Es incomprensible que un país como España tenga una derecha política como la que tenemos. Tan injusta y embustera con el «impoluto» partido sanchista, o sin el impolo. Solo se entiende desde el resentimiento por haber ganado las elecciones y que no se les permitiera gobernar. La derecha no se conforma con haber tenido más votos que ningún otro partido, sino que tienen que poner en solfa la legitimidad de quienes llegaron al poder negociando con todos, aún siendo los perdedores. Y, por todos, me refiero a todos. Terroristas incluidos y asesinos de miembros del propio PSOE, y después de haberlo negado hasta la saciedad.
De ahí deriva esta oleada de fango de la fachosfera que impide a los sanchistas gestionar a sus anchas los dineros públicos en las cafeterías y los clubs de alterne. Por culpa de la derecha y la ultra derecha hemos tenido que arrastrar a todo el país por media Europa para comerle el culo a un delincuente como Puigdemont. El pobre enamorado se ha visto obligado a cambiar de opinión muchas veces, no una vez, sino todas las veces y las que haga falta. ¿Cuánto trabajo le costó al electricista gordinflón ir a Waterloo en primera clase contando billetes de las mordidas? La derecha nunca reconoce el enorme trabajo hecho a base de electricidad y fontanería.
Uno de los fachas más denostados fue Albert Rivera cuando ejercía en la política. Un iluminado que dijo que el gobierno estaría en manos de Sánchez y su banda. Una banda con un solo objetivo: saquear el país a costa de lo que fuera. Y el muy facha, no contento con eso, señaló a un simple portero de puticlubs, a un cliente habitual de los servicios de chicas, y al regordete calladito como los miembros de la banda. Y todo porque él no iba a formar parte del gobierno. Y se piró y dijo: «que os den, que ya los conoceréis cuando llegue el momento».
Fue por eso, y no por otra cosa, por lo que los jueces, los periodistas, y la media España fascista empezaron a atacar al pobre enamorado. Por eso, y porque es muy guapo y alto y tiene una mujer rubia y un hermano músico, qué más se puede pedir. Son razones para que más de la mitad de un país de 50 millones de personas quiera quitarle el poder. Por suerte, no todos los fascistas y xenófobos son malos. Junts, por ejemplo, aún siendo la ultraderecha más reaccionaria de Europa apoya al enamorado, y no están dispuestos a dejarlo caer. Un acto de valentía y sentido de Estado que nos cuentan con un pinganillo y un traductor para entendernos mejor.
El jueves vi al enamorado por la tele, un poco demacrado. «Yo estoy bien», dijo después de que en la dana palmaran más de 200 personas y lo sacaran a palos de allí. Pero hay algo que no me está gustando de él. Su patología compatible con diagnósticos psiquiátricos descritos en el manual DSM-5. Parece que le está afectando más de lo habitual. Quizá usted no se dio cuenta, porque el enamorado tiene mucho arte, pero ese día se sacó la chorra en directo por la tele y echó una larga meada en el careto de sus votantes que, siempre bien agradecidos, disfrutaron de esa ducha con la que les bendice el one, con cara de póker y mientras por dentro el muy felón se descojona de la peña.