El españolito, la rana y el escorpión

          Es conocida por la mayoría la fábula de la rana y el escorpión, cuya moraleja nos revela que la verdadera naturaleza del individuo se acaba manifestando, tarde o temprano, sin importar las consecuencias. Pidió el escorpión a la rana que le cruzara el río, pero la rana quiso asegurarse de que no le picaría durante el trayecto. El escorpión, en buena lógica, contestó que no lo haría porque morirían los dos. Sin embargo, como el lector ya sabe, el escorpión clavó su aguijón en el lomo de la rana a mitad de la travesía. La rana le preguntó entonces: ¿Por que lo has hecho, moriremos los dos? Y el escorpión contestó: es mi forma de ser, mi naturaleza.

          Algo parecido ocurre con los sentimientos de los españolitos de a pie, como hemos comprobado tras la derrota de la selección de fútbol en el mundial e incluso antes. No creo que haya otro país participante donde tantos individuos deseen la derrota de su propio equipo por motivos diferentes. Unos porque les cae mal el seleccionador, otros porque no jugaba algún pelotero de su equipo preferido, muchos porque cualquier cosa chunga que le pase a España, a su nombre, su bandera o sus instituciones es cosa de alegrarse y, supongo, que hasta quien simplemente porque odia el país en el que vive, le mantiene y puede que incluso le preste asistencias sociales gratuitas. Aún así: para España lo peor.

          Es cierto que no es algo nuevo. Los españoles llevamos la penitencia dentro de nuestro propio territorio de tener que ocultar nuestro orgullo o satisfacción por haber nacido en este país. De saber que si llevas algún símbolo que nos identifique como españoles, más temprano que tarde, recibiremos la mirada reprobatoria de otros conciudadanos, españoles también pero que, o bien por moda, o bien porque hubieran preferido sin lugar a dudas haber nacido en Sierra Leona, se sienten incómodos con nuestra presencia españolista.

          Hemos tenido incluso a la alcaldesa ocurrente que, no solo deseaba la eliminación de España por Marruecos, sino que además ofrecía festejos y agasajos a los inmigrantes (con papeles y sin ellos) del país africano para que montaran un sarao (entiéndase escarnio) en la plaza del pueblo si ganaban. Y ganaron. Y supongo que la alcaldesa, de una localidad española, cenó una pástela con kéfir esa noche para celebrarlo, sentada en el suelo y mirando para Cuenca o para la Meca, que en la misma dirección están. 

         A los españoles se nos ha ido inoculando el veneno del escorpión desde las instituciones y los poderes políticos. De tal modo, que hoy tenemos en el país una mitad de escorpiones y una mitad de ranas. Y con semejante ejército, ya sea por la ingenuidad de unos o por la naturaleza de los otros, todos acabaremos en el fondo del río.

          

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