Si uno se toma la molestia de leer un poco acerca de eso que todos conocemos como cambio climático, a poco que avance, enseguida descubre que clima y tiempo atmosférico son dos cosas relacionadas pero diferentes. La primera, por abreviar y para entendernos, se refiere a las condiciones generales de un largo período de tiempo y la segunda a lo que ocurre en un momento concreto o en uno o varios días en particular. Así, los expertos pueden aclararnos cuál era el clima en Oriente Medio en la época de los faraones y nosotros contarle a la vecina del tercero el tiempo que tuvimos la semana pasada en Canarias, por ejemplo.
No obstante, los negacionistas del cambio climático a menudo confunden una cosa con la otra y se escudan en una nevada puntual en Albacete para señalar la evidencia de que no existe el calentamiento global. Es más, incluso para especular sobre un posible nuevo período de glaciación, cosa que dejan caer con media sonrisa. Y en eso, paradójicamente y sin saberlo, quizá no se equivoquen, claro que sería algo a muy largo plazo.
El clima no cambia, como sí lo hace el tiempo, de un día para otro. Pero hay días que por efecto de las condiciones atmosféricas lo que sí cambian para siempre son las vidas de miles de personas y, además, se pierden otras muchas por el camino. Alemania y Bélgica han sido esta semana un claro ejemplo de lo dicho en este sentido. Y, ¡ojo! No hablamos de Sierra Leona o Bangladesh por citar dos ejemplos de escasez de recursos e infraestructuras. Hablamos del corazón de Europa y, por tanto, de lugares que nos congratulamos en denominar «el primer mundo».
La naturaleza ya se encarga de hacernos ver lo frágiles que somos enviándonos, de vez en cuando, un recordatorio viral. No hace falta ser muy sutiles para adivinar que si continuamos ignorando las grietas en el techo, mirando a corto plazo por donde pisamos, es probable que se nos caiga encima. Y nos llueva sobre mojado.