Que el mundo está lleno de gente peligrosa es un hecho tan obvio que, a estas alturas, al común de los mortales les es indiferente, o casi. Poco parece que se pueda hacer. Los medios de comunicacion, como géiseres de lodo y sangre, se encargan de embadurnarnos en abundancia de su presencia y consecuencias a todas horas. Esas mismas fuentes, en la actualidad, están con frecuencia trufadas de mala gente. No obstante, aunque cada vez menos, quedan algunos combatientes de la verdad que pronto perecen engullidos por la apisonadora de la maldad.
Siempre supimos de la existencia de los depredadores humanos. Y de la fatídica mala suerte de quien, de forma aleatoria, tropieza en el tiempo y en el espacio preciso con uno de ellos y acaba sufriendo el zarpazo del victimario. Nos siguen mostrando ejemplos a diario en una incesante secuencia de hechos luctuosos, engarzados como una ristra de chorizos para nuestro cotidiano consumo. Un alimento que nos inmunice por saturación: una vacuna social infame.
Pensaba esto porque de ese modo, creo yo, una sociedad con los vellos del pellejo abrasados no tiene capacidad para que se le ericen los pelos. Da la mismo que le muestren en directo un asesinato o que le enseñen las pruebas de las conductas más infames de quienes lideran una organización. El triunfo de la maldad se resume en una frase: todos somos iguales. Los sociólogos a ese proceso lo llamamos normalización social de la conducta desviada. Un punto en el que se desactiva el reproche colectivo, porque se acepta que a título individual se actuaría del mismo modo.
Ese proceso que se enmarca en estrategias de ingeniería social nos lleva a convertir, con excepciones, a grandes masas de gentes en una banda de miserables con balcones a la calle. Y a los que se resisten, cuando pasan por debajo les revientan la cabeza de un macetazo y lo suben a Instagram en busca de likes. La pérdida de valores tiene premio porque las élites construyen ejércitos de mercenarios del bien vivir a cambio del mal existir.
Los más hábiles en substanciar este modo de pasar por el mundo alcanzan el liderazgo de grandes masas de población: gobiernan países. Son los nuevos Nerones incendiarios de la convivencia a base de mentir, traicionar, de aupar la ausencia de valores a la excelencia y de convertir la ética en un trapo de cocina manchado de inmundicias. Cuando Occidente caiga y desparezca, como ya ocurriera con otras civilizaciones, ellos tendrán el mérito: la mala gente. Gente peligrosa.