El eco

          ¿Quién de niño no ha jugado con su propia voz? El eco nos ha fascinado a casi todos los que hemos encontrado un espacio propicio para provocar el rebote de las ondas del sonido y disfrutar del efecto producido. El eco tiene una sutil diferencia con la reverberación, pero no es cuestión de meternos en mareos con los tiempos de reflexión. Precisamente, reflexión es lo que no se toman quienes practican la ecolalia, ya sea por costumbre o como uno de esos tics incontrolables del hablante.

          El ser vivo que practica con maestría la ecolalia es el loro. De ahí el dicho habitual fulano «repite todo lo que digo como un loro». Yo no he tenido loros, a pesar de mi natural alma de pirata, pero quizá la ausencia de pata de palo y, por fortuna, el no haber perdido un ojo salvo el que Hacienda me saca de forma recurrente, me ha librado de ese defecto del habla y de la necesidad de adoptar al pájaro.

         Los individuos con ecolalia son de dos tipos fundamentalmente. Los que repiten sin otro ánimo que reforzar lo que oyen, como si de ese modo asegurasen que el mensaje les queda impreso en la memoria, y los que cumplen órdenes de convertirse en meros reverberantes. Los primeros tienen su punto gracioso. Pasan cosas como que les dices: «trabajo como una mula» y ellos te miran y repiten «como una mula», obviando lo más importante de la frase: el sujeto omitido y el verbo. Y dejando en el aire la idea de acémila que se ha formado de mi persona. Pero lo hacen sin mala intención.  

          Resulta un tanto más incómoda la versión eco de quien repite una orden, como si la vida fuera una singladura en submarino y el Segundo al mando, por aquello del protocolo, no tuviera otra función que repetir como un loro lo ordenado por el Capitán del navío que dice: «suban el periscopio», y el Segundo lo copia pero en voz más alta para que se entere hasta el grumete con el oído más teniente.

          Actualmente la ecolalia se ha convertido en una pandemia en la clase política. El líder, cada mañana después de pegarse un buen desayuno, o quizá en la ducha mientras se enjabona, piensa la frase del día. Qué sé yo: «Estamos con la gente». Luego la suelta en el Consejo de Ministros, se da traslado a los Segundos al mando de cada medio de comunicación afecto, y a partir de ese momento la ciudadanía recibe un interminable eco: «Estamos con la gente». Una frase huera, huérfana de sustancia, vacía como vacío es el espacio necesario para el eco.   

4 opiniones en “El eco”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *