¿Por qué son tan fachas?

          Es incomprensible que un país como España tenga una derecha política como la que tenemos. Tan injusta y embustera con el «impoluto» partido sanchista, o sin el impolo. Solo se entiende desde el resentimiento por haber ganado las elecciones y que no se les permitiera gobernar. La derecha no se conforma con haber tenido más votos que ningún otro partido, sino que tienen que poner en solfa la legitimidad de quienes llegaron al poder negociando con todos, aún siendo los perdedores. Y, por todos, me refiero a todos. Terroristas incluidos y asesinos de miembros del propio PSOE, y después de haberlo negado hasta la saciedad. 

          De ahí deriva esta oleada de fango de la fachosfera que impide a los sanchistas gestionar a sus anchas los dineros públicos en las cafeterías y los clubs de alterne. Por culpa de la derecha y la ultra derecha hemos tenido que arrastrar a todo el país por media Europa para comerle el culo a un delincuente como Puigdemont. El pobre enamorado se ha visto obligado a cambiar de opinión muchas veces, no una vez, sino todas las veces y las que haga falta. ¿Cuánto trabajo le costó al electricista gordinflón ir a Waterloo en primera clase contando billetes de las mordidas? La derecha nunca reconoce el enorme trabajo hecho a base de electricidad y fontanería. 

          Uno de los fachas más denostados fue Albert Rivera cuando ejercía en la política. Un iluminado que dijo que el gobierno estaría en manos de Sánchez y su banda. Una banda con un solo objetivo: saquear el país a costa de lo que fuera. Y el muy facha, no contento con eso, señaló a un simple portero de puticlubs, a un cliente habitual de los servicios de chicas, y al regordete calladito como los miembros de la banda. Y todo porque él no iba a formar parte del gobierno. Y se piró y dijo: «que os den, que ya los conoceréis cuando llegue el momento».

          Fue por eso, y no por otra cosa, por lo que los jueces, los periodistas, y la media España fascista empezaron a atacar al pobre enamorado. Por eso, y porque es muy guapo y alto y tiene una mujer rubia y un hermano músico, qué más se puede pedir. Son razones para que más de la mitad de un país de 50 millones de personas quiera quitarle el poder. Por suerte, no todos los fascistas y xenófobos son malos. Junts, por ejemplo, aún siendo la ultraderecha más reaccionaria de Europa apoya al enamorado, y no están dispuestos a dejarlo caer. Un acto de valentía y sentido de Estado que nos cuentan con un pinganillo y un traductor para entendernos mejor.

          El jueves vi al enamorado por la tele, un poco demacrado. «Yo estoy bien», dijo después de que en la dana palmaran más de 200 personas y lo sacaran a palos de allí. Pero hay algo que no me está gustando de él. Su patología compatible con diagnósticos psiquiátricos descritos en el manual DSM-5. Parece que le está afectando más de lo habitual. Quizá usted no se dio cuenta, porque el enamorado tiene mucho arte, pero ese día se sacó la chorra en directo por la tele y echó una larga meada en el careto de sus votantes que, siempre bien agradecidos, disfrutaron de esa ducha con la que les bendice el one, con cara de póker y mientras por dentro el muy felón se descojona de la peña. 

 

Saramago, ceguera y totalitarismo

          El gran escritor, Premio Nobel de literatura, José Saramago escribió en el año 1995 una obra singular titulada Ensayo sobre la ceguera. Recuerdo que la primera vez que la leí, cosa que he hecho dos veces, pensé en lo fácil que sería que algo como la pandemia blanca ocurriera en nuestras vidas, y lo poco que tardaríamos en ver efectos idénticos en la sociedad. Una pócima nebulizada desde los gobiernos capaz de obstruir cualquier vestigio de luz en el cerebro de gran parte de la población.

