Equipo de indignación

          En realidad, el programa televisivo al que voy a hacer referencia se llama Equipo de investigación. Lo emite la Sexta que, dicho sea de paso, no es mi canal preferido. Lo que sí hago con frecuencia es zapear entre las opciones televisivas. Me entretengo viendo cómo se muerden los extremos rabiosos y alimentados de euros públicos y privados por los creadores profesionales de odios. Lo hago porque a pesar de todo, a veces, nos enseñan situaciones que supongo yo no persiguen otra cosa que provocar la indignación.

          Pensaba esto viendo a una reportera en un barrio residencial preguntando por un conocido narco de medio pelo, conocido en la zona, no hablamos de un Pablo Escobar ni de un Sito Miñanco. Uno de esos que se dedican a la maría y que tienen barrios enteros enganchados a la luz y amedrentados a sus vecinos. La gente prudente miraba para otro lado, negaba con la cabeza o los más atrevidos balbuceaban un: «todo el mundo sabe quién es y dónde vive».

          Por otro lado, en simultaneo, un alto mando de la Guardia Civil relataba con pelos y señales la vida del capo y sus conexiones: cantidades que trafica, hechos delictivos, detenciones y puestas en libertad y todo ello como el que cuenta el guion de una peli de serie B. Quizá con un punto de impotencia en el tono, algo así como si quisiera decir que estaba hasta los cojones de la situación. Que saben dónde vive, cuánto mueve, dónde tiene la pasta y hasta la hora a la que va al baño por las mañanas.

          La cuestión es que 2 o 3 matones en moto de alta cilindrada y grabando con móviles de más de 1000 euros, primero rajan los neumáticos del coche de la reportera y luego la acosan. Se ríen de ella y le ponen al narco en una videollamada de WhatsAPP, porque como lo estaba buscando… Todo grabado, y emitido en cadena nacional. Se saben intocables, por alguna razón dan por hecho que viven en un país sin ley y donde la impunidad se puede mostrar por la tele mientras te descojonas de la risa. Háblale tú a estos de que Hacienda somos todos.

          Por eso pensaba yo que el programa debía llamarse Equipo de indignación, porque doy por hecho que lo que se persigue es, precisamente eso, una indignación difícil de soportar. A mí que algún psicópata de productor le parezca bien provocar ese reflujo de odio en la población normal y corriente no me extraña, pero no salgo de mi asombro ante el hecho de que en tan poco tiempo hayamos hecho de nuestra sociedad una selva, y ademas la hayamos llenado de orangutanes.  

Saramago, ceguera y totalitarismo

          El gran escritor, Premio Nobel de literatura, José Saramago escribió en el año 1995 una obra singular titulada Ensayo sobre la ceguera. Recuerdo que la primera vez que la leí, cosa que he hecho dos veces, pensé en lo fácil que sería que algo como la pandemia blanca ocurriera en nuestras vidas, y lo poco que tardaríamos en ver efectos idénticos en la sociedad. Una pócima nebulizada desde los gobiernos capaz de obstruir cualquier vestigio de luz en el cerebro de gran parte de la población.

           Personalmente, y después de la rachita que llevamos, estoy convencido de que la maquinaria de ingeniería del condicionamiento social ha logrado efectos similares. Por un lado, una gran cantidad de rebaño inmunizado. Da igual lo que llegue a la opinión pública, como ocurre en las sectas, el individuo ha sido anulado y su razón ya no rige por criterios de objetividad u observación: lo único  que actúa es el sectarismo y la obediencia ciega. No niego, y solo hay que ver a esos pobres ministros arrastrados por los medios, también el miedo. En Alemania, después de la II Guerra Mundial, fue necesario un proceso de desnazificación con grandes masas de población superviviente.

          Por otro lado, una perturbadora puesta en escena de las acciones más abyectas y contrarias a la decencia democrática, pero que se pretende que se den por buenas. Todo, siempre que el sanchismo no acabe. Idéntica maniobra a la usada por el nacional socialismo hasta su hundimiento. El disidente es aniquilado o silenciado, cualquier maniobra sicaria es válida, y por todos los medios intentar ocupar las instituciones sin límite y sin respeto al reparto de poderes democráticos. 

