Mentir de Largo

          Hubo un tiempo en el que el verbo mentir, en español, venía a significar la acción de decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe y se tiene por verdadero y cierto. De hecho, algo parecido sigue recogiendo, de forma ya anticuada, la R.A.E. Y digo anticuada por dos cuestiones fundamentales: la primera, porque maquillar u ocultar parte de la verdad es también mentir, incluso de manera aún más perversa; y la segunda, porque se viene imponiendo sobre la verdad lo que ahora se denomina el relato y la post verdad.

          Algo de esto vamos a ver, en breve, en la obsesión por escribir una nueva memoria histórica contada con verdades a medias o, dicho de otro modo, con la peor de las mentiras. Resaltando solo lo bueno de los buenos y, señalando con saña, solo lo malo de los malos. Un método tan infantil como torticero para el consumo de masas y, sobre todo, para la educación ideológica por encima de la verdad y los hechos.

          En aplicación de la Ley de Memoria Histórica de 2007, que aprobó el gobierno de Rodríguez Zapatero, la Comunidad de Madrid va a retirar nombres y bustos o estatuas de Francisco Largo Caballero, entre otros protagonistas de la España del siglo xx. Como ya imaginan, esto no cuadra con las intenciones actuales anunciadas de escribir una memoria al gusto de una de las partes. Y como es lógico, poco han tardado desde el gobierno en reivindicar la «memoria honrosa» del personaje, ya que fue elegido en las urnas, se esgrime como baza fundamental. Como por cierto, también lo fue Adolf Hitler en 1933, es decir, más o menos por la misma fecha en Alemania. Quede constancia, de que esta comparación la hago exclusivamente en base al hecho de llegar al gobierno siendo elegido. Luego, las consecuencias para los países provocadas por unos y otros ya las conocemos. 

          La democracia, nos guste o no, es imperfecta aunque sea el mejor de los métodos de organización social que conocemos hasta ahora. Y lo es porque permite que entren en las instituciones de un país, aquellos cuyo objetivo es deshacer la unidad nacional o atacar y destruir al Estado del que pasan a formar parte. El conocido Caballo de Troya, o en términos de biología médica: el equivalente a un cáncer. De ese modo, el elegido en Alemania provocó una tragedia global y destruyó su país. O por ceñirnos a nuestro caso, tenemos representantes en el Parlamento, que ya sin la menor dignidad, dicen desde la tribuna que les importa un pimiento la gobernabilidad de España. Pero cobran del dinero público, y no poco, por dedicar su esfuerzo a deteriorar las instituciones españolas.  

          Francisco Largo Caballero, madrileño de Chamberí, fue un político y sindicalista español del PSOE. Poco menos que analfabeto, sin formación socio económica alguna. Su discurso, inane y simplón, se basó en repetir las consignas revolucionarias y antidemocráticas de Pablo Iglesias. Muy pronto, desde que en 1918 fue elegido secretario general del PSOE, la retahíla de dislates del personaje quedaron registradas en discursos y diarios de sesiones, que muestran, muy a las claras, eso que la ministra Calvo ahora llama su «honrosa memoria». Fue colaboracionista cuando le convino con la dictadura de Primo de Rivera, y dejó de serlo cuando esta empezó a debilitarse. Pero no sería, hasta después de la muerte de Pablo Iglesias, ya en 1933, cuando asomó su naturaleza real: la anti democrática y tirana en sus discursos y soflamas como quedó registrado en este fragmento de la época:

            «Se nos ataca porque vamos contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social. ¿Cómo? (Una voz en el público: ‘Como en Rusia´). No nos asusta eso. Vamos, repito, hacía la revolución social… mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas habrá que obtenerlo por la violencia… nosotros respondemos: vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil…»

          Un año más tarde encabezó un golpe de Estado contra la República en 1934, pero fracasó. Una intentona que costó una fuerte represión en Asturias por parte del ejército, enviado por el gobierno republicano. Acabó encarcelado en la Modelo, si bien, fue absuelto del delito que se le acusaba: rebelión militar. Un anticipo del desdén con el que se iban a tratar los innumerables asesinatos, ocupaciones, detenciones ilegales y desapariciones forzosas del Frente Popular hasta la rebelión militar de 1936. 

