con la camiseta del equipo preferido y las botas de tacos. Se hacía raro ver niñas jugando al fútbol, ¿quién nos iba a decir que las hijas de aquellas niñas acabarían siendo campeonas del mundo?

          Pensaba esto porque por aquel entonces a las niñas que se salían del carril los niños nos referíamos a ellas como marimachos, término hoy recogido por la R.A.E y que se refiere de manera despectiva a las niñas que se comportan y actúan como niños. Por suerte, con los años y la cultura de la igualdad bien entendida, las conductas y actividades de las personas no definen ni identifican el sexo de quienes las realizan. Tenemos hombres que son los mejores cocineros del mundo, y mujeres campeonas a nivel mundial en muchas disciplinas deportivas.

          Pensaba esto porque el wokismo como disparate, que no como ideología, nos quiere hacer comulgar con ruedas de molino. Lo vimos esta semana cuando un hombre embutido en un cuerpo de mujer, con cuerpo de hombre, cara de hombre y bíceps de hombre, de un solo puñetazo en menos de 30 segundos dejó K.O a la boxeadora italiana. En este caso, pensé, no se puede hablar de un marimacho porque no es lo que hace, sino los atributos fisiológicos y hormonales los que la acercan más al sexo masculino que femenino.

          Como quiera que sea, esa deportista encuadrada en torneos femeninos no tiene permitido competir en boxeo a nivel mundial, pero se «coló» en las Olimpiadas creando una situación injusta que ninguna feminista woke ha salido a criticar. No dudo que veremos a mujeres trans con barbas y bíceps como los de Tyson masacrando a chavalas de toda la vida en el ring para regocijo del wokismo pero, que quieren que les diga, para mi la argelina no es un marimacho, es un macho con vagina.     

Adictos al brócoli

          Por estas fechas todos los años menudean las compras de alimentos como el brócoli, las lechugas de tallos verdes y amargos, y diferentes ramajes que la gente consume como si se convirtieran en seres herbívoros por devoción. La intención, al parecer, es no mostrar en la playa unas lorzas que se han estado cebando durante todo el año con mimo y paciencia. Yo hace años que me he resignado al hecho de vivir en un mundo que está hecho al revés.

          Estoy convencido de que en otros mundos, quizá a no muchas galaxias del nuestro, el cordero y el cochinillo asado adelgazan y bajan las cifras de colesterol malo. Si además se les hace la cama previamente con un litro de cerveza fría y luego se riega con un bueno vino, entonces también se reduce el riesgo de infarto o de acumular grasa en el hígado. Y también doy por hecho que unos buñuelos con nata para terminar, o una copa de helados variados bajan los niveles de azúcar y evitan la diabetes.

          Pensaba esto porque estoy convencido de que no nos hemos podido fabricar a conciencia un mundo a la medida de lo malo, de lo que no nos gusta. Y que para mayor padecimiento todo lo bueno y rico de consumir se convierta en una espada de Damocles, o nos mancille la imagen con el estigma del sobrepeso y las miradas reprobatorias de los adictos al brócoli. Esos seres escasos que caminan por la orilla reclamando una mirada que nadie les presta, con cara de estreñidos o de amas de llaves del castillo de los horrores. 

          Estoy casi seguro de que en ese otro mundo, el sitio bueno y al que no hemos ido a parar por nuestra mala cabeza, mientras menos se trabaja más dinero se gana, porque doblar el lomo le gusta a poca gente. Los que se esfuerzan y se dejan media vida currando acaban pobres y sin amigos por no dedicarles tiempo, y terminan viviendo de la beneficencia. Si además reúnen los vicios propios de los herbívoros es probable que no lleguen a la esperanza de vida por alguna complicación sanitaria.

          En ese mundo donde el brócoli está prohibido, y sus plantaciones se han sustituido por la marihuana gratis, el jamón de bellota está más barato que la cebolla, y las fuentes de las plazas tienen dos grifos: uno de agua para los patos y otro de manzanilla fresquita para el humano. Yo estoy seguro de que alguien nos hizo el mundo un día que se sintió mala persona, y en un acto de locura nos mandó de una patada a esta huerta de padecimientos, donde si no eres adicto al brócoli lo llevas crudo. 

Somos ingleses en verano

          En verano es cuando los españoles más y mejor mostramos que, en realidad, lo que siempre hemos querido ser es ingleses. Lo compruebo cada vez que enfilo la autovía camino de la playa. No me cabe la menor duda de que la inmensa mayoría de los conductores han sacado el carné de conducir en Gibraltar, o quizá en alguna ciudad no tan española y gaditana, pero sí regentada por algún tipo borrachuzo de Banbury o Chipping Norton, dos de las ciudades más feas de U.K.

          Da igual si el coche en cuestión es eléctrico o de combustible anti Agenda 2030, si es potente y está en perfecto estado o se trata de una tartana con ruedas conducida por una persona casi invidente: todos por el puto carril de la izquierda, velocidad media de la fila de coches 60 km/hr, y nadie por la derecha salvo un camión a sus anchas cada varios kilómetros. Sí señor, como debe ser, y como enseñan en las autoescuelas inglesas entre trago de cerveza y chupito de ginebra.

