Que existe un mundo pequeñito no es solo cuestión de tiempo y de que nuestra memoria lo vaya encogiendo. A veces, ocurre que el cerebro humano realiza algunos apaños que ni siquiera imaginamos, entre ellos: hacer que ciertos lugares en los que vivimos en el pasado parezcan mucho más grandes de lo que son, idealizar vivencias, eliminarlas, o servirnos determinadas experiencias en el menú diario.
Quién no ha regresado alguna vez al colegio en el que hizo los estudios de primaria, a la casa del pueblo en la que pasó su infancia, o a la plaza del barrio en la que tantas horas jugó con la pandilla para descubrir, que, esos espacios han encogido y se han hecho pequeñitos. Que el callejón oscuro que tanto miedo daba, en realidad es un estrecho pasillo donde hoy solo hay unos contenedores de reciclaje. Que aquella mansión abandonada y medio devorada por la vegetación, en realidad, no debía ser tan grande porque ahora apenas hay un par de adosados sin jardín.
El mundo pequeñito en el que vivimos en el pasado, a veces, crece con nosotros. Se resiste a quedar en el lugar que le corresponde mientras nosotros aumentamos el tamaño de las vivencias conforme el tiempo las diluye, como si los relojes del genial Salvador Dalí estiraran con sus manecillas nuestras imágenes para hacerlas, como su pintura, persistentes e inmunes al paso del tiempo.
Alguna vez he regresado a lugares de mi infancia y juventud y he sentido una inquietante sensación de estar siendo timado por mi propia memoria. Casi todo es más rancio y fuera de lugar de lo que recordaba, casi nada cuadra en tamaño o posición con mis sueños idealizados. Y es entonces cuando comprendo lo que ocurre: necesitamos hacer de nuestra historia de vida un lugar bonito en el que vivir.

Muy bueno!
Gracias, Marta. Me alegra que te haya gustado.
¡Es verdad! 🙂
Gracias, Nora.
Puede que sea cierto que se minimice, pero no deja de traernos los recuerdos maravillosos que alberga nuestro cerebro y en el que fuimos felices a ratos.
Bonito Miguel Ángel.
Gracias, Pepe. Un abrazo.