          Pensaba esto porque en la España del sanchismo (o nuevo fascismo si prefieren), ya estamos en ese nivel. Obvie usted decir nada de las mil tropelías de la mafia porque solo encontrará 3 palabras: bulo, fango y ultraderecha. Un mantra en forma de trío que ocupa toda la capacidad sináptica de unas redes neuronales que, quizá como ocurriera con el pasado apagón, han colapsado en algún momento y nunca sabremos el porqué, ni de lo uno, ni de lo otro. Y casi mejor renunciar al intento, su única salvación será el suicidio colectivo o la dessanchificación, cuando descubran que han formado parte de un intento de destrucción de su propio país.

          La sociología moderna lo acabará estudiando en el futuro. Cómo un Estado de derecho pudo estar a punto de sucumbir  y autodestruirse con el beneplácito de buena parte de la población. Sosteniendo en el poder al Jocker enloquecido, capaz de inventar realidades paralelas con el único objetivo de esconder su siniestras maniobras.

España de Babel

          Se dice en lenguaje jurídico que tanto las fuentes como los medios de prueba son fundamentales en la parte procesal. Y no jurídico, pero sí social, es el terreno en el que se mueven los discursos diarios de tertulianos y fauna afín. La mayoría no son abogados, y muchos de ellos ni siquiera son periodistas, pero sientan supuestas cátedras sobre Derecho sin el menor pudor ni recato. Es obvio que se trata de una diseñada terapia del pensamiento colectivo que pretende que el individuo adopte un determinado punto de vista como lo válido y certero y que, como contraposición, asuma que cualquier otro es erróneo.

          Esto lo descubre usted fácilmente en cualquier barra de tasca por la que pase a mediodía a tomar una caña. No tardará en escuchar como se dictan sentencias sobre hechos que, probablemente, nunca sucedieron o forman parte de la bulosfera mediática. Será testigo de cómo se criminaliza de oído y alegremente a jueces (por ejemplo); así tal cual, como el que sopla la boquilla de un matasuegras la noche de fin de año. Se compran y venden opiniones espurias según el canal de la tele que se ve y que es visionado, precisamente, para confirmar el propio sesgo y reafirmarlo.

          Es cierto que acomodar lo que mejor nos parezca, y según nuestras preferencias, es más fácil que acudir a las fuentes primarias y comprobar datos antes de hacerse una idea torticera sobre cualquier tema. ¿Cuántas veces le han intentado tapar la boca con un: «lo ha dicho la tele?». Sí es así, amigo mío, dese por jodido como aquel que dice. Le acaban de dar con las tablas del Moisés moderno y de nada sirve que intente rebatir las leyes de la farándula. Todo lo que va a conseguir si intenta demostrar lo contrario es que le coloquen la etiqueta de sectario.

          Pensaba esto porque mi natural curiosidad me lleva a zapear por canales televisivos de todo tipo y condición y, por las mañanas, suelo ir alternando desde primera hora —sobre las siete—, las distintas emisoras radiofónicas donde habitan personajes de diferentes pelajes y longitud de colmillo. Esto me pone de manifiesto que el trabajo ya está hecho, y que desenredarlo no va a ser cosa de hoy para mañana si es que se desenreda durante las próximas décadas. Probablemente, la rotura es de tal dimensión que no valdrá con coser costuras y habrá que reinventar alguna cosa más sofisticada.