           Personalmente, y después de la rachita que llevamos, estoy convencido de que la maquinaria de ingeniería del condicionamiento social ha logrado efectos similares. Por un lado, una gran cantidad de rebaño inmunizado. Da igual lo que llegue a la opinión pública, como ocurre en las sectas, el individuo ha sido anulado y su razón ya no rige por criterios de objetividad u observación: lo único  que actúa es el sectarismo y la obediencia ciega. No niego, y solo hay que ver a esos pobres ministros arrastrados por los medios, también el miedo. En Alemania, después de la II Guerra Mundial, fue necesario un proceso de desnazificación con grandes masas de población superviviente.

          Por otro lado, una perturbadora puesta en escena de las acciones más abyectas y contrarias a la decencia democrática, pero que se pretende que se den por buenas. Todo, siempre que el sanchismo no acabe. Idéntica maniobra a la usada por el nacional socialismo hasta su hundimiento. El disidente es aniquilado o silenciado, cualquier maniobra sicaria es válida, y por todos los medios intentar ocupar las instituciones sin límite y sin respeto al reparto de poderes democráticos. 

          Pensaba esto porque en la España del sanchismo (o nuevo fascismo si prefieren), ya estamos en ese nivel. Obvie usted decir nada de las mil tropelías de la mafia porque solo encontrará 3 palabras: bulo, fango y ultraderecha. Un mantra en forma de trío que ocupa toda la capacidad sináptica de unas redes neuronales que, quizá como ocurriera con el pasado apagón, han colapsado en algún momento y nunca sabremos el porqué, ni de lo uno, ni de lo otro. Y casi mejor renunciar al intento, su única salvación será el suicidio colectivo o la dessanchificación, cuando descubran que han formado parte de un intento de destrucción de su propio país.

          La sociología moderna lo acabará estudiando en el futuro. Cómo un Estado de derecho pudo estar a punto de sucumbir  y autodestruirse con el beneplácito de buena parte de la población. Sosteniendo en el poder al Jocker enloquecido, capaz de inventar realidades paralelas con el único objetivo de esconder su siniestras maniobras.

Otro León socialista

          Hay gente que, después de todo, tiene mucha suerte. No paramos de llenar los noticiarios con apagones apocalípticos, papas que mueren, cónclaves, guerras o amenazas de nuevas guerras… En fin, un abanico de novedades XL que sirven como decía, afortunadamente, para que la olla de merdés locales en la que nos cocemos a fuego lento nos parezca una cosa anodina e insignificante. Que procesan al hermano del presidente, bah… envido. Que el juez llama a declarar al gobernador civil de Madrid y a un ministro… Puaj, tonterías de fachas… Y así todo.

          Por la banda izquierda andan esta semana a otras cosas, tirando cohetes con León XIV por ejemplo, porque según la conocida sabiduría de lo que esta gente aprende escuchando el violín, Prevost Martínez ha elegido ese nombre porque es progre como lo fue León XIII a finales del siglo XIX. Lo cojonudo es que lo dicen y te miran como diciendo: «¿Cómo te has quedao bacalao?». Y si te ven cara de poco convencido con el argumento te sueltan un: ¿No has leído la encíclica Rerum Novarum? Porque está clarísimo que este es socialista como lo fue aquel.

           Total, pensarán en su talentosa manera de enfocar las realidades alternativas, qué importa que votara en varias primarias del partido Republicano de USA hasta 2016, pelillos a la mar… Errores de juventud ya que solo tenía unos sesenta y tantos años por entonces. Nada para un papa. Lo importante es que siga la línea de León XIII, que para eso nos ha enviado una señal al elegir ese nombre. Claro que también se podía haber puesto Paco II, pero no, ha sido más sutil a la hora de elegir y si no, solo hay que leer la encíclica mencionada para comprender.

          Confieso que yo ya la había leído hace algún tiempo, y de ahí mi perplejidad combinada con el descojone. Son muchos su grandes pasajes como este: «Los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones». 

          El texto de León XIII (encíclica Rerum Novarum, publicada el 5 de mayo de 1891) destaca en otros pasajes parecidos, porque su opinión sobre el socialismo va en esa línea. Uno, claro, a poco que hile un par de movimientos del nuevo León concluye que, en efecto, votar republicano y elegir el nombre de León en honor a León XIII quizá tenga sentido. Lo que no tiene ningún pase, por indocumentado que se llegue a ser, es que se pueda estar tan intoxicado de mamandurrias como para no verlo y encima aplaudir con las orejas acerca de lo que no se conoce. 

El caso es que para comprobarlo solo hay, en efecto, que leerla. Aquí la dejo: 

Encíclica Rerum Novarum 

El mito y el timo de la igualdad

          Por suerte para la humanidad la igualdad no existe, es solo un mito, o un timo si se quiere, que venden los que más desiguales aspiran a ser. La igualdad no se da en biología, ni siquiera los gemelos univitelinos son exactamente iguales. No la vemos en los resultados de la evolución económica y social porque de ser así no habríamos salido de la Edad de Piedra. Sin las diferencias que marcan el talento, sin la visión más acertada de unos frente a otros que no la tienen, o el don de la oportunidad y, por supuesto, las diferentes voluntades a la hora de abordar el trabajo y la superación personal, el progreso no existiría como lo conocemos.

          El hecho de que las personas tengamos distintas capacidades nos enriquece como grupo, siempre que seamos capaces de dar a cada capacidad un desarrollo ajustado a su potencial. Parece que lo justo sería centrarse en la igualdad de oportunidades. Sin embargo, buscarla en los resultados es el truco que utilizan los igualitaristas para montar un discurso maniqueo que no se creen ni ellos mismos. Nadie asciende tan rápido de la mediocridad económica y social a posiciones de casta y privilegios como quienes llegan al poder prometiendo defender la igualdad. Todos conocemos como se pasa de 900 pavos al mes de la uni y el pisito en Vallecas, al taco gordo de nómina europea, el chaletón de Galapagar, la criada, etc… Para los defensores de la igualdad es sencillo: simplemente la defiendes y luego te aprovechas de ello haciendo lo contrario.

          Los regímenes que más defienden la igualdad social lo hacen con tanto ahínco que impiden que sus ciudadanos emigren. Son desiguales que suponen que si sus ciudadanos desean dejar el paraíso de la igualdad es por ignorancia y, por eso, les ponían muros en Berlín oriental, los encerraban en Cuba o los desaparecen en Venezuela. Si no quieren disfrutar de la igualdad que les dan los desiguales instalados en el poder, entonces no merecen la libertad de dejarlos ir a otro país. Como usted, lector inteligente podrá observar, se trata de una lógica más propia del planeta de los simios que de una sociedad avanzada.

          Esta semana con el apagón hemos vivido muchos ejemplos parecidos. Hemos conocido que una gran defensora de la igualdad, ahora presidenta en Red Eléctrica, exministra socialista del pseudo-venezolano ZP cobra un sueldo de 546.000 euros año (1.500 euros al día aproximadamente). O sea, 20 veces más del salario medio en España o 50 veces más que el SMI. La caga, se esconde y no dimite. ¿Razón? Tiene que seguir defendiendo la igualdad aunque nos quedemos a dos velas. Nadie aspira a ser más desigual que los defensores de la igualdad: el caso es que el timo les funciona.

          Los defensores de la igualdad viven en palacios, veranean en grandes fincas del Estado en sitios privilegiados, vuelan en aviones privados con surtido de muchos miles de euros en ricas viandas y, eso, es lo que vemos. Lo que sabemos es que no se conforman solo con eso, también se aforan para protegerse, se ponen sueldos millonarios, pensiones astronómicas, dietas enormes y, los más osados, se lo llevan en crudo y se lo gastan en Jesicas y en drogas. ¿Usted no se pregunta nunca igual a quién quiere ser el típico defensor de la igualdad de la zurda?  

