La nueva Roma

          Por lo general no nos referimos como la nueva Roma a la historia de aquel imperio de hace 2000 mil años, sino todo lo contrario, como la antigua Roma. Sin embargo, 20 siglos después de la existencia de personajes como Nerón, Cómodo o Septimio Severo, tenemos tantas cosas en común con aquella civilización que cada vez nos parecemos más, al menos, hasta este 2024 que ahora toca a su fin. Pensaba esto después de haber disfrutado con la lectura de Yo, Julia, del escritor Santiago Posteguillo.

          El Imperio romano nos legó grandes patrimonios artísticos y culturales, además de una lengua que fue evolucionando hasta, entre otras variantes, esta maravillosa versión con la que nos entendemos los hispano hablantes. Un idioma tan querido y admirado universalmente, como criticado, atacado y mal tratado por envidias y complejos de inferioridad desde múltiples frentes. Es quizá, la muestra más palpable de la sevicia de aquella sociedad romana inoculada en los papiros donde se escribió su historia hasta nuestros días.

          Fueron aquellos unos tiempos violentos, de continuas guerras civiles y de matanzas sin cuento en el campo de batalla, pero no solo. Los patres conscripti —senadores o clase política de nuestros días—, se daban fundamentalmente a las conspiraciones, la corrupción, la planificación del asesinato del rival político, y toda suerte de vilezas en una sociedad sin valores éticos. La única virtud reconocible entre ellos era la capacidad de conseguir y mantener el poder, ya fuera mediante la violencia física o las traiciones de pasillos y alcobas.

          Si algo no importaba a los gobernantes de la gran Roma imperial eran los ciudadanos romanos, ni que decir tiene que los situados por debajo del derecho de ciudadania eran considerados meros accesorios susceptibles de comercio o sacrificio. La clase dirigente solo tenía un objetivo: mantenerse en el poder para ejercer la tiranía y disfrutar de los privilegios asociados. Para ello, todo era factible: mentir, violar, matar, robar y, ademas, en el orden de prelación que mejor sirviera a los interesados.

          Cuando la clase dirigente alcanza niveles como aquellos, hoy fácilmente identificables en más de medio mundo, e incluso en el suelo que pisamos, debemos echar la vista atrás. La degradación social propia de la decadencia de aquel imperio tiene reflejos evidentes proyectados en nuestras instituciones actuales. Meros cascarones en los que navegan piratas sin valores, malhechores sin escrúpulos que han perdido hasta la necesidad de taparse y que, lejos de eso, muestran sus miserables acciones a la ciudadanía con una desvergüenza propia de aquellos tiempos ya tan lejanos.  

6 opiniones en “La nueva Roma”

  1. Mi amigo Miguel Ángel
    Hasta nuestros días seguimos bebiendo de la misma teta, la misma leche.
    Y no vislumbro que nada cambie.
    Mutatis mutandi, recordaba con frecuencia un profesor mío
    Razón no le falta
    Buen artículo compañero

  2. Tal vez, esa descendencia de la civilización Romana haga que los más despiadados del imperio actual, actúen como sus predecesores. Unos despiadados que quieren seguir en el poder a costa de los que consideran por debajo de la ciudadanía de la casta política.
    Tu artículo genial como siempre

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *