Las heridas que no cierran es una de las consecuencias más claras y, a saber porqué, de las que menos se tiene en cuenta en los conflictos sociales. Y, en particular, en las guerras. En España, sabemos de ello una barbaridad, no solo por nuestra trágica Guerra Civil, sino por nuestro histórico de siglos como país. Las secuelas, los daños, y las desgracias inhumanas se transmiten de generación en generación, creando un ideario colectivo de odio que se va auto alimentando con el tiempo.
En nuestro país, ya en plena democracia, hemos visto rostros de asesinos de hombres, mujeres y niños, con los ojos inyectados de ira entre rejas, siendo juzgados por crímenes como el de VIC o el de Miguel Ángel Blanco. Hablamos de asesinatos perpetrados más de un cuarto de siglo después de disfrutar de libertad, democracia, y capacidad para elegir a quienes gobiernan. Sin embargo, la semilla del diablo ahí seguía. Tratando de remediar una Historia de hace 80 años.
Putin, en su descerebrada maniobra de invadir un país del tamaño de España y someterlo, tampoco tiene en cuenta este factor que, además con los nuevos tiempos y tecnologías perdurará aún más. Las imágenes de muertes en directo, destrucción de ciudades, hospitales, maternidades, civiles aniquilados por familias enteras y el aluvión de refugiados huyendo de la muerte, no se borrarán durante siglos.
Es inútil que trate de cortar las comunicaciones en Rusia con el exterior, que boicotee a la prensa, que censure, o que intente construir un relato para consumo interno. Parece mentira que Putin siga creyendo que vive en los años de la Guerra Fría y que la globalización no ha llegado a su país. Que como hiciera Hitler, ocultar el Holocausto a los alemanes sería suficiente para que no se supiera lo que estaban haciendo.
Putin ganará la guerra, pero Ucrania nunca será suya. Ni su población, ni su Historia, ni sus gentes que durante generaciones sentirán por Rusia un desprecio merecido, cuando no un odio que se irá alimentando con la esperanza de romper los vínculos con el invasor. Putin morirá, más pronto que tarde, y su legado, lejos de ser una gran Rusia, será el de un genocida. Un asesino recordado por sus crímenes de lesa humanidad.
Absolutamente de acuerdo, pero no le bastará al pueblo ruso alegar ignorancia, están mirando para otro lado al igual que hacían los habitantes de Dachau o Sachenhausen cuando veían salir un humo extraño de las chimeneas donde no había otra fabrica mas que de cadáveres inocentes
La ignorancia, esa hermana de la complicidad, en tantos casos.
La falsa ignorancia junto con la equidistancia es el combustible necesario para que los crímenes continúen.
Miguel Angel
Parara esto alguna vez ??? Creo que no es la historia de la humanidad, por un motivo o por otro siempre existirán desaprensivos con ansias de poder
Eso me temo. Que nunca dejaremos de ser lo que somos, aunque espero mejoras.
Totalmente de acuerdo, Miguel Ángel. El estigma que está generando hacia los ciudadanos rusos es tal, que costará muchas generaciones borrarlo. Y no sólo en la ciudadanía ucraniana. Pero… ¡anda que le preocupa mucho a los Putin y sus hijos! Es característico el desprecio por sus semejantes de este calibre de individuos. Por eso, por no cuidar el lenguaje que muchos de nuestros «representantes» es, cuando menos, deleznable. Volviendo a tu planteamiento, ya procuro a quien me quiera escuchar, decirle que no es trasladable el acto de un individuo a sus conciudadanos. La represión que este género de sátrapas es tan brutal que hacen indisolubles las consecuencias que mencionas. La Historia abunda en ejemplos. Un abrazo.
Totalmente de acuerdo, Javier. Un abrazo.