Ataúdes de oro

          El verano pasado tuvimos la noticia de que Shahzada (48 años) y Suleman (19 años) Dawood, padre e hijo, morían en el Titán al implosionar el sumergible a 3800 metros de profundidad. Se dirigían a explorar los restos del mítico Titanic, cosa que, obviamente, se podían permitir porque Shahzada era un conocido magnate, inversor y filántropo. Este verano, como en una secuencia recurrente de tintes trágicos le ha tocado el turno al Bayesian, un majestuoso yate de más de 40 millones de dólares.

          Mike Lynch, propietario del lujoso bote, celebraba en el sur de Italia haber escapado a un multimillonario pleito por presunto fraude. (vendió por 11.000 millones de dólares un invento propio a HP), que resultó ser algo que valía bastante menos según los compradores, en resumidas cuentas. Mike y una veintena de personas más, debían estar disfrutando de lujos que muy pocos imaginan cuando la furia de la naturaleza los levantó en pesó y los estrelló contra el fondo del mar. 7 muertos, un desaparecido que, según parece, es su hija de tan solo 18 años a la que intentó salvar muriendo ambos en el intento.

          El dinero construye, eso parece, a veces ataúdes de oro para recordar a sus propietarios que nadie escapa a la muerte. A veces porque la audacia, la imprudencia y, por supuesto, la mala suerte pasa una terrible factura a quienes creen poderlo todo y hacer alarde de ello. Especialmente trágica me parece la suerte de quienes acompañan a estos multimillonarios, y en particular, cuando se trata de los propios hijos que, lejos de disfrutar de un futuro de ensueño, terminan sus días cuando apenas comienzan a disfrutar de los privilegios de cuna rica.

          En este caso se han desatado una suerte de teorías de la conspiración, ya que dos días antes, el amigo y vicepresidente millonario de Mike resultaba muerto en un atropello mientras caminaba por su ciudad tranquilamente. Da para argumento de novela, sin embargo, las imágenes del hundimiento del yate dejan lugar a pocas especulaciones. En apenas un momento, una furia inmensa desatada en un lugar pacífico, destruye el velero de más de 50 metros de eslora con todo lo que había dentro. Solo la mano de un enrabiado Neptuno es capaz de tanta destrucción.

          Nos enseña la vida de este modo tan cruel que no solo los pobres o fulanos de a pie, como un servidor, están expuestos cada día a un evento catastrófico: enfermedad repentina, accidente o carambola del destino. Pensaba esto porque, y no es falsa modestia, casi que prefiero una travesía más modesta y un ataúd de madera cuando me llegue la hora. Y, sobre todo, que cuando ese momento llegue nadie más, y mucho menos mis seres queridos, se vean arrastrados conmigo a la sima del infortunio. Descansen en paz todos ellos.          

8 opiniones en “Ataúdes de oro”

  1. La naturaleza aplicando la Ley de Talión «Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie» en el caso del mega yate. En el vicepresidente, Karma?.
    O más sencillo, el que la hace la paga.
    Lo lastimoso son los hijos…

  2. No hay que temer ala muerte es algo tan natural como el nacimiento, lo que hay es que estar concienciado y preparado para cuando llegue , aunque esto último pocos lo están . DEP

  3. La muerte mi amigo, es una bruja invisible que anda revoloteando a los mortales.
    No avisa cuando da el zarpazo. cae el pobre, cae el rico.
    En muerte todos iguales.
    Para qué presumir tanto?

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