          La sociedad española está rota, quebrada más o menos por la mitad. Es una especie de gigante cabezudo con cuatro ojos: dos debajo de la frente y otros dos en la nuca. Mientras una mitad trata de convencer a la otra de que es un olivo con aceitunas lo que hay enfrente, la otra le asegura que lo que está viendo son dos perros copulando en una esquina. No hay manera de entenderse. La realidad se configura ahora como se pretendía: a través de un diálogo de besugos en los que solo vence el disparate, la incoherencia, la imposibilidad de tener bajo ningún concepto un punto de vista común. Esa debía ser la idea de aquellos que ansiaban asaltar el cielo. Sin embargo, estoy convencido, de que lo que van a conseguir es que España acabe como la torre de Babel: la parte superior quemada, la parte inferior tragada por el fango, y la de en medio se irá pudriendo lentamente con el paso del tiempo. Sin ánimo de ser pesimista.

           

          

La verdad líquida

          El concepto de liquidez aplicado a fenómenos sociales lo acuñó con enorme acierto el sociólogo Zygmunt Bauman, abriendo una línea de investigación brillante a mi juicio. Quizá algunos desmemoriados ya no recuerden aquella moda reciente de la posverdad, que la R.A.E define ahora como: «Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales». No crean ustedes que semejantes inventos son fortuitos, ni de lejos. Su evolución perversa más actual se llama Teoría de bulos. Otra maniobra goebbeliana de ingeniería social.

          Para los más militantes y cafeteros la cosa es bien sencilla: bulo es todo lo que les perjudica como grupo, y verdad es cualquier cosa que les beneficie. Parece simple, lo sé. Sin embargo, no se confíen porque la elaboración de la maniobra cuenta con artefactos y municiones que, para más INRI, pagamos entre todos. En mi tiempo se definía de forma menos fina con un: «ademas de puta poner la cama». Hoy, por supuesto, pueden ustedes elegir entre denunciarme por recordar esa frase o preguntarle a Chat GPT qué coño significa INRI.

          Nos inoculan en el gotero informativo, ese que nos ponen en vena sin que seamos muy conscientes, la idea de que casi todo lo chungo es falso. Conspiración, ataques injustificados al puto amo y su cohorte, envidia, maldades enigmáticas y, ademas, nos cuentan que se trata de bulos de una banda de malos sin escrúpulos llegados del peor pasado del fascismo y bla bla bla. El procedimiento le puede parecer, y de hecho lo es, bastante garrulo, pero créame, el martillo pilón diario da sus frutos. La peña acaba tan confundida de sentir como algo negado lo que sus propios ojos ven continuamente que termina pasando de todo y no creyendo en nada. Ese es el triunfo de la maniobra, el objetivo final. La indefensión aprendida.

          Anestesiadas la neuronas del personal a base del supuesto bulomachaque el cerebro queda como una mandíbula embadurnada de novocaína, es decir, insensible al tacto con la realidad. De ese modo, la gente empieza a ver como normal el esperpento, y a considerar como filfa lo que le digan que es bulo. Que existen noticias fake es obvio, y que se cuentan sin miramiento ni vergüenza para atacar desde el poder al oponente también. Un día te despiertas y te sueltan que, ¡Oh, casualidad! Mira tú por donde, precisamente ese juez, es un delincuente porque tiene dos DNI y se compra las casas a pares. Y se quedan tan anchos después de soltar la milonga. 

          La historia del sapiens, nos guste más o menos, se ha construido a base de sometimiento, aniquilación y engaño. Lo del amor, la fraternidad, las lucecitas y los arbolitos está bien para darnos una pátina de compasión y meternos unas copas. Pero no se confunda, usted vive rodeado de piratas y tarados mentales, mucho más que de mortales amorosos y ositos de peluches. ¡Mire! ¡Observe su mundo! Vea por un momento como le engañan, le mangan la pasta los que mandan para vivir como sátrapas y se ríen en su cara. Se lo llevan crudo y luego, al igual que usted y que todos algún día, acaban en la caja de pino o en la incineradora.

