Los peligros de levitar

  Debe de ser cosa de los años el motivo por el que nos hacemos trascendentes y aterciopelados, sobre todo, si a una edad determinada nos da por decidir que somos escritores y nos dejan sueltos a deshoras con las redes sociales. Momento en el que volamos y entre nubes de algodón flotamos en un nirvana de fatuidades y lugares comunes donde el merengue nos embadurna y llena de azúcar glasé hasta el colmo de la diabetes.

          Es entonces cuando el público, escaso por lo general, se ve regado de la bondad del ser humano según nos cuentan, además de lo bella y maravillosa que es el alma humana que todo lo puede, del camino hacia la grandeza y la paz mundial y el amor a los niños y los peluches, a la vecina del quinto, y de la necesidad del perdón universal, acurrucados con la mantita y la mesa camilla y disfrutando del empalago sin cuento que duerme a las marmotas.

         Pensaba esto porque a mí, que a menudo paseo por las redes sociales para cagarme en el mundo y en más de la mitad de los que lo habitan, me cuesta comprender la magia de escribir unas líneas, o una novela incluso, y a partir de ese momento descubrir el universo bondadoso. Debe de ser que hay plumas o teclados que ejercen un poder transformador de la mirada. Y nos endiña una de esas pedradas que nos deja tuertos y nos vuelve ridículos.

          El mundo, desde mi perspectiva, está lleno hasta las trancas de hijos de puta con balcones a la calle, que transitan junto con las buenas personas a tiempo parcial hacia un destino que nadie conoce. La literatura no consigue sacarme de la realidad más cartesiana por mucho que me mame a media noche con una botella de vino remontado y sabor a vinagre. Y siempre he entendido que el oficio de escritor es el de tener una mirada certera, cruda, árida, y no el de construir alfombras voladoras para la humanidad sobre la que descansar nuestros miedos.

          Yo la terapia de medio pelo y el diván de palabras sudadas se las dejo a los gurús que, del destilado de sus neuronas llenas de Prozac, quieren venderme el bálsamo sanador para la mía. A mí, y me pueden llamar raro si quieren, lo que me sana es una tortilla de papas con cebolla, unos callos con garbanzos y una jarra de cerveza fría. Ayuda la risa floja y el chiste ocurrente del escritor sin éxito que se reconoce en sus zapatos y no me vende los molinos de viento en un campo de amapolas. Y brindar con un buen mollate delante de unos ojos traicioneros. 

            

16 opiniones en “Los peligros de levitar”

    1. Solo son enfoques, por suerte, querida amiga, en la literatura cabe de todo.
      Gracias por la visita, abrazos.

  1. Yo tambien soy de los que piensa que el mundo esta lleno de hijos de puta….a lo mejor es que me estoy haciendo escritor

  2. Hola amigo,
    acabo de comerme unos salmonetes fritos
    y no quiero que se me indigesten
    por culpa de los HDP.
    UN ABRAZO 🤗

  3. Ooooh!! Miguel Àngel, como siempre… Ángel y no Cabrito, lo digo por lo de escribir como haces tú… divino.
    No será por tus alusiones a la diabetes, sino por las otras alusiones que a mi afectan. 😄😄

    Pero, creo me has insuflado la inspiración para mañana escribir mi post semanal en IG y Facebook… no tenía pensado todavía el qué… pero reflexionar sobre este artículo tuyo de hoy… creo que me ha abierto la vía…
    De eso hablábamos ayer en la 69 sesión del Club Mapea… muy bien conducido por Vera…
    La creatividad nos viene a veces de algo que hemos leído, otras…

    Ahora, no me importan las otras, creo que me servirá lo leído… antes escrito por tu delicada mano desnuda y tu brillante cerebro.
    Un abrazo, Miguel Ángel… veré a ver que sale en esa réplica 😀😀

      1. ya está escrito… 😀😀. Geacias, fuente dw inspiración. Más que eso, pienso en el revenrón de una alfaguara. 😀😀
        Me gustaría enseñartelo, antes de publicarlo… pero no se como… 🙃🙃

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