El escritor comprometido

          Hace unos días fallecía a los 89 años el escritor, Premio Nobel de literatura (2010), Mario Vargas Llosa. Se iba uno de los grandes del siglo XX y, mucho me temo, que uno de los pocos que quedaban en la literatura con mayúsculas. Se marchaba de forma desacompasada en el tiempo respecto de su más íntimo contrapunto, desapareciendo así el dueto que formaba con Gabriel Garcia Márquez. Ambos representaban ese gran movimiento de la literatura latinoamericana que cambió la forma de escribir novelas y artículos periodísticos.

          Las dos figuras fueron escritores comprometidos con su tiempo, y por ello padecieron críticas, cancelaciones e incluso insultos y bravatas de esa plebe itinerante que conforman la envidia, el sectarismo y la cobardía. Los dos fueron dignos de los máximos galardones mundiales y del reconocimiento del público. Pero nada de ello les acobardó, ni les doblegó. No se abstuvieron de defender sus ideas y valores por muchas críticas que pudieran recibir. Es lo que, al menos yo entiendo, debe hacer un escritor comprometido.

          En el caso de Mario, una de sus últimas defensas de las libertades la vimos en su famoso discurso de 2018 en Cataluña. No imaginaba él que, poco después, un gobierno frentepopulista de ultra izquierda echaría todas aquellas palabras por tierra y las llenaría de lodo y fango. Ni que unos cuantos vende patrias indultarían desde la sedición hasta el robo de las arcas públicas. Que se amnistiarían los delitos después de jurar todos ellos que no lo harían. Y que, para ello, meterían en el TC a un lacayo sin dignidad y que, finalmente, se arrastrarían por Waterloo para seguir disfrutando de los privilegios del poder. Algo que, por cierto, ya hacían de la forma más sucia y grotesca un mes después de llegar al gobierno cuando los españoles morían a miles cada día durante la pandemia.

          Pensaba esto porque a los escritores actuales parece que les pasa lo mismo que a la sociedad en general: les ha vencido el hastío y el desánimo. Pocos son los comprometidos que se atreven a denunciar que el suelo que pisan se descompone. Hay miedo, mucho miedo y algo de cobardía. No queremos ser señalados, ni etiquetados, ni que la mitad de la gente nos mire mal o incluso, por supuesto, no queremos que nos insulten. Como si algo de todo eso importara. Sin embargo, la mayoría mira para otro lado, o asume con naturalidad esa dramática conclusión de que «son todos iguales». O, en el peor de los casos, no les importa que gobierne la mafia mientras sean los de «su mafia».

          Quedan pocos escritores comprometidos, un pequeño manojo, y ahora se ha ido uno de los más grandes. Uno que no se dejó llevar por la tendencia de tener que escribir lo que todo el mundo escribe, con personajes con el mismo color de pelo violeta que todo el mundo describe, contando las mismas mentiras una y otra vez sobre nuestra historia y, todo ello, para besar el culo de los cuatro papanatas que deciden lo que hay que leer y publicar y lo que no. Quizá por eso cada vez hay menos novelas universales como La ciudad y los perros, mientras las librerías se llenan de libelos de chichinabo que solo interesan a su parroquia, y no más allá de un par de días.   

Los odios y sus cancelaciones

          Vaya por delante que la cancelación de cualquier tipo en una obra artística, desde mi punto de vista, es una práctica peligrosa. La reciente cancelación de El odio, libro de la editorial Anagrama no distribuido, del autor Luisgé Martín, sobre el crimen de José Bretón, es uno de los ejemplos más recientes. Sin embargo, no es el único caso, y marca una tendencia totalitaria de los poseedores de la moral pública, que suelen ser quienes más faltan a la ética y sus virtudes al tiempo que la defienden, eso sí, siempre que les encaje en su sistema de sin valores o propaganda. 

          Habría que distinguir entre una obra de ficción y una de ensayo, divulgación o investigación. En el primer caso la libertad debería ser total. Sin embargo, aunque con más dificultades para acallarlas, no faltan los inquisidores públicos contra ellas. La ficción siempre puede recurrir al recurso de ir disfrazada de nombres y lugares ficticios, aunque referidos a hechos reales, y eso hace más complicado el señalamiento. No obstante, en la historia de la literatura, no ha faltado la miopía suficiente para criticar grandes obras de autores como Truman Capote o Vladimir Nabokov.

