Odio la Navidad

          Me dijo un amigo hace una semana: «Odio la Navidad». Un amigo de toda la vida, es decir, de esos que conoces bien y al que has visto con el gorrito de Santa muchas veces. Al que has visitado en años anteriores por estas fechas para tomar el vermú y, de paso, comprobar el esfuerzo invertido en adornar el portal de Belén en el salón y en montar un árbol con guirnaldas y bolitas doradas. Y aquellos brindis… «Feliz Navidad». Decía con una sonrisa de oreja a oreja.

          Me sorprendió tan irreverente confesión, mucho más, viniendo de alguien que sabe que conozco su historia de vida. Y, de repente, me vino a la cabeza aquella anécdota que cuentan con los nombres de las niñas después de la guerra. La pequeña que debajo del balcón llamaba a su amiguita a grito pelado: «Luna, baja Luna, vamos a jugar». Y que sorprendida vio asomarse apurada a la madre de Luna y decirle: «No grites, niña. Que te oye todo el mundo. Y se llama Carmen, que no se te olvide, se llama Carmencita».

          A mí, sinceramente, me da igual en lo que crea cada uno. En tiempos de negacionistas, terraplanistas, y todo lo que a ustedes se les ocurra que acabe en istas, que un amigo mude sus creencias y tradiciones hacia el cliché de los tiempos que corren me produce pena. Es algo que respeto y que no me supone la menor merma en mi estima hacia la persona que, por supuesto, sigue siendo parte de mis afectos. 

          Me produce pena por lo que tiene de renuncia impuesta por el entorno. Porque trabajar en según qué administraciones públicas en España se ha convertido en una tarea de alto riesgo. Tienes que ser sí o sí de la cuerda actual. A saber: antimonárquico rabioso, ateo, anticapitalista, debes odiar a determinados partidos políticos aunque no sepas una papa de ellos, ni hayas leído nada acerca de sus programas, debes defender con ahínco el derribo de la sanidad y la educación privadas, comprender el fenómeno okupa mientras vives acojonado por tu casa de la playa y, por supuesto, debes criticar con fuerza el discurso del rey y odiar la Navidad. Y aunque nadie te lo dice explícitamente, si no haces esta pequeña conversión serás encuadrado como un reaccionario. Y claro es, con todos los riesgos que conlleva la etiqueta, desde el desprecio de los compañeros a la pérdida del empleo.

          Es una ingeniería social planificada de dominación de los espacios públicos y privados. El objetivo es someter a la masa a los designios y consignas de unos gobernantes sin escrúpulos y dispuestos a todo por permanecer en el poder a costa de la confrontación, a practicar el lisado de las tradiciones y, en el peor de los casos, delinquir y pasar de la justicia o sus condenas. Como hemos visto en otros países se trata de la cultura del odio y la sinrazón. Por eso, cuando estas cosas le pasan a un amigo uno se siente apenado.          

Ni se lo imaginen

          En ocasiones hay fantasmas que nos visitan sin previo aviso. Como de paso, para abrir alguna ventana a la imaginación o al desaliento, según se mire. Decía no sé quién, ni ganas tengo de buscarlo, que cada vez que tomamos una decisión renunciamos a otras mil vidas diferentes que ya nunca serán y que, como en el famoso castigo romano para los enemigos del Estado, pasan a formar parte de una variante del damnatio memoriae.

          Imaginen la propuesta de nuestro fantasma: nos enseña un gobierno de coalición PP+Cs+Vox que ha estado en el poder en 2020 y que, por aquellas cosas del patriotismo, hubiera celebrado el día de la bandera española a primeros de marzo. Eso, a pesar de los avisos de la OMS, de la pandemia ya desatada en Italia, y de saber que en España teníamos positivos de COVID-19 en las UCIS desde finales de enero. E imaginen a M.Rajoy salir una semana más tarde a anunciar un estado de alarma sin precedentes ante la explosión de la enfermedad en España y la cascada de víctimas.

          Imaginen a un VP Espinosa de los Monteros (por poner un ejemplo), o a un Albert Ribera con las manos en jarras y gesto chulesco, declararse en la tele como responsable de las residencias de ancianos, y que durante los siguientes meses y sin que se tome ninguna medida mueren a millares nuestros mayores sin que sus hijos, nietos o parejas alcancen a despedirse, ni a darles un último abrazo. 

