Yo he tenido varios perros en mi vida. Al primero lo llamé Goso (pastor alemán), en un guiño lingüístico valenciano, y tuvo una pequeña hermana que se llamó Lasky (chuchita gamberra). Luego tuve otra perra a la que llamamos Amita, no me pregunten por qué, y que la tuvimos que sacrificar con 16 años por cuestiones de salud no remediables.
Y ahora tengo un perro que se llama Warren, pero que todavía no ha nacido. Warren es un nombre en homenaje a Warren Sánchez del inigualable grupo Le Luthiers. Warren es un labrador retriever de color chocolate y ojos azules. Todavía no nos hemos conocido y ya nos queremos, no conozco a una raza tan noble y tan estrecha en su relación con el ser humano.
Pensaba esto acordándome de una tarde en la estación de Atocha hace unos meses. Una labradora retriever, quizá la mamá o la abuela de Warren, atosigaba a un niño de unos 10 años. No le daba descanso, pero el chaval no dejaba de jugar con ella. Era una cosa muy especial. El crío estaba con su madre y su padre, esperando como yo, a poder embarcar en el AVE.
No pude evitar, metiche como soy, en acercarme y preguntar por el perro (enseguida me dijeron que era chica y tenía 10 meses). Y enseguida me di cuenta de que el niño tenía una discapacidad cognitiva. Era un matrimonio italiano, de paso por Madrid. La mamá del chico chapurreaba el españolo como dicen ellos, y me explicó la relación entre su hijo y la perra.
Supe que el niño había superado enormes barreras de socialización desde que la perra llegó a su vida, y el animal lo adoraba como si fueran hermanos. Enseguida se sentó mirándome, pero protegiendo al chaval, situándose entre los dos. Mirándome con inteligencia canina: noble y de una entereza que ya quisiera yo ver en la mayoría de mis congéneres. Allí deseé que una perra así sea la que un día me dé a Warren.
Soy un amante de los perros, me gustan mucho. Y no entiendo como tantas personas no los tratan como lo que son: auténticos amigos, con una enorme capacidad de amar y de protegernos, pero sí, necesitan ser cuidados y amados en consecuencia.
Magnífico.
Me crié con un mixto lobo (hijo de loba y can, real), del que, aunque tenía servidor 4 años, tengo un recuerdo imborrable.
Puedo contar mil anécdotas pero, lo realmente nuclear, es que nos queríamos. Sencillamente.
Por desgracia, las leyes actuales que les afectan, buenistas por definición, son incongruentes con lo que los animales son: animales.
Confundir el amor por una mascota con su humanización a golpe de ley es, como diría mi añorado Rodríguez de la Fuente, una estupidez humana. Pero es lo que hay.
Tu referencia a Les Luthiers me dice de tu inteligencia natural. Y, concretamente, la mención a Warren Sánchez, me habla de tu inteligencia razonada. Recuerda la contestación a la pregunta por el sentido de la vida: «yo qué sé».
Un fortísimo abrazo
Gracias, querido Javier.
Totalmente de acuerdo. La humanización de los perros les está haciendo un daño terrible , pues los perros son animales y así es como les gusta a ellos que se les trate.
Es lo que ocurre en el planeta de los simios. Los animales son humanos y al contrario.
Y hay un tipo por ahí que dice que se los comen. Vivir para ver.
Totalmente de acuerdo, gracias por la entrada, no se trata de que los queramos como se quiere a un semejante (a un amigo, a una mujer, a un hijo), es distinto, pero hay elementos de ese amor que no están en ningún otro, y para mí resulta una bendición ser capaz de sentir esa -especial- conexión con los perros y otros animales. Hace un tiempo escribí un poema sobre nuestro perro que habla de esto, http://juliosalvatierra.com/2021/12/24/nuestro-perro-ron/
Gracias, Julio: por la visita y el cometario, que además comparto totalmente.