          Ver y escuchar contar a un asesino confeso las razones por las que mató a inocentes puede ser un plato de buen gusto para muchas personas, incluso celebrado en medios de comunicación y alabado por el atrevimiento de su autor. Saber las razones que justifican sus asesinatos, y regodearnos con el odio que el asesino destiló para matar puede llegar incluso al cine. De hecho, puede tener tanto éxito que sea materia de telediarios, promociones y hasta contenido de pago para Netflix. Lo acabamos de comprobar no hace mucho con la famosa difusión de No me llame Ternera, del periodista millonario y progresista defensor de la igualdad, Jordi Évole. No he tenido noticias de que hubiera podido ser censurado o cancelado el contenido.

          Con El odio de Luisgé Martin la cosa cambia: para empezar nadie necesita blanquear a José Bretón por razones políticas, al contrario, a diferencia de Josu Ternera, Bretón es un pobre diablo loco y criminal. Usted pensará que Ternera tiene las manos manchadas de la sangre de mujeres y niñas, pero créame, para la inmoral inquisidora eso no importa.  A Ternera, dicen muchos, se le puede entender y sus motivaciones para asesinar ser aireadas a los cuatro vientos. Es un asesino en serie y terrorista, cierto, pero el otro es un asesino machista y parricida. Siempre ha habido clases, y eso marca la diferencia. Es cuestión de oportunidad política.

          Yo sé que estas diferencias son sutiles y complicadas de diferenciar. En la España de hoy le aplaudirán cualquier libelo que ensalce, por ejemplo, los crímenes de la II República como hechos heroicos por muy deleznables que sean. Pero es muy probable que le cancelen una obra alabando los pantanos construidos en la época franquista y le tilden de fascista. Así nos muramos de sed en una sequía. No le dé más vueltas, si Bretón hubiera sido miembro de ETA Luisgé se cubriría de gloria con su libro y ganaría algún premio, y si Ternera fuera carnicero de profesión y asesino parricida, Jordi Évole no le habría sobado la oreja para hacer un documental. Porque Jordi es muy listo, a diferencia de Luisgé, y sabe elegir al asesino que interesa a la Inquisición en cada momento.   

La ceguera contagiosa

          Todo el mundo sabe que la ceguera no es contagiosa. Hay multitud de causas que pueden provocarla, la mayoría fisiológicas. También se produce por accidentes, o por patologías sobrevenidas como la diabetes, entre otras. El resultado siempre es el mismo: la imposibilidad de ver el mundo que nos rodea. Sin embargo, recientes descubrimientos sociales averiguados por un servidor, nos muestran que existe un tipo de ceguera que sí es contagiosa y que produce indigencia cognitiva. Es una enfermedad que se propaga a través de los medios, las manipulaciones, el dinero y las mamelas; diseminando un conjunto de patógenos encaminados a la anulación del entendimiento.

          Hoy una parte de la sociedad española padece una acentuada prevalencia de este tipo de ceguera. Causa de que no pueda ver delante de sus narices la perversión democrática del gobierno en su huída desesperada hacia adelante. Un día más sigue siendo poder, cueste lo que cueste, piensan estos del Frente Popular del siglo XXI. Algo parecido ocurrió hace casi un siglo con otro gobierno del Frente Popular. En aquella época, contaminados muchos españoles, la ceguera impedía ver los asesinatos sin cuento; las confiscaciones; la horda de criminales que campaban a sus anchas mientras el gobierno miraba para otro lado, cuando no alentaba estas acciones directamente en boca del líder del PSOE, Largo Caballero. Resultado: rebelión militar.  Y esto no es relato, es Historia con mayúsculas. 