         Imaginen que, mientras todo eso ocurre, M. Rajoy asalta la televisión pública para soltarnos enormes peroratas diarias. Y que mientras tanto a través de las compras públicas llueven los pelotazos a los amigos del poder, se enchufan a dedo parientes de Abascal, De Guindos, Girauta y un largo etcétera. Imaginen que se inventan un comité de expertos y unas actas que no existen. Que condenan a Toni Cantó por no pagar la seguridad social, investigan a Teodoro por machirulo roba móviles…. Y venga muertos, y venga pedirle a la gente que se queda sin empleo y que no cobra los ERTE que salgan a los balcones a aplaudir.   

          Imaginen que ante tal descalabro, ese gobierno trifachito decide meterle mano a la justicia, al CGPJ, a la Corona, y que para ello no tiene más remedio que pactar lo mismo con Juana que con su hermana. Mentir hoy, desmentir mañana. Y que a todos nos quede claro, que la moral, la decencia, la verdad, la humanidad y todas esas monsergas han pasado al olvido, de la mano del gobierno. 

          Menos mal que los fantasmas no existen, y que cuando uno despierta se impone la realidad que, como suele ocurrir, supera a la ficción. Gracias al gobierno que tenemos no hemos tenido que sacrificar a ningún perro como cuando la crisis del ébola, que costó la muerte de DOS personas. Gracias a que muchos se echaron a la calle contra aquel gobierno y su mala gestión sanitaria, a que se hicieron manifas, se encadenaron a fachadas, como digo, gracias a eso el virus se acojonó y volvió a África. Ahora, por el contrario, con las derechas calladitas, el virus se ensaña con nosotros como el peor país en la gestión de la crisis. Esto, como es lógico, es culpa de las derechas.    

El rey allegado

          Quienes ya pintan canas o se les ha caído el pelo recordarán aquel anuncio de las muñecas de Famosa en el que, con pasitos robóticos, se dirigían al portal de Belén cada Navidad. No sé si hoy sería un anuncio políticamente correcto, o por el contrario, estaría incidiendo en la perpetuación del estereótipo heteropatriarcal de dominación de género, trufado además, de una pátina inconcebible de religiosidad malsana en un Estado aconfesional. O cualquier otra chorrada rimbombante por el estilo, de las que hoy nos cuestan el dinero de los impuestos cada vez más confiscatorios. 

          Ignoro si esta Navidad la conocida marca de juguetes repetirá el anuncio, o lo estará rediseñando al estilo United Colors of Benetton, con muñecas transgénero, muñecos de diferentes razas y colores y un arco iris gigante. Todos en fila dispuestos a fumarse un peta en el portal con una desconocida Jesusita con un lazo morado en el pelo, mientras unos animalistas protestan por la presencia de la mula y la vaca. Lo que sí sabemos, es que el rey emérito quiere volver a España para ver a sus allegados.

          Es un mal momento el que atraviesa Juan Carlos I. No la monarquía, como muchos quisieran; del mismo modo que no se cuestiona la Generalitat catalana por el hecho de que haya estado dirigida por una familia de la mafia durante décadas. Ni se cuestiona la Junta de Andalucía, por mucho que una banda de bucaneros se gastaran el dinero destinado a fomentar el empleo en polvitos mágicos para la nariz y bares con lucecitas de colores. El rey emérito también vendrá dando pasitos robóticos debido a su avanzada edad, y tendrá que poner la jeta para que se la sigan poniendo colorada. 

          Tendrá que venir porque es su país, y porque los españoles merecemos que dé la cara, reconozca los errores cometidos –también tuvo muchos aciertos–, repare el daño causado y, si la justicia así lo dice, pues que cumpla lo que le impongan. Ese sería un legado de gallardía que situaría al personaje en un lugar merecido para él en la Historia. 

          Merecemos ese acto de valentía, además, por comparación con lo que hoy tenemos en las instituciones: gente sin dignidad ni vergüenza, matones de tasca barata, chulos de telediario, exterroristas, condenados por estafar a la seguridad social, pederastas e incluso atracadores de bancos. También ignoro, como tantas otras cosas, el proceso sociológico por el que decidimos agrupar toda esa basura y meterla en el Parlamento pero… Es lo que hay, con estos polvos nadaremos en el lodo de las taifas y satrapías en las que pretenden convertir lo que queda de España esa horda que dirige el país.         

