No sé si a usted, querido lector o lectora, le pasa también o solo soy yo el que conjura marrones irresolubles en mi entorno. Quizá tengo una especie de imán para los y las gilipollas que se me pegan por las mañanas. Tampoco es descartable que el gilipollas sea yo y todavía no me haya dado cuenta. Admito que todo es posible. El hecho es que, más allá de tener que soportar de vez en cuando a mi cuñado Ramiro, como diría el comandante Lara, nos estamos fabricando un mundo a la altura de los informes que indican que aprobar a tarugos y tarugas con cuatro suspensos es otra gilipollez mal intencionada.
Esta semana, cosas del destino, me he visto en la obligación de comprar un lavavajillas. La inquilina de mi casa de Sevilla me llamó preocupada porque se había estropeado el susodicho cacharro y, después de que un técnico dictaminara su defunción funcional, había que sustituirlo. Allá que va uno, como propietario capitalista malo y abusador de necesitados al MediaMarkt, a comerse la cola, a la gorda refunfuñona, al papá tarugo arrastrando el barrigón cervecero que te fuma en la cara. En fin, una tarde agradable. Apoquina unos cuantos de cientos y lo envía para abajo, al sur.
Allí ahora se han puesto exquisitos, hasta el punto de que si uno o una sabe poner un tornillo plano, no necesariamente sabe poner uno de estrella. El caso es que la entrega se concertó para un lunes, cosa que le dije a la inquilina (una doctora técnico superior de la UE), o sea con una agenda apretada. La señora cambió sus quehaceres al lunes, pero casi como era de esperar el lunes no apareció nadie. El lunes por la noche enviaron un mensaje: lo entregamos el miércoles. Cambio de agenda, llega el miércoles y nada. Otro mensaje: el jueves, y así hasta que lo entregaron el viernes. Una entrega que incluye retirada del viejo y estropeado e instalación del nuevo: equidequá ríete tú del circo.
Me llama la señora y me pone al fulano que ha llevado el lavavajillas que dice que no sabe quitar el viejo, si acaso que lo haga yo. Y que el nuevo no sirve para ponerlo allí, y que si quiere se lo lleva (el nuevo que he pagado por adelantado, claro). Me pasan con un encargado que me dice exactamente: hay 3 tipos de lavavajillas, el integrable, el de libre instalación y el panelable que tiene usted y que ya no se hace. Bien, dije yo, haga lo que tenga que hacer y arreglemos el asunto. Respuesta: yo no puedo, hable con atención al cliente.
Y lo conseguí: hablé con atención al cliente. Me dieron la solución. Nosotros no podemos quitar el viejo porque es cosa de empresas de instalación de cocina, además su lavavajillas nuevo no es panelable, es integrable, encargue usted una puerta de madera como la de la cocina. O quizá, devuelva ese y compre uno libre si le devuelven el dinero o, si lo ve muy complicado, péguele fuego a la puta cocina y cómprese otra, gilipollas.
Y así vamos haciendo camino. De estas tengo una cada semana desde hace tiempo. Y aún estoy cuerdo, y todavía no he comprado un arma. De momento.
No me extraña la verdad. La incompetencia campa a sus anchas allí donde acudamos a intentar que la cosas sean medianamente razonables.
En mi caso, para un simple trámite con el INS, he tenido que contratar un gestor y aún así, tardaron casi 3 meses en responder a una cuestión que se resuelve por mail. Cuánto tiempo llevará pulsar con el dedo índice la tecla: intro ?
La incoherencia en la que vivimos en plena era cuántica, por nombrarlo de alguna manera, es como para apuntarse en curso de meditación Zen y no salir de ahí.
Bromas a parte, te entiendo hermano, no te dejes engullir por el caos. Besos.
Miguel Ángel:
Este PAÍS que es la CHINA EUROPEA, lógicamente se le paga al colaborador jornal de CHINO, y partiendo que lo único que le interesa es la PASTA.
Slow slow querido hermano, esto entra dentro de lo normal que ocurra, porque esto de los electrodomesticos y su cambio despues de años de vida es para echarle de comer aparte, con la distancia se hace aun mas complicado. En esos momentos tomarselo a cachondeo es la mejor opción. Un abrazo