          Hoy vemos como un gobierno con indicios de tintes mafiosos, como lo fue aquel, desmonta las instituciones del Estado o las socava, las pervierte, las coloniza, las corrompe, se auto indulta sus delitos; crea una sociedad desigual entre españoles y somete a la gente con impuestos salvajes; desprotegiendo las propiedades e insultando a más de la mitad de España. Abren una caja de Pandora porque, debido a alguna alteración neuronal, creen que no van a recibir una respuesta. No sé si tan salvaje como una rebelión militar, espero que no, pero desde luego será tremenda y dura cuando llegue el momento.

          Es incurable la ceguera de esta «gente» y sus seguidores (gente como a ellos les gusta llamarnos), razón por la que no ven las respuestas en USA o en Argentina. Las reacciones de unas sociedades que votan asqueadas de peronismo mafioso, de socialistas corruptos y cantamañanas, y que prefieren a un Javier Milei o a un D. Trump. ¡Que tontos son los argentinos y los americanos! exclaman aquí muchos españoles intelectualoides de pacotilla. Tertulianos comunistas con 20 pisos en propiedad, y presentadoras socialistas palmeras que viven en chalés de millones de euros. Muy pro igualdad social todos ellos. 

          Cuando caigan protestarán aún ciegos de ideas y huérfanos de dignidad, claro que protestarán, con silbato y megáfono en mano, el puño en alto, que si no pasarán, que si el fascismo vuelve: en fin la misma cantinela de siempre enlatada y caducada que volverá a salir a la calle. No aprenden. La cura les va a doler, como está doliendo en otros países, pero será inevitable. Al final, la ciudadanía salvo casos extremos como Venezuela usando la represión violenta, les pone en la calle, y otro gobierno vendrá que les hará temblar sin hacer nada nuevo. Simplemente bastará con usar sus mismos métodos de organización criminal, sus leyes, sus mecanismos totalitarios y de ninguneo parlamentario que con tanta alegría vienen manejando desde hace años. 

Sesgo de confirmación

          El sesgo de confirmación es una telaraña de esas que cuelgan de los techos y atrapan a las moscas y a los mosquitos. Bueno, usted ya me entiende la metáfora, aunque no sea la más afortunada. Digamos, de otro modo, que es ese lodo en el que algunos se embadurnan de barro creyendo que son arcillas terapéuticas para sus neuronas. La cosa esa que se «arrejuntan» cada mañana detrás de las orejas a base de pinganillo, o lo que consumen en 3D por la pantalla. Lo cierto es que les da gustito, y les hace sentir un poco de regocijo al mirarse al espejo y concluir con un: «lo sabía, tengo razón».

          El problema es que la razón y, sobre todo, el razonamiento, se construyen mediante un proceso intelectivo, pero no se compran en el Mercadona, y eso complica un poco el asunto. Si alguna vez, a las siete u ocho de la mañana, sentado en el trono, se ha sentido dueño de la verdad emitida por la radio o la tele no haga mucho caso. Es más, apriete un poco más. Necesita desprenderse de todo ese tóxico que le hace ir siempre a buscar donde le den alimento a sus ideas que, como seguramente le ocurre a muchos, considera verdades inmutables.

          Cada vez hay más necesitados de que les confirmen sus certezas por muy marcianas que sean. Algunos han dicho tantas veces que son progresistas que, por muchas torres que tiren los progresistas, necesitan una explicación que les consuele. Ocúrrele lo mismo a quienes se encuentran en la esquina opuesta del estúpido ring dialéctico. Los medios, ahora de desinformación, manipulan con descaro y sin el menor recato a los oyentes o televidentes: con expresiones sesgadas, frases mal intencionadas, informaciones recortadas e incluso insultos. Están frenéticos por mantener a su parroquia dopada a diario. Cobran por ello, y de eso viven, el daño que hagan o dejen de hacer en la sociedad se las trae al pairo.

