A veces me pregunto por qué hay sociedades que avanzan a una velocidad inusitada y otras de las que intuyes que están condenadas a desaparecer o, salvo cambios radicales, a servir de muleta y pariente pobre de las primeras. Y, casi siempre llego a la misma conclusión: las sociedades basadas en la permisividad, no confundir con libertad; exigentes en derechos y laxas en las obligaciones; complacientes con la mano extendida y rácana con el esfuerzo son las que no avanzan. De esto hay mucho en Europa, y aquí en casa somos el ejemplo palmario del modelo.
Hace cinco años, durante la pandemia que recorrió el mundo, asistimos a dos formas de entender la productividad. Mientras los chinos, y no soy yo un amante del arroz tres delicias, montaban de cero un hospital de 2000 camas en una semana, aquí nuestros socialistas feministas progresistas y reformistas resilientes andaban correteando en pijama por los paradores haciendo fiestas de almohadas. Se nos llenaban las morgues de cadáveres, y los primeros espadas del gobierno amasaban fortunas en R. Dominicana y a saber dónde más, algunos de ellos ya en la cárcel.
Pensaba esto porque con esos mimbres y a la vista de que casi la mitad del país, incluso así, acepta la situación, no es que estemos al borde del colapso, es que estamos en la orgía de la paranoia. Estamos llegando a un punto de ebullición de la ridiculez casi convertidos ya en una sociedad paria. Una donde todo el que asoma la cabeza quiere un buen salario, casa grande y barata, sanidad de lujo, muchas vacaciones y horarios reducidos, ademas de dos huevos duros y pagarlos en negro… Y todo ello, a cambio de que las cosas se hagan solas, o de hacerlas con la punta del pepino. Si hubiéramos tenido que levantar un hospital en dos semanas, aún estaríamos descargando el camión del cemento.
Este mes de noviembre llevo 3 pequeñas averías en casa. Se me rompió la botonera de la campana extractora de la cocina, la tapa de un cubo de basura y tengo un enchufe que ha dejado de funcionar. Para las dos primeras les cuento: El técnico de la botonera, después de enviarle 6 fotos y pedirla él a Barcelona, vino a la semana con una botonera equivocada. A la semana siguiente regresó y al colocarla fundió el led de la campana, otro pedido, y todavía no ha llegado. Esto le va a salir a la garantía por 4.000 km de recorrido del trocito de plástico y 4 visitas de un técnico. En cuanto a la tapa del cubo en vez de color gris plata original, llegó de color blanco enviada desde Castellón que es donde se producen. Todavía no ha llegado. El pedido lo hizo la misma empresa que instaló la cocina. Y, en fin, miedo me da pensar en el enchufe.
Yo no tengo claro quién acabará antes con este tipo de sociedades varadas en el limbo, huérfanas de realismo y ajenas a la rotación de la Tierra. No sé si serán los chinos, o la inteligencia artificial o, incluso, los propios chinos con un mando a distancia usando la IA para ir apagándonos las luces a este lado del mundo y echar la persiana. Aunque, nos queda eso sí, la esperanza de que cuando le den al botón la persiana se atasque en el tambor y alguna de las luces provoque un cortocircuito y un incendio. De ese modo, al menos, nos despediremos como merecemos: con una algarabía de fuegos y artificios como ninots de una Falla chusca.