           Por eso el rey es un allegado para muchos que como yo, desaprobando un buen puñado de sus conductas, e incluso respetando la presunción de inocencia, entendemos que no ha sido ejemplar. Pero sabemos, que vivimos bajo las directrices de una tropa mucho más mezquina y peligrosa.  

El pianista ingenuo

          ¿Quién, de entre los amantes de la música, no ha deseado alguna vez tocar el piano? Uno escucha a los grandes virtuosos del instrumento y, al observar como hacen literatura con sonidos prestados al tacto preciso de cada una de las 88 teclas, cree que es algo al alcance de cualquiera; digamos que, más o menos como aprender a montar en bicicleta usando las manos en vez de los pies. Pero nada más lejos de la realidad. 

          La mayoría de quienes nos acercamos a la música y, en particular, al piano a una edad madura llevamos sobre los hombros, a modo de capa de tuno, la infantil e ingenua idea de que la cosa consiste en tener más o menos oído y localizar las notas probando con los dedos. Y, sin embargo, lo que uno comprende es que habría hecho bien en empezar con el aprendizaje unas décadas antes: de niño, por así decir.     

          La primera experiencia cuando estás delante del teclado es que, hagas lo que hagas, lo único que consigues es ruido. Si no se han estudiado algunos fundamentos básicos antes de tomar asiento en la banqueta, la experiencia es como abollar con la cuchara un batería de cocina. Y el consiguiente deterioro de la convivencia con el vecindario. Poco margen a la improvisación deja el perfecto sistema y disposición de sonidos que produce un teclado, y ninguna piedad con los osados.

          Mi ignorancia se dio de bruces con la realidad al empezar en el conservatorio. Para empezar me quedé descolocado al saber –así de lejos de la realidad andaba yo– que es un instrumento que suena a dos voces, es decir, que cada mano toca una cosa distinta. Esto puede parecer baladí, sin embargo, pruebe algo fácil:  batir un huevo con una mano mientras da la vuelta a una tortilla con la otra. Y por si fuera poco, ponga el cuenco con el huevo a batir a una altura y la sartén con la tortilla a otra. Y, por favor, obtenga un resultado coordinado y que se vea en la armonía de movimientos.

          Otra cosa que nunca imaginé es que los dedos de las manos no son libres al tocar el piano; una tiranía impensable en los tiempos que corren. Cada obra, así sea de una hora de duración como de cinco minutos, obliga a ejecutar una secuencia definida de movimientos para cada uno de los cinco dátiles de cada mano. Y es obligado hacerlo así, a menos que se quiera uno meter en un laberinto sin solución.

         Pocas cosas imaginé tan retadoras, debe ser por eso que me metí en la aventura de la música y la interpretación del piano. Bueno, por eso, y porque es un instrumento capaz de hacerte mejor persona cuando intuyes que con esfuerzo y trabajo se puede llegar a tocar con cierta habilidad.       

El maná de las vacunas

          Según se cuenta en La Biblia, el maná fue una especie de escarcha milagrosa vertida por Dios sobre el pueblo de Israel para alimentarlo en el desierto. Desde entonces, se utiliza ese término para aquello que nos cae «de gratis» y en abundancia resolviendo las carencias más variopintas.

          En estos tiempos que nos ha tocado vivir, cada cual tiene, como siempre, sus perentorias necesidades. Pero podemos estar casi todos de acuerdo en que una o varias vacunas contra la pandemia es algo deseable por la mayoría. Como siempre, habrá quien tenga reparos en ponérsela y prescinda de ella, pero el resto, al menos, podrá defenderse de ser contaminado por un virus que lo mismo te hace estornudar que te mata en quince días de forma cruel y dolorosa.

          Para mí la decisión es fácil: se trata de usar la razón y un pequeño cálculo de probabilidades. Basta con conocer los porcentajes históricos de efectos adversos en vacunas similares, el nivel de eficacia que se compruebe por la comunidad científica, y el riesgo que uno corre si se infecta atendiendo a los factores de edad, patologías previas, etcétera. A la mayoría, la decisión razonada le va a sugerir que se la ponga.   

