En estas fechas navideñas cada año se produce un tsunami de encuentros variopintos. En algunos casos, son reuniones de personas que se ven a diario, pero en otros casos, se trata de aquellos que solo coinciden casualmente o incluso una sola vez cada mes de diciembre. Sin embargo, la situación no varía mucho, y el nivel de riesgo tampoco es muy diferente. Las comilonas típicas de la época, por alguna razón poco estudiada, tienen como efecto muy habitual un cierto grado de orgía de las emociones y las conductas.
Destacan en estos aquelarres las cenas de empresa. En ellas lo habitual es la división por facciones a modo de legiones romanas en formación antes de la batalla. El jefe imperator, situado en una de las cabeceras de la mesa principal, suele estar flanqueado por un par de pelotas o lameculos habituales en disputa con la amiguita con aspiraciones. Si se trata de jefa emperatriz empoderada, lo frecuente es una guardia pretoriana de amazonas feministas en busca de gestos o miradas inapropiadas de los machirulos salidos para tomarles la matrícula.
Estos encuentros variopintos también se dan fuera del ámbito laboral: por ejemplo entre amigos, a veces divididos por sexos y otras veces de forma mixta, celebraciones entre familiares llegados de diferentes ciudades, o compartidos de forma más intima y secreta con amantes, e incluso con la otra familia a escondidas con los hijos no reconocidos. El mapa de posibilidades es tan amplio como lo son la cantidad de mentiras y fingimientos que se dan en estas fechas tan señaladas para el amor y la concordia.
Pensaba esto por las posibilidades de estudio que tienen los personajes de estas escenas costumbristas. La magia que se produce debido a los efectos especiales provocados por el alcohol, los villancicos, la subida de azúcar en sangre, la bilis acumulada, el deseo insatisfecho y reprimido, la envidia, la complicidad, la tentación, la frustración, la exaltación de la amistad e incluso la imprudente confesión. En definitiva, un totum revolutum de micro historias basadas en la parodia de las relaciones humanas.
Yo creo que la culpa de todo esto la tiene el que inventó la pandereta, porque con ello, le dio motivos a Don Antonio Machado para mostrarnos como son, según su clarividente visión, estos encuentros variopintos.
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero.
Me has hecho revivir muchos de esos aquelarres del pasado. Y la verdad es que de todo hubo en ellos. En estas fechas, esas celebraciones festivas, siempre eran mesa por en medio. Comilonas de empresa, de amigos, de familiares, que unas veces resultaban agradables y amenas, otras aburridas y otras a las que asistí y, ¡ojala! hubiese evitado para ahorrarme disgustos, pesadillas y latosos de ambos sexos… más pesados que un tanque en la solapa de la camisa.
Ya jubilado, se fueron al carajo las promesas de continuar con esos encuentros cada año. Ya el primer año se habían ido al limbo las palabras, las ganas y las promesas de unos y otros, yo incluido. Cada uno por su cuenta, lo celebró desde el primer día sin esperar al año, como quiso, como pudo y como le dio la real gana.
Así mismo, como anticipaba el gran António Machado.