La democracia no es perfecta

          La democracia no es perfecta. Podemos dar por bueno, eso sí, que es el sistema menos malo de los conocidos. Tampoco son muchos los modelos posibles además de la democracia: autocracia, dictadura o monarquías absolutas, oligarquías y alguna que otra más de corte teocrático. España, actualmente, está en una deriva pseudo-autocrática hacia un Estado iliberal. En una situación en la que el consenso mayoritario de un Parlamento se obtiene a cambio de la ruptura del Estado de derecho y el saqueo en forma de privilegios para las minorías reunidas con ese objetivo, desde la extrema izquierda a la extrema derecha. 

          Hacen falta ciertas casualidades para que en una democracia parlamentaria (el gobierno lo eligen los representantes parlamentarios, no los ciudadanos), se confabule un número mayor de partidarios contra los intereses del bien común que a favor, como sería de esperar y desear. Este fenómeno, como decía, es fruto de carambolas hispanas. De este modo, padecemos una coalición que incluye desde la izquierda más rancia y comunista (Podemos), hasta la extrema derecha más racista y xenófoba (Junts), con un objetivo común: destripar el país en el que vivimos todos y dejarlo como un erial. 

          Las bolas negras de las carambolas hispanas son los nacionalismos e independentismos en coalición con los social comunistas. Su ideología es antagonista en muchos casos, pero su objetivo común es mayor: acabar con el Estado constitucional que nos dimos en 1978, y hacerlo por la puerta de atrás. Precio: el que sea necesario. Medios: desde la corrupción a saco a la legislación a la carta, las amnistías o los perdones a los condenados. Barra libre. Una inacabable orgía de despiece de las costuras de una estructura social y política que, después de esta etapa, será casi imposible de reconstruir. El legado más evidente será un daño irreparable para el conjunto de la sociedad española. Sánchez no merece pasar a la Historia, al contrario, su destino debería ser una damnatio memoriae.

          Decía antes que la democracia no es perfecta. Claro que no lo es. Sobre todo, porque no dispone de mecanismos para frenar los ataques internos. Y, claro, las elecciones no las puede ganar cualquiera pero, aún así, cualquiera puede gobernar. Lo malo es cuando el mal se hace con el poder. Véase el caso de la Alemania de los años 30 del siglo pasado. El partido Nacional Socialista (Los NAZIS) ganaron con diferencia las elecciones de 1932 y, aun más ampliamente, las de 1933. Llegaron al poder y Alemania fue al desastre absoluto llevándose por delante más de medio mundo. Una banda de saqueadores y mafiosos difícilmente da buen resultado al frente de ningún gobierno.

          Los tiempos han cambiado, por suerte, pero los mecanismos democráticos no. Hoy, incluso un ególatra narcisista que no tiene el voto mayoritario de la ciudadanía puede llegar a gobernar con escaños comprados a cambio de la presidencia. Además, seguimos sin medios para evitar que alguien que gobierna incumpla la Constitución después de prostituir al propio Tribunal Constitucional; o que mienta sin cuento ni pudor a todo el país; o que construya un nido de corruptos y argumente que él no sabe nada; o que ataque a la libertad de expresión y al sistema judicial; o que no presente presupuestos; o que insulte a todo el que no sea de su cuerda; y así una larga lista de infamias que solo se corresponden con el objetivo de satisfacer las dos fuentes de odio del máximo dirigente del PSOE: primero, el partido al que pertenece y del que le expulsaron por sabotear urnas a escondidas y dar pucherazos. De aquel partido ya no queda nada salvo las siglas. Y, segundo, el resentimiento contra un país en el que nunca ha ganado unas elecciones, ni las va a ganar. Ante estas laceraciones para el ego, tome nota de lo que le digo, un sociópata siempre elegirá morir matando. 

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