          Pensaba esto porque tengo conocimiento de gente refugiada siempre en los mismos medios, en las mismas noticias, tragando el mismo pienso sin analizar lo que consumen. El sesgo de confirmación es una droga tan potente que nubla la razón y la más mínima capacidad de objetividad y análisis. El triunfo del muro no se construye con ladrillos, sino con propaganda barata fácil de consumir y defecar a diario. Es un producto sutil a base de lugares comunes dictados por el gran hermano que paga. Doctrina para principiantes.

          Mi sugerencia es que frene un poco cada mañana y haga un ejercicio de escucha: por ejemplo, observe cómo los ministros actúan en modo Loro Park. Y luego los medios afines hacen el eco del parque. Hoy toca Franco, mañana machismo, pasado fascismo, el jueves baloncesto y el sábado ese señor del que usted me habla. ¿No lo ve, no se da cuenta? Cómo se quedan con la peña, la manipulan y se ríen en su careto para que formen parte del concierto de loros. Pues eso, que mejor comer más fibra y hacer un poco de ejercicio, o cambiar de sintonía de vez en cuando, y verá como mejora el metabolismo y el entendimiento. 

            

¿Qué será del mundo?

          Andamos muy preocupados acerca de qué será del mundo con tanta amenaza: Trump gana unas elecciones en USA; los chinos empiezan a tocar en la puerta de Taiwan; Putin parece que se sale con la suya; se acerca un meteorito y hay un nuevo bicho en Wuhan. Aquí, más cerca, Sánchez se la coge con las dos manos dispuesto a corromperlo todo si hace falta, y a acabar con la España que conocemos y convertirla en el burdel del sur de Europa. Cada época, desde antes incluso del Imperio romano, tuvo sus Nerones y sus Judas, pero también los árboles suficientes con madera para cadalsos y ramas donde afianzar las sogas.

           Es inevitable que los enajenados, que suelen ser quienes llegan al poder, tengan la sensación de una fuerza omnímoda. Parece que va en la estúpida naturaleza del ser humano, incapaz de comprender una simple cosa: de los casi 8000 millones de individuos que existimos hoy, no quedará ninguno en menos de 150 años. Ninguno. O sea, que habrá otros 8 o 10 mil millones de sapiens, salvo cataclismo, que todavía no existen y que nos van a relevar progresivamente para evitar que nuestras miserias se perpetúen. ¿De qué otra manera la especie se conservaría si no es renovando?

          Pensaba esto porque me asalta la idea de que somos tan imperfectos y poco deseables que, por pura autodefensa de la especie, estamos diseñados para desaparecer con cierta alegría temporal. Por suerte no todo es negro, ni mucho menos. Al barrer la casa dejamos intactas enormes grandezas, al menos por más tiempo del que vive un humano: arquitectura, pintura, literatura y, en definitiva, la expresión global de las artes y de la tecnología. Las creaciones que en cada período de tiempo sirven de contrapeso a la estupidez o la sevicia de quienes se hacen con el mando por un breve período de tiempo. Ni Hitler, ni Franco, ni Stalin, ni Castro, desde Calígula a Sánchez entre otros muchos, ninguno ha prevalecido ni lo hará dejando un legado de valor: solo miseria, repudio y asco.

          No obstante, hay una gran diferencia entre los malos de verdad dentro de la Historia y un botarate. Los malos que todos conocemos se preocupaban más por su momento presente que por permanecer en la memoria. Lo contrario que el botarate, ese que en su anodina e irrelevante existencia habla desde el primer día de su futuro paso por la Historia. Hace falta ser una simple cosa: un auténtico gilipollas con ínfulas, que es mucho peor que ser un simple gilipollas. Yo siempre he sido de la opinión de que hasta para ser un cantamañanas hace falta saber cantar algo desde el amanecer hasta el mediodía: lo que sea. 

