Depende de cada individuo, pero un determinado nivel de vergüenza soportable siempre ha existido. Uno se cae en la calle y quizá aguante sin más alguna risita pasajera, lo mismo que si se le caga un pajarraco encima de la chaqueta y lo pone perdido. También al confundir una palabra o decirla de forma incorrecta o, por qué no, olvidarse de subir la cremallera del pantalón al salir del servicio. Son pequeñeces todas ellas que conllevan un determinado nivel de exposición con su aderezo de vergüenza ante los demás. Hay quien se ruboriza ante estas situaciones y quien, simplemente, se ríe de uno mismo.
Se trata de una vergüenza soportable porque no conlleva una conducta infame ni dolosa. Todas ellas son producto de la casualidad, la mala suerte, o la escasa habilidad para recordar algo y sacarlo a colación con tino y acierto. ¿A quién no le ha pasado? A mí, desde luego, me ocurre con frecuencia. Por ello, lejos de que estos hechos me produzcan dolor o necesidad de arrepentimiento, me provocan una hilaridad moderada. El coste, con frecuencia, no pasa de un poco de mercromina en la rodilla o el tique de la tintorería.
Cosa muy diferente es cuando lo que se descubre de una persona es el pastel completo, o como se suele decir, el carrito de los helados lleno hasta la bandera. El uso de una conducta indecorosa o delictiva para provecho propio o de los suyos, o ambas cosas que es lo más habitual. Cuando la casualidad muta a causalidad. Entonces el descrédito y el rechazo social deviene de una acción que, lejos de provocar la simpatía en los demás, provoca el desprecio. Esto ocurre en ocasiones después de muchos años. Un tiempo en el que el individuo ha disfrutado de forma ilegítima de privilegios hurtados a la decencia.
Muchas personas creen que el conocido refrán: «lo que natura non da, Salamanca non presta», no va con ellas. Y no lo creen porque prefieren tomar el camino fácil de la falsificación, antes que el del esfuerzo y el mérito. En la sociedad española aquello de «porque yo lo valgo» dicho ante el espejo, hace mucho que opera como una máxima en algunas mentes. El problema es que al final casi siempre se destapa la olla y se propagan los olores a podredumbre y mentiras. No es una buena opción a medo y largo plazo.
Cuando ocurre algo así, la vergüenza, salvo para algunos individuos sin ningún tipo de escrúpulos, deja de ser soportable. Durante los últimos días del nacional socialismo en Alemania, muchos de los grandes jefes y personajes de la sociedad acabaron con sus vidas por miedo y por vergüenza de sus acciones y omisiones. Construirse una vida encima de un cadalso es una torpeza. Con el tiempo la madera se acaba carcomiendo, el suelo cede, y lo normal es acabar suspendido en el aire con la soga al cuello.
Alucinante y genial artículo, amigo. Gracias por tus letras y un abrazo.
Gracias, querida amiga. Un abrazo.