Uno de los efectos más conocidos de la picadura o mordedura de serpiente es el impacto sobre el sistema nervioso. Este hecho provoca, en ocasiones, debilidad e incluso parálisis muscular que aprovecha el bífido para liquidar a la presa. Hay reptiles, no obstante, que utilizan métodos más lentos y, aparentemente, extra cariñosos como el abrazo de la boa constrictor. Una técnica de caza basada en un afecto extremo hasta el punto de que la pieza acaba siendo engullida.
En la fauna animal uno de los mecanismos de dominación y control se basa en la inoculación de sustancias tóxicas. En el ser humano también, pero no solo. A los individuos se nos puede anestesiar de muchas otras maneras, incluyendo el sistema nervioso, ademas del intelecto y la capacidad de análisis crítico. Para esta variante de dominación que, como es lógico, no se da en el reino animal, el humano recurre a una suerte de metodologías mixtas. Una de ellas es la lengua bífida, casualmente, con su particular habilidad para el rastreo de víctimas propiciatorias.
El depredador avezado controla siempre y en todo momento la situación mediante el uso de la sin hueso. No necesita utilizarla para el rastreo de partículas que identifiquen a la presa, simplemente engatusa mediante el habla trufada de trampas a quien luego será sacrificado. Funciona como las notas de la flauta de Hamelin, que primero embaucan a las ratas y, finalmente, a las personas que como niños incautos siguen a quien los lleva por el desfiladero de la perdición y el olvido para siempre. Este cuento es una lectura, por cierto, muy instructiva y entretenida para quien, por una razón u otra, tenga que pasar la Navidad en el trullo.
Para cuando el inoculado quiere darse cuenta de su destino, con frecuencia, es demasiado tarde: el daño ya está hecho y suele ser irreparable. La sensación de frío y un gran malestar e incomodidad impide descansar por las noches y dormir como antes. Uno mira hacia los lados y se dice «No tengo a nadie»… Descubre entonces, que aquella encantadora bestia que lo adulaba y acompañaba en sus correrías, y que se mostraba comprensivo con las golfadas, solo lo preparaba para el sacrificio. Como a tantos otros.
Pues bien, pensaba esto porque ahora se puede inocular a las masas a través de la lengua bífida entrenada. Usted salga a la calle o, mejor aun, espere a la cena de Navidad, y verá como identifica sin esfuerzo a los intoxicados. Parecidos a los zombies que han perdido el juicio crítico, repiten como loros las salmodias inanes que han escuchado en bucle en la caja tonta que pagamos todos. Se comen todos los datos que les dan después de casi una década de social comunismo: cada vez más pobreza infantil, más vulnerables, menos vivienda, polarización, corrupción, cárcel, instituciones en derribo… Y ahí, justo antes de que las neuronas reaccionen, es dónde la toxina produce el efecto mágico y suelta un churretazo en forma de cagada: «cuidado que viene la derecha».
