Cerrazón

          El término cerrazón no se usa con frecuencia. No es una palabra de uso común. Me llama la atención, precisamente, porque pocas veces se practica tanto algo que se nombra tan poco. Más allá de su acepción sobre la meteorología, el diccionario dice al respecto de su significado: «incapacidad de comprender algo por ignorancia o prejuicio» y, también: «obstinación, obcecación». El origen etimológico de la palabra hace referencia a «cierre», a algo que, como un cinturón de castidad, también actúa a nivel mental.

          En la cerrazón hay varios elementos. Por supuesto, encontramos los prejuicios. Sin embargo, el que más me llama la atención es el efecto de incapacidad de juicio crítico que produce por una parte y, por otra, el sibilino proceso de consolidación del cierre. Hablamos de gente no necesariamente lerda donde la manipulación es un juego de niños, sino de individuos formados y leídos, e incluso a los que se les supone un nivel considerable de capacidad para observar y razonar. De ahí que la cerrazón sea digna de estudio.

          Uno de los síntomas más evidentes de la cerrazón es esa conocida actitud de no querer saber nada de lo que contradice el propio juicio ya consolidado, es decir, el no admitir contradicción alguna. Es el cenit que el obcecado no puede ver porque está por encima de su cabeza, mientras él permanece con el trasero pegado al nadir de su incapacidad. No por falta de talento necesariamente, sino por suspensión voluntaria del equilibrio dialéctico. El obcecado no fracasa porque el cenit sea inalcanzable, sino porque ha decidido vivir sentado en su nadir. Como en ese trono matinal en el que se suele evacuar lo que no interesa conservar. 

          Cuando se habla de muros se habla de cierres, eso es obvio, por eso el proceso es fundamental. Una hilera de ladrillos horizontales es fácil de saltar, dos un poco menos y así sucesivamente. El truco del constructor de murallas mentales consiste en distraer al observador mientras crece la obra frente a él a base de imágenes ficticias, creando reflejos de perplejidad que platonean en un baile embustero de engaño y confusión. Así, el incauto no es capaz de concebirse dentro de la cueva. Entonces, la realidad se le mueve por imitación, haga lo que haga el observador solo se reafirma en sí mismo y se autoafirma en el sesgo. 

          No hay nada más perverso que inocular en la población la vacuna de la cerrazón. Esa maniobra de ingeniería social que impide al navegante el diálogo como principio de contradicción, y que negando la evidencia le lleva en rumbo fijo hacia la costa huyendo de la tempestad. Una actitud suicida que permite que la roda de la propia existencia se dirija hacia un peligroso sotavento donde quizá encalle para siempre a escasos metros de una orilla tan segura como ficticia y engañosa.

2 opiniones en “Cerrazón”

  1. Me gusta que uses una palabra tan española para definir este fenómeno. Lo normal hubiera sido usar algún término en inglés o hablar de un síndrome con apellidos también ingleses aunque de orígenes europeos varios: Dunning y Kruger. De acuerdo contigo al ciento por ciento en esta ocasión. Y si estuviera en desacuerdo por completo en otra te prometo que no levantaría un muro entre nosotros.

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