         Las multinacionales del gremio han desarrollado, en tiempo récord, las primeras promesas de vacunas en forma de anuncios que han revolucionado las bolsas mundiales. Es lógico, la pandemia ha paralizado la economía global de forma alarmante y, de manera trágica, en países como el nuestro. Quizá por eso, aquí el gobierno se ha apresurado a lanzar un pañuelito de consignas de marketing que le hagan sumar algunos puntos para limar la peor gestión que cabía esperar, al menos, a la luz de los datos comparativos con el resto del mundo. 

          La primera es la más graciosa de todas, y no dudo que habrá hecho que los directivos de Pfizer se vayan por la pata abajo de la risa. Y es que según nos anuncian desde Moncloa la vacuna será gratis para toda la población española. Han oído bien: gratis. No barata, sino caída del cielo como el maná. La lógica del argumento se basa en esa estupidez de que el dinero público no es de nadie y, por lo tanto, se concluye que a nadie le cuesta nada. Es el absurdo de la mentalidad que nos gobierna. La vacuna tendrá un precio medio de 50 euros, y si se vacuna solo el 75% de la población, pagaremos entre todos y a tocateja, la «módica» suma de 1.800 millones de euros. Un verdadero maná que caerá, de forma merecida, sobre los fabricantes y productores del remedio. Aun así, a muchos se les llenará la boca de gratuidad y se quedarán tan anchos.   

Los violentos de Kelly

          La conocida película (1970) dirigida por Brian G. Hutton y protagonizada, entre otros, por Clint Eastwood, Donald Sutherland y Telly Savalas, cosechó un notable éxito y, aún hoy, medio siglo después, sigue siendo una obra de culto del cine bélico. El guión, escrito por Troy Kennedy, está basado en una historia real en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

          La idea principal gira entorno a un mundo descompuesto por la violencia, las tiranías y las ideologías totalitarias. Y en el que, incluso luchando en el lado de los buenos, la ambición y la codicia condicionan a las personas en determinadas circunstancias y las convierte en delincuentes interesados tan solo en su propio provecho y beneficio inmediato.

          Hoy, por suerte para nuestra generación, no vivimos en guerra, al menos, no en guerras declaradas y conflictos abiertos entre ejércitos de diferentes países. Sin embargo, no quiere decir que las libertades individuales y colectivas no estén amenazadas de múltiples formas. Y que no sea necesario fortalecer a toda costa el andamiaje social que nos ha posibilitado la vida en tiempo de paz en Europa desde 1945.

          En España, hemos construido un gran país desde 1976, con luces y sombras, pero con más prosperidad que nunca. Los que entonces éramos niños hemos vivido quizá una de las etapas con más posibilidades de nuestra historia. Sin embargo, no todo se ha hecho con cabeza. En particular, las interesadas leyes teñidas de tintes ideológicos. Unas normas de convivencia que permiten, por ejemplo, que hordas de saqueadores acaben destrozando negocios, mobiliario urbano, violentando y agrediendo a ciudadanos y, a la mañana siguiente después de haber sido detenidos, sean puestos en libertad. O, por poner otro de los ejemplos más sangrantes, que te ocupen la casa y seas tú quien tengas que suplicar al usurpador que se vaya, pagar un rescate o, en el peor de los casos, quedarte sin la propiedad durante años.

          Quienes esto permiten y propician viven con sueldazos, casoplones, seguridad privada, comilonas fastuosas, mienten cada día por la mañana y por la tarde a los ciudadanos, manipulan la información y muestran claros indicios de autoritarismo patológico. Una sociedad sana nunca ha sido una sociedad radicalizada dirigida por sátrapas de un signo ideológico u otro. Ni siquiera la Venezuela de Maduro vivirá para siempre, como no lo ha hecho la Cuba de Castro, ni la Rusia comunista, ni lo hizo el fascismo o el nazismo. Nos harán pasar malos tiempos, amordazar la libertad de expresión, manchar todos los símbolos que puedan porque no respetan el pluralismo, atacar a la lengua, favorecer el extremismo nacionalista y,a la postre, nos dejarán el país hecho unos zorros, arruinado y dividido. Pero, más pronto que tarde, ellos serán quienes pasen al desprecio del olvido. 