          El mundo en este 2025 que ahora comienza, y España no es un planeta de otra galaxia, comienza sometido por una nueva fauna de personajes sin valores éticos ni escrúpulos. El tiempo de las ideologías y la fe en el individuo es el pasado, ahora es la militancia mercenaria la que prevalece. Para este tipo de gente vacía de cualquier creencia el único objetivo es permanecer al precio que sea, su bandera es la nada. En una reciente encuesta leía que casi el 40% de los votantes del partido hoy en el poder perdonarían cualquier cosa, lo que sea, con tal de que no caigan. Y es que ya lo decía Fiodor Dostoievski en boca de uno de los hermanos Karamazov: «Si Dios no existe, entonces todo está permitido». 

La agenda de Noel

          A papá Noel la agenda se le está complicando tela marinera. Me refiero a una moda que viene de lejos y que, sobre todo, hemos inventado en nuestra querida España. ¿Qué moda? Pues la de cambiarle la agenda con el trabajo que tiene preparar los renos. Pero sí, a veces los cambios vienen, como en Bérchules (Granada), provocados por la anécdota de un apagón en 1994. Desde entonces, estas tradicionales fiestas que incluyen el movilizar a gente como Noel, se celebran en agosto en esa localidad.

          Otras veces, sin embargo, la cosa no va de recoger la anécdota para convertirla en algo digno de admiración y mención, sino en una astracanada fruto de vaya usted a saber qué, pero todo apunta a aquello de Panem et circenses. En Venezuela, donde recientemente y a pesar del mudo verificador internacional español, el dictador Maduro les ha robado las elecciones a los venezolanos, ahora dice que adelanta la Navidad a primeros de octubre. Anuncio que un público seleccionado aplaudía en televisión con sincronización coreana.

          No aclara el dictador si este adelanto es para siempre desde este año, o solo por una vez para entretener el hambre, la miseria y la represión política violenta. La UE no reconoce la legitimidad democrática en el país, ni los Estados Unidos tampoco, pero mientras tanto el dictador amenaza con asaltar la embajada de Argentina donde se refugian los vencedores de las elecciones. Por desgracia, los venezolanos tienen pocas esperanzas de que la comunidad internacional intervenga por la fuerza como se hizo con Noriega en Panamá.

          Noel no les traerá la libertad a los venezolanos por mucho que se dé prisa en llegar con sus sacas de regalos. El mundo se está partiendo en dos bloques, y las socialdemocracias de las que tanta prosperidad hemos conseguido en Occidente se agotan. Tiranías como las de Maduro cuentan con la protección de países no democráticos como Rusia, China o Irán. Es esa parte del mundo donde los derechos humanos no importan y la libertad se le arrebata por la fuerza a los ciudadanos.

          Pensaba esto, más que nada, por las próximas generaciones. Europa no está libre de culpa ni del riesgo de partirse en dos, y no en buenos y malos como nos quieren hacer tragar. No así, sino en dos mitades fallidas que es una solución mucho peor, porque ninguna de las dos propuestas a las que tienden los países, incluido el nuestro, tendrá diferencias con la dictadura de Maduro, por mucho que adelantemos la Navidad, si es que la Navidad no es derogada antes por decreto Ley y Noel se queda con contrato fijo discontinuo. 

¿Y si fue la vacuna…?

           Todos hemos oído, leído e incluso reído con las teorías de la conspiración durante la última pandemia global que nos sacudió de lo lindo. Un repaso en toda regla a la prepotencia humana y la falta de previsión que costó 15 millones de vidas solo durante los primeros dos años, según Naciones Unidas.  España estuvo, como otras veces lo está en fútbol, a la cabeza del desastre, la manipulación informativa y el número total de muertos que, según el gobierno y sus palmeros, fueron sobre todo asesinados por la presidenta de Madrid: la señora Ayuso, que cada vez que hay elecciones les pasa la mano por la cara. 

          Nos comimos como campeones dos encierros inconstitucionales durante meses (por eso cambiar el TC), nos jamamos igualmente más años de mascarillas que de antigua mili, para ver si Koldo y su mafia ministerial liquidaban el stock chino, nos dejamos comer la oreja por el tonto Simón de un caso o dos como mucho y, además, aplaudimos como focas en los balcones según el tum tum de los tambores de un tipo que salía a darnos charlas paternales de una hora sin haber ganado nunca unas elecciones. Ni para presidente de su comunidad de vecinos.

