¿Quién, de entre los amantes de la música, no ha deseado alguna vez tocar el piano? Uno escucha a los grandes virtuosos del instrumento y, al observar como hacen literatura con sonidos prestados al tacto preciso de cada una de las 88 teclas, cree que es algo al alcance de cualquiera; digamos que, más o menos como aprender a montar en bicicleta usando las manos en vez de los pies. Pero nada más lejos de la realidad.
La mayoría de quienes nos acercamos a la música y, en particular, al piano a una edad madura llevamos sobre los hombros, a modo de capa de tuno, la infantil e ingenua idea de que la cosa consiste en tener más o menos oído y localizar las notas probando con los dedos. Y, sin embargo, lo que uno comprende es que habría hecho bien en empezar con el aprendizaje unas décadas antes: de niño, por así decir.
La primera experiencia cuando estás delante del teclado es que, hagas lo que hagas, lo único que consigues es ruido. Si no se han estudiado algunos fundamentos básicos antes de tomar asiento en la banqueta, la experiencia es como abollar con la cuchara un batería de cocina. Y el consiguiente deterioro de la convivencia con el vecindario. Poco margen a la improvisación deja el perfecto sistema y disposición de sonidos que produce un teclado, y ninguna piedad con los osados.
Mi ignorancia se dio de bruces con la realidad al empezar en el conservatorio. Para empezar me quedé descolocado al saber –así de lejos de la realidad andaba yo– que es un instrumento que suena a dos voces, es decir, que cada mano toca una cosa distinta. Esto puede parecer baladí, sin embargo, pruebe algo fácil: batir un huevo con una mano mientras da la vuelta a una tortilla con la otra. Y por si fuera poco, ponga el cuenco con el huevo a batir a una altura y la sartén con la tortilla a otra. Y, por favor, obtenga un resultado coordinado y que se vea en la armonía de movimientos.
Otra cosa que nunca imaginé es que los dedos de las manos no son libres al tocar el piano; una tiranía impensable en los tiempos que corren. Cada obra, así sea de una hora de duración como de cinco minutos, obliga a ejecutar una secuencia definida de movimientos para cada uno de los cinco dátiles de cada mano. Y es obligado hacerlo así, a menos que se quiera uno meter en un laberinto sin solución.
Pocas cosas imaginé tan retadoras, debe ser por eso que me metí en la aventura de la música y la interpretación del piano. Bueno, por eso, y porque es un instrumento capaz de hacerte mejor persona cuando intuyes que con esfuerzo y trabajo se puede llegar a tocar con cierta habilidad.