Conspiranoicos

          La conspiración ha formado parte de la historia de la humanidad desde que se tienen registros, ya sean históricos, levíticos o fantasiosos; formatos que a veces coinciden y otras veces no. Por ello, parece que al margen de lo muy solidarios y empáticos que las personas seamos y que, de hecho a menudo demostramos ser como conjunto o manada, también tenemos ese viejo regusto por la traición, la paranoia y las salidas de pata de banco. 

          Los nombres particulares, incluso los que son de «demonio» público no son lo más importante en este momento. Hemos asistido a dislates de todo tipo con el tema de las vacunas: desde chips insertados para dominar el mundo, a combinaciones de sustancias acarajotantes –como si hiciera falta–, pasando por presidentas de comunidades autónomas que según sus desafectos eran la encarnación de todo mal, habido y por haber. Un relato pastoreado con estrepitoso fracaso por los titiriteros de unos muñecos rotos, enfermos o socialmente liquidados. Que ahora son legión y se debaten entre la ocultación o la fuga.

          Hemos asistido a enervadas soflamas contra conspiradores de todo pelaje: de repente, una mañana nos levantamos inundados de balas amenazantes enviadas por Correos pero indetectables, de cuchillos ensangrentados y, en fin, de una sensación envuelta en la aureola Goebbeliana de las noches de los cuchillos largos. El fascismo, gritaba un lastre de un partido, nos invadía y la amenaza inminente de una vuelta a los tiempos de «arbeit macht frei», parecía inevitable.

           Pero como en otras ocasiones, la democracia se impuso de nuevo como el mejor antídoto contra los conspiranoicos y las conspiraciones de manual de hace un par de siglos. De un plumazo, y de la noche a la mañana, desaparecieron las amenazas al gobierno, las balas, los cuchillos e incluso desaparecieron los fascistas. Se fueron todos. Y el primero en hacerlo, con la cartera llena, la sonrisita en la boca y la chulería intacta, fue el que montó el teatrillo: «ahí sus quedáis.»     

          286 huérfanos deja con firma ante notario como hijos legítimos de la mamandurria ochentera a quienes la teta ya vacía no les da lo suficiente para mantener sus chalés de lujo, su vida de super talentos y sus cositas para sostener el puño en alto lleno de golosinas pagadas por todos. Quizá, ya veremos, hayamos llegado a un primer puerto en el que a los conspiranoicos ya, como siempre fue, no se les deba nada, ni siquiera la atención de escuchar o leer lo que dicen o escriben.   

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