          Ustedes ya conocen el resto de la desgraciada historia de España, que radicales y desquiciados como este alentaron y provocaron, y que todavía estamos pagando. Ahora, que parece que su partido (PSOE) y sus compinches quieren volver al espíritu revolucionario, demoler la historia, y retomar los argumentos rancios y caducos del comunismo, conviene estar alerta y, sobre todo, no callar, no tener miedo. Porque, efectivamente, han sido elegidos en las urnas, cierto es que con engaño del electorado y haciendo justo lo contrario de lo dicho para pedir el voto. Quizá por eso, como demuestra la historia, no siempre el elegido es digno de haberlo sido.  

Quo vadis España ?

El escritor polaco Henryk Sienkiewicz escribió la conocida obra «Quo vadis?», un clásico de la literatura universal entre 1895 y 1896 con una clarividente visión de futuro. Inicialmente fue entregada por fascículos y poco después fue publicada como novela. Se trataba de una de las muchas historias de Roma que siempre se han contado, centrada en la época de Nerón. El argumento es bien conocido y carece de interés reseñarlo. Si la traigo a colación en este artículo es porque, cada día más, cabe hacernos la misma pregunta a muchos ciudadanos españoles.

¿Adónde vamos? Y no me refiero a nuestro destino como consecuencia de la pandemia, que también, sino a la desenfrenada carrera hacia una sociedad desquiciada y gobernada por dirigentes ajenos a las miserias de la gente pero ahítos de privilegios. Es obvio, que al igual que al elegir una novela, o una película de cine, compramos el relato que más nos gusta o interesa. Escuchamos perplejos a responsables de partidos políticos decir cosas como que España necesita más pateras y menos turistas, o que ocupar una propiedad privada es un derecho que asiste a algunas personas por su situación, en vez de que el gobierno les dé una solución para que no la encuentren quitándosela al vecino. Que se puede acosar a una dirigente opositora embarazada de nueve meses, escupirle y empujarla hasta hacerla entrar en pánico. Pero cuando la cosa se vuelve contra según quién, entonces es acoso. Y así, asistimos cada día a esa hemiplejia moral que ya se muestra sin disimulo en el indecente oficio de muchos periodistas que ejercen de mercenarios. Oímos decir, en fin, a quienes gobiernan que su amor a España es un sentimiento compartido con quienes desde las instituciones llevan años tratando de despedazarla. 

Y tiene usted que tragar, so pena de ser tachado de fascista -cosa, por otra parte, desgastada y que nada significa de tanto usarla sin sentido y, a menudo, sin conocer su origen y significado–. Dice la conocida paremia en La Celestina que Zamora no se ganó en una hora, y ahora sabemos que tomar el cielo por asalto tampoco es tan sencillo. Se llega antes a la comodidad del amplio jardín, a la piscina y las tarimas de madera climatizada. Se pasa por arte de birlibirloque de mileurista a burgués acomodado en menos que canta un gallo: sin inventar nada, sin vender nada salvo motos metafóricas, sin crear nada. A costa de todos los demás.

Para mantenerse, o incluso perpetuarse en el poder de esa manera, se necesita una sociedad pobre y analfabeta, inculta y necesitada. Una sociedad rota por el resentimiento y el odio, el frentismo, repleta de sectarios cuya única forma de entender la vida es el hooliganismo, la bulla, la revuelta, el insulto y la infamia contra los demás. Para que de ese modo, el sátrapa se vea en la necesidad de anunciar la nueva lucha contra el capitalismo y sus miserias, mientras el que lo oye apenas entiende lo que le dicen, mermado por el hambre y ocupado en rebuscar algo que llevarse a la boca en el cubo de basura. 

Y oiga, si ese es el objetivo. Vamos por muy buen camino.