         Lo más sangrante de todo es el silencio cómplice de quienes miran para otro lado por miedo a ser señalados, o por dejar de recibir favores profesionales,  o de contar para las reuniones con el concejal de turno o, temerosos de que empresas dirigidas por hooligans de un bando, no los contraten. Esos, como los violentos de Kelly, hace mucho que cambiaron y optaron por formar parte de los malos.       

Mentir de Largo

          Hubo un tiempo en el que el verbo mentir, en español, venía a significar la acción de decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe y se tiene por verdadero y cierto. De hecho, algo parecido sigue recogiendo, de forma ya anticuada, la R.A.E. Y digo anticuada por dos cuestiones fundamentales: la primera, porque maquillar u ocultar parte de la verdad es también mentir, incluso de manera aún más perversa; y la segunda, porque se viene imponiendo sobre la verdad lo que ahora se denomina el relato y la post verdad.

          Algo de esto vamos a ver, en breve, en la obsesión por escribir una nueva memoria histórica contada con verdades a medias o, dicho de otro modo, con la peor de las mentiras. Resaltando solo lo bueno de los buenos y, señalando con saña, solo lo malo de los malos. Un método tan infantil como torticero para el consumo de masas y, sobre todo, para la educación ideológica por encima de la verdad y los hechos.

          En aplicación de la Ley de Memoria Histórica de 2007, que aprobó el gobierno de Rodríguez Zapatero, la Comunidad de Madrid va a retirar nombres y bustos o estatuas de Francisco Largo Caballero, entre otros protagonistas de la España del siglo xx. Como ya imaginan, esto no cuadra con las intenciones actuales anunciadas de escribir una memoria al gusto de una de las partes. Y como es lógico, poco han tardado desde el gobierno en reivindicar la «memoria honrosa» del personaje, ya que fue elegido en las urnas, se esgrime como baza fundamental. Como por cierto, también lo fue Adolf Hitler en 1933, es decir, más o menos por la misma fecha en Alemania. Quede constancia, de que esta comparación la hago exclusivamente en base al hecho de llegar al gobierno siendo elegido. Luego, las consecuencias para los países provocadas por unos y otros ya las conocemos. 

          La democracia, nos guste o no, es imperfecta aunque sea el mejor de los métodos de organización social que conocemos hasta ahora. Y lo es porque permite que entren en las instituciones de un país, aquellos cuyo objetivo es deshacer la unidad nacional o atacar y destruir al Estado del que pasan a formar parte. El conocido Caballo de Troya, o en términos de biología médica: el equivalente a un cáncer. De ese modo, el elegido en Alemania provocó una tragedia global y destruyó su país. O por ceñirnos a nuestro caso, tenemos representantes en el Parlamento, que ya sin la menor dignidad, dicen desde la tribuna que les importa un pimiento la gobernabilidad de España. Pero cobran del dinero público, y no poco, por dedicar su esfuerzo a deteriorar las instituciones españolas.  

          Francisco Largo Caballero, madrileño de Chamberí, fue un político y sindicalista español del PSOE. Poco menos que analfabeto, sin formación socio económica alguna. Su discurso, inane y simplón, se basó en repetir las consignas revolucionarias y antidemocráticas de Pablo Iglesias. Muy pronto, desde que en 1918 fue elegido secretario general del PSOE, la retahíla de dislates del personaje quedaron registradas en discursos y diarios de sesiones, que muestran, muy a las claras, eso que la ministra Calvo ahora llama su «honrosa memoria». Fue colaboracionista cuando le convino con la dictadura de Primo de Rivera, y dejó de serlo cuando esta empezó a debilitarse. Pero no sería, hasta después de la muerte de Pablo Iglesias, ya en 1933, cuando asomó su naturaleza real: la anti democrática y tirana en sus discursos y soflamas como quedó registrado en este fragmento de la época:

            «Se nos ataca porque vamos contra la propiedad. Efectivamente. Vamos a echar abajo el régimen de propiedad privada. No ocultamos que vamos a la revolución social. ¿Cómo? (Una voz en el público: ‘Como en Rusia´). No nos asusta eso. Vamos, repito, hacía la revolución social… mucho dudo que se pueda conseguir el triunfo dentro de la legalidad. Y en tal caso, camaradas habrá que obtenerlo por la violencia… nosotros respondemos: vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero si no queréis, haremos la revolución violentamente (Gran ovación). Eso dirán los enemigos, es excitar a la guerra civil… Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil…»

          Un año más tarde encabezó un golpe de Estado contra la República en 1934, pero fracasó. Una intentona que costó una fuerte represión en Asturias por parte del ejército, enviado por el gobierno republicano. Acabó encarcelado en la Modelo, si bien, fue absuelto del delito que se le acusaba: rebelión militar. Un anticipo del desdén con el que se iban a tratar los innumerables asesinatos, ocupaciones, detenciones ilegales y desapariciones forzosas del Frente Popular hasta la rebelión militar de 1936. 