          Pensaba esto después del bochornoso espectáculo de esta semana. Un prófugo de la justicia perseguido por delitos de extrema gravedad. Un delincuente internacional con orden de detención, que se mea en la cara de un país como España y lo hace en directo. Anuncia su agenda: cuándo viene, dónde da la charla pública televisada y, con las mismas, se va y se ríe de todos nosotros a la mansión que pagamos con nuestros impuestos. Allí supongo se saca la chorra de nuevo la moja en cava catalán y se la limpia en las cortinas decoradas con la bandera española. 

         Yo no creo que así por las buenas la humillación pública sea algo soportable de forma natural. Hoy, y con razón, le dices a un tipo amanerado maricón en un bar, o guarra a una que parezca una guarra de pago y acabas con grilletes en el calabozo. Después acusado de un delito de odio (nadie sabe cuál es el baremo ni el tipo objetivo), y lo mismo arruinado y maltratado. Eso si no te han metido antes una paliza el dueño del bar y sus amigos, dependiendo de si estás en La Moraleja o en Rivas Vaciamadrid. 

          Yo creo que nos metieron el chip, ya me jode darle la razón a Miguel Bosé, pero no hay otra explicación. Los humanos siempre tuvimos dos cosas que nos caracterizaban: la capacidad de vivir en sociedad, y el acecho preventivo para que no nos convirtieran en rebaños ciegos y rendidos. Nunca imaginamos que una masa amorfa de carne a 36 grados  sería capaz de tragar con todo sin rebelarse, sin hacer como en otras épocas hizo: darle caza al traidor y sus valedores y colgarlos por los pies en plaza pública. 

Marimacho

          Cuando yo iba al cole siendo adolescente el wokismo no existía. De USA lo que se importaba era el Winston y las películas de indios y vaqueros. De hecho, los niños solíamos pedir en Reyes, entonces Noel no había nacido, el equipo de shérif con su cinto repleto de balas y el revolver, además del sombrero y la estrella de seis puntas para prenderla de la pechera con un alfiler. Las niñas eran más de muñecas y cocinillas. Ninguna pedía unos guantes de boxeo. 

          Cierto es que, como en todas las épocas, había niños que se pirraban por echar mano a las cocinillas y las muñecas, y niñas que pasaban de esos juguetes y eran más de jugar al fútbol. El balón de reglamento, que así lo llamábamos, era otro de los regalos estrella de los niños junto con la camiseta del equipo preferido y las botas de tacos. Se hacía raro ver niñas jugando al fútbol, ¿quién nos iba a decir que las hijas de aquellas niñas acabarían siendo campeonas del mundo?

          Pensaba esto porque por aquel entonces a las niñas que se salían del carril los niños nos referíamos a ellas como marimachos, término hoy recogido por la R.A.E y que se refiere de manera despectiva a las niñas que se comportan y actúan como niños. Por suerte, con los años y la cultura de la igualdad bien entendida, las conductas y actividades de las personas no definen ni identifican el sexo de quienes las realizan. Tenemos hombres que son los mejores cocineros del mundo, y mujeres campeonas a nivel mundial en muchas disciplinas deportivas.

          Pensaba esto porque el wokismo como disparate, que no como ideología, nos quiere hacer comulgar con ruedas de molino. Lo vimos esta semana cuando un hombre embutido en un cuerpo de mujer, con cuerpo de hombre, cara de hombre y bíceps de hombre, de un solo puñetazo en menos de 30 segundos dejó K.O a la boxeadora italiana. En este caso, pensé, no se puede hablar de un marimacho porque no es lo que hace, sino los atributos fisiológicos y hormonales los que la acercan más al sexo masculino que femenino.

