Liderazgo frente a soberbia

         Navegaba ayer sábado por la televisión, a una de esas horas en las que ya cansado de leer y bajo el letargo previo a las horas de sueño nocturno me encontré con un regalo en el canal 20: nada menos que el concierto de Hans Zimmer en Praga. El espectáculo estaba ya muy avanzado pero, como quiera que la tecnología nos brinda cosas muy útiles, simplemente apreté el botón de ver desde el principio y me arrellané en el sillón, en una improvisada platea casera.

          Mucho antes de que me diera por estudiar música, Zimmer ya era para mí uno de los grandes de la música. Es difícil encontrar a una persona que no haya escuchado las exitosas bandas sonoras de películas como Gladiator, Piratas del Caribe, El código Da Vinci o Interestelar. Zimmer, el creador del muro de sonido, con la cantidad de recursos e instrumentos que utiliza, encandiló durante más de dos horas a un público entregado.

          Me llamó la atención como se las apañó durante todo el concierto para dar un reconocimiento individual a cada uno de sus grandes músicos en el escenario: fácil entre 15 y 20 artistas. Mujeres y hombres jóvenes, algunas de ellas auténticas virtuosas al violín, guitarra o percusión que, además, bien podrían ganar un certamen de Miss Universo sin ningún problema: un derroche de talento y estética difícil, si no imposible, de superar. Todo ello acompañado por un extraordinario coro de Praga que hizo las delicias del público con sus interpretaciones.   

          Zimmer derrochó liderazgo brindando a cada uno su minuto de gloria frente al público. Liderazgo frente a soberbia, de quien pudiera esperarse que reclamara para sí los aplausos y vítores de las decenas de miles de personas que asistían al concierto. Pero el talento y la sabiduría son lo contrario, precisamente, de la soberbia.

         Recordé entonces los sinsabores de esta semana en las noticias. Y me entristeció por un momento el ser consciente de lo fácil que es sumir a una sociedad en la desesperanza, lo rencores, el odio ideológico y la incertidumbre constante. Una sociedad dirigida, que no liderada, por la soberbia que no es otra cosa que la hija mayor de la ignorancia es una sociedad pobre. Una sociedad de la que el talento huye, y la magia de Zimmer se convierte en un espejismo.