Una cara nueva

          Después de casi dos años, a partir del miércoles, usted tropezará con una cara nueva cada día. Los rostros desnudos le parecerán un espectáculo inédito, y es posible que descubra nuevas bellezas y fealdades. A mucha gente se le va a caer la máscara y se mostrará con sus encantos naturales, o con sus defectos sin corregir. La vida volverá a ser, ahora sí, como era antes de la pandemia, o casi.

          Casi, porque seguirá siendo obligatorio su uso en transportes públicos, lo que provocará aún más rebeliones individuales de las que hemos visto. Recuerden las escenas de individuos que retaban la prohibición, e incluso agredían a policías y agentes de seguridad en el metro, por citar un ejemplo. El hecho de que ahora su uso obligatorio sea residual no facilitará la conducta cívica, y sí podría empeorarla.

          Se alude al derecho de admisión en los establecimientos, por ejemplo, en las grandes superficies. Es decir, que quizá sea obligatorio el uso de mascarilla en Mercadona, pero no en Carrefour, o solo en días alternos en El Corte Inglés. Esto se me antoja otra fuente potencial de conflictos. Además, para hacer uso de ese derecho de admisión, la prohibición de entrar sin mascarilla debe estar bien visible para todas las personas. Esto me recuerda a mis tiempos de juventud, cuando en las discotecas no te permitían pasar si llevabas zapatillas de deporte, y en las trifulcas a palos que a veces provocaba la situación.

          Puede que la mascarilla como elemento genérico de higiene tenga sentido: se traga menos contaminación, no se difunden tantas gotas minúsculas de saliva encima del pescado, o de la fruta etc. Pero, en mi opinión, no parece que tenga un gran valor preventivo de contagio de un virus. Las mascarillas las usa el común de los mortales como un Kleenex todoterreno. Un elemento de quita y pon que rueda por las mesas de las terrazas, que viaja de un bolsillo a otro arrastrando todo tipo de inmundicias. He visto incluso limpiar una silla con una mascarilla y luego ponerla en la boca. 

         Después de todo somos unos animales muy domesticables, tragamos con todo. Estos dos años de pandemia han servido para que, a pesar de las mascarillas, a muchos se les haya caído la máscara. Nunca habíamos tragado tanto como hemos tragado, y a muchos les ha cambiado la vida, a algunos para siempre y a otros, al menos, hasta que se les acabe el dinero de los pelotazos gracias a las mascarillas. 

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