          Como quiera que sea, esa deportista encuadrada en torneos femeninos no tiene permitido competir en boxeo a nivel mundial, pero se «coló» en las Olimpiadas creando una situación injusta que ninguna feminista woke ha salido a criticar. No dudo que veremos a mujeres trans con barbas y bíceps como los de Tyson masacrando a chavalas de toda la vida en el ring para regocijo del wokismo pero, que quieren que les diga, para mi la argelina no es un marimacho, es un macho con vagina.     

Adictos al brócoli

          Por estas fechas todos los años menudean las compras de alimentos como el brócoli, las lechugas de tallos verdes y amargos, y diferentes ramajes que la gente consume como si se convirtieran en seres herbívoros por devoción. La intención, al parecer, es no mostrar en la playa unas lorzas que se han estado cebando durante todo el año con mimo y paciencia. Yo hace años que me he resignado al hecho de vivir en un mundo que está hecho al revés.

          Estoy convencido de que en otros mundos, quizá a no muchas galaxias del nuestro, el cordero y el cochinillo asado adelgazan y bajan las cifras de colesterol malo. Si además se les hace la cama previamente con un litro de cerveza fría y luego se riega con un bueno vino, entonces también se reduce el riesgo de infarto o de acumular grasa en el hígado. Y también doy por hecho que unos buñuelos con nata para terminar, o una copa de helados variados bajan los niveles de azúcar y evitan la diabetes.

          Pensaba esto porque estoy convencido de que no nos hemos podido fabricar a conciencia un mundo a la medida de lo malo, de lo que no nos gusta. Y que para mayor padecimiento todo lo bueno y rico de consumir se convierta en una espada de Damocles, o nos mancille la imagen con el estigma del sobrepeso y las miradas reprobatorias de los adictos al brócoli. Esos seres escasos que caminan por la orilla reclamando una mirada que nadie les presta, con cara de estreñidos o de amas de llaves del castillo de los horrores. 

          Estoy casi seguro de que en ese otro mundo, el sitio bueno y al que no hemos ido a parar por nuestra mala cabeza, mientras menos se trabaja más dinero se gana, porque doblar el lomo le gusta a poca gente. Los que se esfuerzan y se dejan media vida currando acaban pobres y sin amigos por no dedicarles tiempo, y terminan viviendo de la beneficencia. Si además reúnen los vicios propios de los herbívoros es probable que no lleguen a la esperanza de vida por alguna complicación sanitaria.

          En ese mundo donde el brócoli está prohibido, y sus plantaciones se han sustituido por la marihuana gratis, el jamón de bellota está más barato que la cebolla, y las fuentes de las plazas tienen dos grifos: uno de agua para los patos y otro de manzanilla fresquita para el humano. Yo estoy seguro de que alguien nos hizo el mundo un día que se sintió mala persona, y en un acto de locura nos mandó de una patada a esta huerta de padecimientos, donde si no eres adicto al brócoli lo llevas crudo. 

La zorra y sus cuentos

                    Yo no he visto hasta el día de hoy ninguna zorra de carne y hueso, al menos que pueda recordar. Cierto es que no se trata de un animal doméstico ni fácil de ver. Supongo que, a menos que se frecuente el bosque cuando estos animalitos salen de paseo, es complicado coincidir con las zorras que queden por el ancho mundo. Y ahora que lo pienso no sé si no será debido en parte a la mala fama que le hemos dado los seres humanos. Desconozco si en otros idiomas llamar zorra a una mujer es tan peyorativo como en español, pero en nuestro idioma desde luego lo es.

          Pensaba esto viendo a la representante española en Eurovisión ayer noche. Una señora que cantaba una canción llamada «zorra», referidas la letra y el título del tema a una individua ficticia (la interprete) de vida alegre, que según entendí del argumento sale cuando le da la gana, o se viste o alterna como mejor le parece. Y claro, deduzco aunque no me enteré muy bien de toda la letra, que se quejaba de que los demás la llamaban zorra de forma peyorativa por vivir a su manera. En fin, ese sería el argumento, más o menos. Todo ello envuelto en una coreografía que supongo representa a un colectivo determinado y no al conjunto de españoles. Desde luego, a mí no me representaban. No creo que sea esa la España real. En fin, resultado del experimento: castañazo gordo hasta la posición 22 con menos puntos que el Almería, más o menos.