          Ustedes ya conocen el resto de la desgraciada historia de España, que radicales y desquiciados como este alentaron y provocaron, y que todavía estamos pagando. Ahora, que parece que su partido (PSOE) y sus compinches quieren volver al espíritu revolucionario, demoler la historia, y retomar los argumentos rancios y caducos del comunismo, conviene estar alerta y, sobre todo, no callar, no tener miedo. Porque, efectivamente, han sido elegidos en las urnas, cierto es que con engaño del electorado y haciendo justo lo contrario de lo dicho para pedir el voto. Quizá por eso, como demuestra la historia, no siempre el elegido es digno de haberlo sido.  

Quo vadis España ?

El escritor polaco Henryk Sienkiewicz escribió la conocida obra «Quo vadis?», un clásico de la literatura universal entre 1895 y 1896 con una clarividente visión de futuro. Inicialmente fue entregada por fascículos y poco después fue publicada como novela. Se trataba de una de las muchas historias de Roma que siempre se han contado, centrada en la época de Nerón. El argumento es bien conocido y carece de interés reseñarlo. Si la traigo a colación en este artículo es porque, cada día más, cabe hacernos la misma pregunta a muchos ciudadanos españoles.

¿Adónde vamos? Y no me refiero a nuestro destino como consecuencia de la pandemia, que también, sino a la desenfrenada carrera hacia una sociedad desquiciada y gobernada por dirigentes ajenos a las miserias de la gente pero ahítos de privilegios. Es obvio, que al igual que al elegir una novela, o una película de cine, compramos el relato que más nos gusta o interesa. Escuchamos perplejos a responsables de partidos políticos decir cosas como que España necesita más pateras y menos turistas, o que ocupar una propiedad privada es un derecho que asiste a algunas personas por su situación, en vez de que el gobierno les dé una solución para que no la encuentren quitándosela al vecino. Que se puede acosar a una dirigente opositora embarazada de nueve meses, escupirle y empujarla hasta hacerla entrar en pánico. Pero cuando la cosa se vuelve contra según quién, entonces es acoso. Y así, asistimos cada día a esa hemiplejia moral que ya se muestra sin disimulo en el indecente oficio de muchos periodistas que ejercen de mercenarios. Oímos decir, en fin, a quienes gobiernan que su amor a España es un sentimiento compartido con quienes desde las instituciones llevan años tratando de despedazarla. 

Y tiene usted que tragar, so pena de ser tachado de fascista -cosa, por otra parte, desgastada y que nada significa de tanto usarla sin sentido y, a menudo, sin conocer su origen y significado–. Dice la conocida paremia en La Celestina que Zamora no se ganó en una hora, y ahora sabemos que tomar el cielo por asalto tampoco es tan sencillo. Se llega antes a la comodidad del amplio jardín, a la piscina y las tarimas de madera climatizada. Se pasa por arte de birlibirloque de mileurista a burgués acomodado en menos que canta un gallo: sin inventar nada, sin vender nada salvo motos metafóricas, sin crear nada. A costa de todos los demás.

Para mantenerse, o incluso perpetuarse en el poder de esa manera, se necesita una sociedad pobre y analfabeta, inculta y necesitada. Una sociedad rota por el resentimiento y el odio, el frentismo, repleta de sectarios cuya única forma de entender la vida es el hooliganismo, la bulla, la revuelta, el insulto y la infamia contra los demás. Para que de ese modo, el sátrapa se vea en la necesidad de anunciar la nueva lucha contra el capitalismo y sus miserias, mientras el que lo oye apenas entiende lo que le dicen, mermado por el hambre y ocupado en rebuscar algo que llevarse a la boca en el cubo de basura. 

Y oiga, si ese es el objetivo. Vamos por muy buen camino.