Escribir con pluma

          Escribir con pluma, estilográfica me refiero, se ha convertido en poco menos que una extravagancia o una frikada en el lenguaje de los más modernos. De hecho, utilizar un instrumento vertical de unos quince centímetros con tinta o cualquier otro líquido, también parece una costumbre llamada a desaparecer. Algo propio de simios adaptados que, después de dominar el palito para extraer hormigas de los troncos de los árboles, ahora lo usan para emborronar páginas con sus aventuras y desventuras.

          El mundo digital, en parte, se ha llevado muchas cosas por delante: la compresión lectora, el uso correcto del lenguaje (en mi caso el español), en buena medida el amor por los libros y las bibliotecas y, sobre todo, el tiempo de reflexión que se necesita para decir o escribir algo con sentido. Hoy, es al contrario, el zasca (en mis tiempos la colleja) más celebrado es el más inmediato. De hecho, una respuesta digital que tarde más de treinta segundos queda en el limbo de lo olvidado. En ese medio minuto miles de mensajes anodinos han inundado la red sepultándose unos a otros en una especie de orgía zombie.

          En la Feria del Libro de Madrid del pasado mes de junio, una madre se acercó al puesto donde estaba firmando mi novela La novia del papa se desnuda. Me encontraba en ese momento dedicando un ejemplar a un lector cuando la escuché decir a su hijo de no más de siete u ocho años: «¡Mira! Eso que usa para escribir es una pluma». Se pueden imaginar, o quizá no, mi sorpresa ante el instructivo comentario. Supongo también el pasmo del chaval, al comprobar que  algunos escritores lejos de usar espadas láser y super poderes para comunicarse, usamos un instrumento descendiente del pelaje de los gansos. 

          La estilográfica no es, en eso estoy de acuerdo, el instrumento más cómodo y funcional para el uso diario de quien tiene que escribir sobre papel. Hay miles de soluciones desde el simple boli a los sofisticados sistemas de geles y otros compuestos. Lo importante no es tanto con qué se escribe sino qué y cómo se escribe. No obstante, el placer que experimento usando la pluma en el momento adecuado no lo consigo de ninguna otra manera.

          Para mí escribir a mano es como destilar ideas. Hay tiempo para que fluyan desde las neuronas a través de mi cuerpo hasta la mano, un espacio necesario para que se articulen de manera comprensiva las palabras que convierten lo pensado en un mensaje con intención de ser comprensible. Algo cada vez más complicado, porque me resisto a usar la pluma para escribir cosas como pk en vez de por qué, o simplemente K en ves de Qué. ¿K le vamos a hacer?   

    

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