          En el Imperio romano, la muerte (normalmente por asesinato) del emperador provocaba una guerra civil. Han pasado dos mil años desde esa época, pero ahora en España no debemos desdeñar ninguna desgracia. Dentro de tres años quizá las cosas hayan cambiado mucho a nivel global. La mafia actual será relevada del poder, y quizá un nuevo gobierno duro y de otro corte se dedique a darle juego a la motosierra. Recortes merecidos relativos a los innumerables chantajes e injusticias que el lerdo actual traga para permanecer en el poder. ¿Y entonces qué? Cuando se les arranquen los privilegios, se les quiten las llaves de la caja para devolverla a todos los españoles, se respeten los derechos de todos en todo el territorio. ¿Entonces qué? Pues ya os lo anticipo: entonces el sátrapa andará quizá exiliado en el Caribe y mirando para acá nos dirá, incluyendo a sus devotos votantes: que os den y mataros entre vosotros por españoles. Y, sin más, se echará un trago de ron mientras alguna Jesica le acaricia el ego o lo que él diga. 

         

El hermano babas

           El hermano babas es ese personaje de tintes claramente psicopáticos y chulesco que hemos visto bailar junto al gorila Maguila encima de una tarima de madera en Venezuela. Dos tipos con pintas de estar ambos hasta las cejas de farlopa. No me cabe duda de que les debe de dar mucho subidón creerse intocables, aunque sea temporalmente, mientras adoran las cuentas que llenan de euros o dólares del narcotráfico. Seguramente, se les pone tiesa como el mármol después de esnifar unos gramos de blanca Cabello y, digo yo, que quizá por eso, se vuelven sus seguidoras y seguidores tan gelatinosas las unas y gusanillos los otros como si fueran todes de blandiblú.

          Que a los capos y sus cohortes de guarras y piratas no les importe el futuro no me extraña; si no les importa el suyo, como para importarles el nuestro. Pero lo que me tiene un poco desconcertado es que tanto tonto monte tanto, desde Zapatero a Sancheando: una veces a pie y otras caminando. Sabemos que la ideología siempre fue escudo de la infamia, eso ya ocurre en algunos partidos desde hace 140 años: un reducto donde muchos miserables se escondieron  detrás de las palabras huecas.

          Pensaba esto porque admiro a determinados personajes del sainete contemporáneo. No puedo evitarlo. Ver a un tipo chulo, gordinflón y cateto, con menos letras que la matrícula de un patinete; barriga vacilona, sonrisa bobalicona, escroto colgante y gargajos fonéticos alternos entre una garganta profunda y una vomitona resacosa, enarbolar una moción de censura para acabar con la corrupción. Fue, simplemente, un esperpento. Una broma escatológica. Porque era obvio el objetivo a la vuelta de la esquina, y tan solo un mes más tarde: más putas, más coca, mas robo, más chuleo, más chalés, más vacile, y más de lo mismo.

          Imagino entre la pena y el asombro, cómo después de salir al balcón a decirnos que ellos eran los adalides del feminismo, la libertad, contra el fascismo y cuarenta gilipolleces más, lo que ocurría al cerrar la ventana. La tarjeta visa oro picando el polvo blanco entre el humo de tabaco, el catálogo de putas abierto por la mitad con fotos a color y él, el regenerador de la democracia, señalándole a la montaña de sebo que le seguía a todas partes con el dedo índice y la uña mugrienta: «tráeme a esta, la Jesica». Y después de unas risas, añadiría: «Hacienda zemos todos, pero que no se entere Marizú».

          En otros lares no muy lejos de la escena, sus socios de gobierno tenían suficiente rebaño entre las feministas más radicales: tan gritonas para la calle, tan calladas para adentro, mientras el niño carita de bueno aprovechaba en cualquier ascensor para sacarse el miembro enhiesto y frotarlo contra ellas, o el curita rojo con la camiseta de Venezuela y la nariz empolvada las sobaba con su aliento podrido. Entre ellas, que tragaban y callaban, ahora sabemos que lo llamaban el babas; el hermano babas, debemos suponer. En fin, con esta escoria negociamos el futuro de nuestro país y de nuestros hijos, a esta basura le encomendamos nuestro dinero y esfuerzo. Que Dios nos pille confesados, y que caiga el meteorito de una puta vez.