Septiembre es, tradicionalmente, el mes de los sustos. También es el de la famosa cuesta; la Merced y el veranillo de San Miguel. Pero esos detalles vienen en la segunda quincena, conforme la lengua se nos va llenando de tierra de tanto arrastrarla por el suelo para llegar a fin de mes.
El primer susto es el más gordo, y suele llegar el día 1 por la mañana en el cuarto de baño. Allí a solas, como Dios le trajo al mundo a cada cual, pero con bastantes más arrobas de peso repartidas por el cuerpo. La primera sensación es de incredulidad, la segunda de consternación y la tercera de vergüenza ajena. ¿Cómo es posible? ¿Por qué es tan injusto? Pero si solo he bebido 50 litros de cerveza. Y no más de otros 30 o 40 de tinto de verano, pero cortitos de tinto. Además, si no he salido más de cuatro veces por semana de copas. ¿Cómo puedo haber engordado cuatro quilos solo por no ir al gimnasio? En realidad, cuatro quilos novecientos gramos. Con lo que he nadado en la playa…
Pensaba esto mientras me trabajaba la máquina de los abdominales, que tiene una posición privilegiada para observar al personal en su particular purgatorio: la congoja de uno al comprobar que la camiseta de mayo le deja al descubierto el ombligo, o a la otra en su pelea con la malla fucsia para que no le corte la circulación sanguínea. Se les reconoce fácilmente, llegan cabizbajos y buscan las máquinas más alejadas o arrinconadas, las que no dan a ningún espejo de esos en los que hace meses se hacían selfies para subir a IG con un leve retoque.
Otro susto, apenas empezar el mes, es cuando llegan en cascada los recibos y cargos de las tarjetas de crédito. Lo hacen en modo Tsunami de Fukushima, arrastrando los palos de las sombrillas llenos de restos de espinas de sardinas y mariscos, de botellas vacías de Beefeater, y de recortes de chuletones sobre los que surfean restos de piña cansada de tanto baile en la coctelera o la cabeza de algún desdichado bogavante. Una corriente imparable que durante los primeros 4 o 5 días de septiembre se retira dejando la cuenta corriente como una escombrera.
Pero septiembre es también uno de los meses más bonitos del año, quizá junto con abril, para mi gusto personal. Se van los calores africanos y vuelven las colas en las papelerías: los encargos de los libros, encuadernarlos después, los llantos infantiles, las matriculas de las actividades extras, los atascos y, con un poquito de suerte, la cara de «ya era hora» de la jefa en la oficina. A veces pienso, en lo heroico que es cargar con tanto peso después del verano.
🤣 🤣 🤣 Muy bueno. Aunque para mí lo de la pesa me va igual en cualquier temporada. Seguiré luchando. 🤣🤣🤣🤣😂
¡Ay! amiga, cuántos estamos en esas…
Un abrazo.
Para el primer susto menos mal que luego del verano viene el otoño, lo que conlleva a colocarse algo más de ropa, cubriendo esos posibles accidentes o mejor dicho excesos del verano 😅😅😅😅
Para los siguientes no queda más que rezar para que el mes pase rápido y aguantar 😅
Al final, todo es cuestión de paciencia, Ana.
Un abrazo.