          Aquí en nuestro país neowoke los medios nos han atribulado a base de la necesidad de boicotear a Israel (por suerte no he oído aquello de al perro judío), aunque sí hemos visto un Tuit de una ministra del gobierno llamando al exterminio de los judíos de forma literaria: «desde el río hasta el mar», tuiteó sin el menor reparo. Claro que es posible que esa ministra de lo que sea desconozca que ese lema lo adoptó Hamás en 1980 (puede que tampoco sepa que Hamás es una organización terrorista). Con esta gente nunca se sabe.

          El odio diseminado por los defensores del buen rollo, de la necesidad de querernos mucho, de la distensión y los no creadores de bulos incluido ese mismo de no crear bulos, no ha surtido el efecto buscado. Sí que escuchamos algunos silbidos durante la actuación de Israel y, sobre todo, las redes sociales con ejércitos de cuentas pagadas para distribuir basurilla gubernamental estuvieron muy activas. Algunas excéntricas que durante los días previos llamaban poco menos que a un progromo debieron sufrir un síncope vasovagal al ver que Israel quedaba entre las 5 primeras, que nuestra zorra woke era enviada al cubo y que los españoles, con esa verdad del pueblo que tanto ensalzan, votaron así:

 

           

Donde habita la verdad

          Alguna vez he hecho mención al concepto de sociedad líquida, creado por el sociólogo ya fallecido, Zygmunt Bauman. Y también al juego que sigue dando su teoría si la aplicamos a diversas cuestiones relevantes como la verdad o la ficción, la percepción de la realidad o la versión interesada que nos venden con frecuencia quienes, precisamente, menos creen en la verdad y más interesados están en convertirla en algo líquido e interpretable. 

          Hace unos años se puso de moda aquello que se llamó la postverdad, que venía a ser el anticipo del punto en el que nos encontramos hoy. En resumidas cuentas, la verdad no era lo que veíamos y tocábamos o comprobábamos personalmente, la verdad pasó a ser el relato. Lo que quien quiera que estuviese interesado en deformar o inventar una realidad alternativa e interesada tuviera la ocasión de hacerla pública. Hoy es lo habitual. Seguramente, habrá oído usted de escándalos que harían caer gobiernos que, como por arte de magia, desaparecen del debate y la información pública y son sustituidos por otros más convenientes a quien tiene el poder.

          Pensaba esto porque más allá de la postverdad, en lo que hoy podríamos llamar la cotidiana mentira, existe el mundo de la ficción y sus personajes, que como defiende Umberto Eco, son una verdad no sujeta a interpretaciones. Sus identidades son incuestionables. Dice Eco en su libro: Confesiones de un joven novelista.  

 «En la vida real no estamos seguros de la identidad del Hombre de la Máscara de Hierro; no sabemos realmente quién fue Kaspar Hauser o si Anastasia Nikoláevna Romanova fue asesinada con el resto de la familia real rusa en Yekaterinburg o sobrevivió. En cambio, leemos las historias de Arthur Conan Doyle estando seguros de que, cuando Sherlock Holmes se refiere a Watson, designa siempre a la misma persona, y que en la ciudad de Londres no hay dos personas con el mismo nombre y la misma profesión». Watson es una verdad más allá de cualquier duda razonable.

          Por eso, ahora que nadamos en la abundancia de la manipulación más descarnada, que hemos alcanzado una realidad en la que la mentira es moneda de valor en alza y curso legal, que además se puede practicar con impunidad, de forma pública y sonrisa en los labios sin miedo al reproche o repudio social, nos queda la ficción. Ese mundo en el que las identidades creadas son auténticas, únicas, irrepetibles e inmunes a la manipulación interesada de quienes construyen mentiras y las venden como realidades.