La pandemia de impotencia no es una enfermedad como tal porque, como usted habrá intuido, no me refiero a un asunto fisiológico. No obstante, desde una perspectiva sociológica, sí tiene tintes de patología. Se trata de una incapacidad casi absoluta para obtener respuestas a las que se tiene derecho por parte de entidades públicas y privadas. Y como derivada, del hecho de que no se pueda hacer nada, salvo ser resiliente, ese término woke que no hace mucho se resumía en una frase más castiza y certera: «jódete y baila».
Un ejemplo son las, cada día con más frecuencia, zonas, barrios y localidades, o quizá debería decir guetos, donde se instalan en viviendas los narcos de la marihuana. Se enganchan a los sistemas eléctricos para cultivar las macetas, y el proveedor (por ejemplo ENDESA) acaba por cortar el suministro a todo el vecindario. Veo esas caras de familias que no se dedican a las drogas, y que pagan sus recibos de la luz o sus averías cuando las tienen, como son ignoradas por la empresa. Impotentes porque saben que la policía conoce el delito y a los delincuentes y no interviene. Impotentes porque la comercializadora les cobra la luz y no se la proporciona, y porque si devuelven el recibo les mandan al cobrador de morosos. Impotentes porque nadie les escucha, solo los abusan.
Recuerdo hace años, en los 90 para ser más concreto, como daba gusto cruzar con el AVE los campos de Castilla-La Mancha y Andalucía. Los mismos que ahora arden por descuido, mala gestión y manos criminales. Sentado en un sillón doble de ancho que ahora, mientras me servían el almuerzo en mantel de tela con vajilla de porcelana y cubertería de restaurante. Me ofrecían champán para amenizar la espera de un menú de dos platos, y luego barra libre durante el viaje. Que impotencia 30 años después hacer el mismo trayecto hacinado como una sardina, frente a una máquina de vending con chocolatinas, sin servicio ni atención de nadie. Los frecuentes retrasos, el abandono durante horas en un infierno a 40 grados y, de postre, un ministro con cara de simio haciendo chistes malos con el móvil en las redes sociales.
Que impotencia ver como desde la pandemia de COVID-19 se ha quedado lo peor. Sin necesidad, solo por aquello de aprovechar los trenes baratos. Ya nadie atiende a nadie sin cita previa: bancos, centros de salud en los que la masificación es ya de proporciones africanas; organismos de la Administración pública; SEPE cerrado o como si lo estuviera sine die; o empresas de servicios esenciales donde te atiende una maquina para torearte al capote y hacerte perder el tiempo. Solo funciona Hacienda. El único organismo moderno y automatizado que marcha como un reloj. Que impotencia ver como el suelo que pisas se está yendo al carajo mientras te sacan los higadillos y se ríen en tu cara.
Yo decía que se trata de una patología porque ante semejante panorama veo mucha gente que normaliza el hecho de que casi todo vaya a peor en sus vidas y en su entorno. Que ven como 4 sátrapas acaban con un país, le cuentan mentiras sin descanso y se las comen con papas. Que impotencia que tanta gente, vaya usted a saber el motivo, se ha tragado la pócima ideológica por la que todos debemos ser resilientes nivel pro ante la mierda de España que nos esta dejando el sanchismo.
Y lo que queda por destrozar, que aún le quedan dos años de legislatura.
Eso me temo. Me temo lo peor.
por desgracia….una semana más lo clavas….así es como están arrasando con todo y con todos los que no le ríen la gracieta al simio…..
Ceguera absoluta.
lo triste es que cuando muchos se den cuenta será demasiado tarde , y entonces verán todo lo que se ha ido al carajo.
Totalmente.
La impotencia está causando estragos físicos en muchas personas.
Las úlceras estomacales van en aumento.
¡Ah! y también la pandemia de la estupidez… Se está recogiendo la cosecha (de estúpidos que se ofenden por la meada de un gato) que se ha sembrado con esmero en estos últimos años, y que defienden como bien dices «la pócima ideológica por la que todos debemos ser resilientes»
Miguel Ángel, lo has clavado.
Gracias, amiga. Así es.