El verano trae cola

          Algo saben que no nos quieren decir, pero el verano trae cola. No paramos de oír por todos los canales imaginables que vamos camino de Invernalia, pero no tengo claro si es porque en la Casa Stark nos van a dar matarile de una, o es para que nos acerquemos al Desembarco del Rey. Un servidor, por si las moscas, se ha pertrechado con un forro de calorías este verano, no sea que a falta de gas necesitemos la grasa para calentarnos como en los viejos tiempos.

          En algunos países llaman cola a lo que nosotros decimos culo, y en otros se pasan la cola por el culo sin el menor reparo, sobre todo en verano. Son los usos y costumbres del lenguaje y de las maneras de comportarse. Lo he comprobado este mes de agosto en algunas inevitables situaciones en las que la gente tiene la costumbre de acumularse. Cosa que ocurre en aeropuertos, en hoteles y en lugares donde uno pretende hacerse con un ticket o incluso y, según el momento, simplemente entrar a evacuar líquidos.

          La cola tiene como fundamento de justicia primar no el tamaño del individuo o la habilidad a la hora de empujar, sino a aquel que llega primero. Es ahí donde está el premio, pero claro, no siempre es posible y, en ocasiones, toca pisar sobre mojado. Esta circunstancia, nada agradable, explica la cantidad de artimañas y el desarrollo de destrezas para adelantar a los privilegiados y colocarse en la pole position.  

          En algunos terrenos de juego; por ejemplo en algunos países asiáticos, la cosa es sencilla: simplemente la cola no existe, lo que prevalece y otorga derechos son las ganas. Uno va a comprar agua en un quiosco donde hay diez personas esperando y hace cola como parece lógico, pero eso no evita que al llegar a la tercera posición alguien con más sed que acaba de llegar te empuje y te saque del carril. También existe el síndrome de la cola invisible, que consiste en ignorar a los soplagaitas que esperan en fila india y ponerse el primero sin saludarles ni mirarlos.

          Algunas españolas (y españoles) son más sibilinas. Y de ello he tenido constancia en el aeropuerto de Barajas esta semana. De sobra conocedoras de la existencia de las colas y los culos, desarrollan técnicas aleatorias de evasión de la responsabilidad con cara de cemento armado. Una jeta enmascarada en no me he dado cuenta o ha sido un despiste que, desde mi punto de vista, las define como personas descuidadamente dadas a preferir que la cola esté, siempre y en todo caso, apuntando a su culo.     

              

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