          Ignoro la tozudez y sospecho que, si no es porque han aprendido a conducir al otro lado del Canal de la Mancha, debe de ser por una hemiplejía neuronal. Una patología grave y con frecuencia sin cura conocida. Uno de sus efectos y consecuencias observables más evidentes es el derrote hacia la izquierda sin razón aparente, incluso contra toda lógica y sentido común. Una querencia, por decirlo en términos taurinos, a vencer de lado hacia la barrera del tendido cinco donde más da el sol.

          A veces, cuando de alguna de estas filas se desprende hacia la derecha uno de esos vehículos ovejeros se lleva un susto. Resulta que las vías tienen un límite de velocidad de 120 km/hr y a su derecha, en ocasiones, otro coche que quizá circula solo a 60 km/hr les está rebasando. La única manera de no hacerlo, sería que por la derecha solo circularan cochecitos a pedales. Es entonces, cuando el empecinado zurdo saca su manual inglés y se enrojece, ebrio probablemente de vino peleón o de cazalla mañanero. Le recuerda entonces al otro conductor que se espere a que él pille sitio en la orilla de la playa y luego, ya si eso, avance por la derecha.

          Pensaba esto, porque aparte de que Gibraltar sea español, es importante no confiar en aquellos que muestran un irracional impulso hacia la izquierda pase lo que pase, bloqueen lo que bloqueen, provoquen accidentes, retenciones, retrasos de décadas y el mosqueo generalizado de la peña incluso para ir a la playa un fin de semana. Es una patología y eso conviene tenerlo en consideración, no todos los pacientes tienen arreglo o cura, hay un punto de no retorno, por desgracia, en el que mucho me temo que nos estamos metiendo hasta el cuello. 

           

          

Círculo de Lectores

          Trajinaba yo en el verano del 82 entre un curso de bachillerato y el siguiente tratando de embolsarme algunas pesetas. Tenía edad legal para trabajar, aunque creo recordar que en aquella época las leyes laborales eran mucho más laxas que ahora. La tasa de paro de aquel año según la EPA era del 16% en general, y casi del 50% en menores de 20 años. Más o menos, la misma que ahora 40 años después si descontamos los trucos del almendruco.

          Ya fuera cosa del destino o de vaya usted a saber, supe de un anuncio en el que buscaban vendedores para el Círculo de Lectores y allí que me encajé. Logré el puesto sin contrato, lógicamente, y a comisión por conseguir nuevos socios para aquella revista de la que cada mes había que comprar un libro o un disco, o quizá dos, si no recuerdo mal. Suscribirse costaba 200 pesetas, y yo el primer mes cobré de comisiones 8.000 pesetas. Es decir, que tuve éxito, y enganché a un montón de gente para aquella empresa.

          Muchas de las familias, de barrios humildes, que se encontraban con un chaval de 17 años en la puerta, de verborrea facilonga y descaro sin cuento, me miraban desconcertadas. Algunas madres me señalaban varios churumbeles que se arremolinaban agarrados a sus piernas moqueando, y me decían que a ver cómo se las apañaba ese día para hacerles el bocata. Eran tiempos muy duros, en una España todavía con niveles de desarrollo alejados del resto de países de una Europa en la que todavía no habíamos ingresado.

          Yo me debía a mi trabajo y quizá por eso, ignorando las necesidades que me señalaban los posibles clientes, les hacía ver que leer era la mejor inversión para sus hijos. No mentía. Aunque mi argumento como es lógico era interesado y, casi seguro, inoportuno. Vi muchas veces como algunos padres y madres rebuscaban en cajones las monedas o renunciaban entre gestos de resignación a la litrona de ese día. Yo me llevaba mi contrato. No me arrepiento. Hoy sé, aunque no lo vea, que he llenado de libros muchas casas humildes de Sevilla. 

          Leer en aquellos años era casi la única diversión posible, además de escuchar música o fabricar niños. Hoy, la oferta de ocio es tan abrumadora que leer solo es una opción entre plataformas digitales, cientos de canales de música, podcast, porno en internet y bulos en cascada. Quizá por ese motivo no nacen apenas niños, en pocas casas hay ya una biblioteca junto a una chimenea para las horas de lectura, y nos tragamos como si fueran pipas los programas basura de chismes e indignidades sin cuento. Sé que muchos de aquellos libros siguen existiendo, y que muchos de aquellos niños y niñas que vieron entrar libros en sus casas hoy se acuerdan de ello. Lo sé, porque algunas hoy mujeres lectoras me lo han contado, las vueltas que da la vida. A todas ellas, mi gratitud con afecto. 

En tierra hostil

          Nos empeñamos en construir un mundo hostil y sospecho que, lejos de otras paranoias y teorías de la conspiración, es fruto simple y llanamente de la gilipollez que nos envuelve. Hay gilipollas fabricando cosas que llegan a nuestro entorno y tenemos que aceptarlo, como aceptamos a un familiar agregado aunque sea un par de veces al año, o al soplagaitas del fontanero metido a camarero que nos quiere dar clases de enología.

