En la antigua Grecia vivió un filósofo llamado Antístenes, allá por el siglo IV a. C. Este y un coleguilla suyo conocido por el nombre de Diógenes de Sínope, un guarrete de tomo y lomo, como seguramente el lector entrenado sabrá por su relación con el famoso síndrome de Diógenes, crearon la escuela cínica. Una corriente filosófica que defendía la independencia de todo aquello que fuera material y, literalmente, la idea de que la persona debía vivir como un perro o una perra (aquí no hacían distingos).
Esta gente actuaba de forma acorde con la prédica: eran sucios y de aspecto desaliñado, con moños y coletas y propensos al alboroto. Un escritor griego del siglo II los describe así: Es un espectáculo horrible y penoso de ver, cuando agitan su sucia melena y te miran insolentemente. Se presentan medio desnudos, con una capa raída, una bolsita colgante y, entre sus manos, una maza hecha de madera de peral silvestre…, no se lavan y carecen de oficio y beneficio… No tienen sentido de la vergüenza y el pudor se ha borrado de su rostro.
El cinismo ha sido materia posterior de obras literarias desde Shakespeare a Mark Twain pasando por Oscar Wilde entre otros muchos. Se fijaron, sobre todo, en esa mutación que poco a poco fue adoptando el cinismo hacia otras formas de conducta social: la mentira y la falsedad, la sátira, la ironía como método del discurso público o político y la falta de pudor o vergüenza como divisa de lo que representan quienes forman parte del cinismo moderno.
Para los cínicos de hoy la verdad objetiva carece de sentido y no tiene la menor utilidad. Esto representa una innovación respecto de la escuela clásica. Hoy se puede ejercer obteniendo una amplia difusión y, además, se puede hacer de forma remunerada o como profesión. Es fácil ver tras una pantalla al mismo individuo o individua defendiendo hoy lo contrario de lo que defendían ayer y también lo contrario de lo que defenderán mañana. Sin inmutarse, manteniendo la risa por dentro; urdiendo nuevas manipulaciones en el discurso; mintiendo aquí; manipulando allí; poniendo y omitiendo en boca de otros lo que no dijeron y, en un alarde de grado superior, hacerlo incluso ante las grabaciones e imágenes que los desmienten.
Estos cínicos evolucionados no son tontos. Defienden la vida de perros, para otros, no para ellos, que prefieren la vida del burgués y la burguesa; la seguridad; el bienestar y el confort antes que la calle, la basura, el barrio bajo del que proceden y sus gentes a las que engañaron de forma cínica e inmisericorde. Solo conservan de la escuela clásica el aspecto guarro y desaseado, la chulería altanera y la tendencia a montar pollos. Incluso los perros han evolucionado de forma más digna que los cínicos actuales.
Totalmente de acuerdo, salvo que se comenzó hace muuuucho tiempo con el cinismo que comentas. Así, la llegada la poder del comunismo, fascismo y nazismo (por no remontarnos mucho en el tiempo y con sus derivas como el franquismo, neoliberalismo, etc.) son la prueba de que se está practicando sin descanso. De ahí la importancia de decirlo. Para que no quede impune esta práctica. Digo yo…
Totalmente de acuerdo, Javier. Nada hay más cínico que el populismo, del signo que sea.