          Hace años las cabinas telefónicas, como aquella en la que José Luís López Vázquez se quedó encarcelado en 1972, lo normal es que se quedaran con las pesetas y no funcionaran o que, en el mejor de los casos, te sisaran el cambio. A veces no había más remedio que reclamar la pasta a golpes y patadas y, aun así, lo habitual era que el engendro se quedara con las monedas. No me extraña la saña con la que algunos se despacharon con aquellas trampas. 

          Pensaba esto porque ayer cometí el tremendo error en un hotel de Madrid de tratar de comprar una botella de agua en uno de esos engendros de vending. Dícese de una máquina supuestamente avanzada en tecnología que vende agua a precio de tinto Ribera del Duero reserva. Pero había sed y meter el careto en el lavabo para beber a gañote del grifo me cuesta, aunque no dudo que es hacia donde nos llevan, si no a algo peor. 

          Metí un billetito inocente de cinco pavos por una rendija que me lo escupió unas veinte veces en modo primero te voy a tocar los huevos, que sé que tienes sed. Luego, una vez decidió aceptar la pasta me devolvió los 2,20 euros en ridículas monedas de 10 céntimos. Resultado: saturó el monedero de tal modo que no se podía abrir para recoger mis preciadas monedas. Otra pelea, y algunos empujones a la maquina ante la atenta mirada del segurata y la recepcionista. Decidí entonces recoger primero la botella y, otra pelea, al meter la mano en una trampilla o especie de portón negro con muelle me atrapó hasta el codo con ánimo de cortarme el brazo para impedir que sacara la botella de agua a precio de Pesquera.

          Me consideré en tierra hostil y, haciendo un alarde de la paciencia que no tengo, hablé con el segurata y la recepcionista: «o hablan ustedes con la maquinita, les dije, y me dan mi agua y mi dinero o aquí se va a liar la mundial y le pego fuego al hotel» (Se me fue un poco el ímpetu y las ganas de matar). Accedieron, no obstante, a la mediación. Llaves de por medio y apertura de la traidora máquina y otras operaciones impidieron el desastre y mi perdición. Yo me pregunto: ¿De verdad tenemos que construirnos un mundo rodeado de tantas mierdas que nos hagan la vida tan antipática ?

Garganta de faquir

          Hay argumentos y relatos que nos tragamos como faquires sin el más mínimo esfuerzo. Quizá porque primero nos fueron acostumbrando a engullir dislates con cucharilla y en pequeñas dosis, a modo de yogur o papilla. Luego, y según los gaznates fueron tomando forma ensanchada nos vimos un día comulgando con ruedas de molino, tan ricamente. Y, de ese modo, hemos llegado al día de hoy en el que la trola más incomestible nos la meten hasta el corvejón sin el menor reparo.

          No les voy a hablar de bulos, ni de la intifada gubernamental contra los medios que se viene encima como parte del plan de demolición de las libertades. Para estas cosas ya tienen ustedes, queridos lectores, los telediarios y, además, se van a inflar a comer de ese plato durante las próximas semanas. El plan es que no se hable de lo importante y, sobre todo, de los casos más preocupantes para quienes tienen montado el circo un día sí y otro también con el dinero de todos los ciudadanos.

          Hace unas semanas la dimisionaria a tiempo parcial se «enorgullecía» de que en España se había batido récord de personas que necesitaban ayudas de subsistencia y un salario mínimo vital. ¡Esperen no mastiquen y piensen un poco! O sea, orgullo NO de personas que escapan de la pobreza y las ayudas, sino de lo contrario. No sé si el absurdo del relato le resulta comestible, pero desde un punto de vista lógico racional no hay por dónde cogerlo. Quizá por eso, estamos en el podio de los países con más personas en riesgo de pobreza y exclusión social en la Unión Europea, solo por detrás de Rumanía y Bulgaria.

Ver aquí el dato de Eurostat: https://ec.europa.eu/eurostat/databrowser/view/ilc_peps01n__custom_11655562/bookmark/table?lang=en&bookmarkId=1fe5fbf6-51a6-4b4b-a0d5-b9e715618a34

 

            Sin embargo, este dato no debe confundirles ni hacerles cambiar de dieta. No tiene nada que ver con el hecho de que los 3  países com más personas en riesgo de pobreza y exclusión social: Rumanía, Bulgaria y España sean gobernados por socialistas o social comunistas desde hace años. Muy al contrario, son las derechas malas y perversas que no gobiernan en esos países las culpables de que cada vez haya más desigualdades y más necesitados. Beba un poco de agüita fresca si no pasa fácil. Pero es lo que hay.

          Ya les anticipo yo con esa intuición que me caracteriza, que en estos países los necesitados y subsidiados, las personas a punto de caer en la pobreza y la exclusión, los desesperados y apartados del mercado, los sin casa ni posibilidad de comprarla, los que tienen problemas para llenar la cesta de la compra y comer decentemente aumentarán, y acabarán siendo una mayoría a salvo de la mano negra que los somete a una situación tan desafortunada. Pero ahí seguirán, no podrán con ellos. Porque oiga, si de repente prosperan y son libres, ¿Para qué serviría el socialismo? Es para un amigo facha…