Ocurre con el misterio de las letras, pero estoy convencido de que la manopla misteriosa anda por todas partes repartiendo suerte o guantazos sin ton ni son. Se desplaza de un lado a otro, y según le pille o le caiga aquel con quien se cruza le suelta un mandoble o una caricia sin ningún criterio. Es la versión más mundana del conocido dicho: «Que Dios reparta suerte», pero la manopla misteriosa lo que reparte son leches o abrazos según por donde pases y del día que te la cruces.
Pensaba esto porque acabo de terminar de leer una celebrada novela de una muy renombrada autora internacional. Se trata de una historia distópica en un mundo donde las mujeres son más o menos esclavizadas y usadas como recipientes para tener hijos y por ahí van los tiros… Es una obra muy conocida. Terminé de leerla y pensé, si yo escribo esto y lo envío al listado de editoriales que conozco no solo no me contestarían, sino que es probable que alguna de ellas me denuncie por escribir una historia odiosa y absurda: razones suficientes para la condena al horno crematorio. Pero… se ve que el día que la autora envió el manuscrito la manopla estaba graciosa y le dio bola a la cosa.
Estoy seguro, como decía al principio, que este efecto mágico de la manopla misteriosa no se da solo en las letras. He visto películas en el cine después de que me las hicieran pasar como obras maestras en la radio, la tele, y hasta en el vecindario que las glorificaba sin haberlas visto, y mientras las visionaba me daban ganas de prender fuego a la sala con la gente dentro. Como soy civilizado, en vez del atentado contra los inocentes espectadores me preguntaba, ¿pero qué le pasa a la peña para que comulgue con cada cosa que no hay por donde cogerla?
Me da a mí la impresión de que en esta vida hay un fuerte componente para el éxito y el fracaso que no depende directamente del individuo, o muy poco. Obviamente, para que a uno le toque la lotería es condición imprescindible que posea, al menos, un boleto. A partir de ahí el resto no está en su mano, creo yo. Como es lógico, no se puede ser un pintor exitoso si nunca se ha pintado nada, como no se puede aspirar a actor porno siendo un eunuco emasculado. Por suerte, la realidad todavía no se ha convertido en un engrudo de absurdos en el que nada es lo que parece y todo es relativo…., pero todo se andará.
Entiendo que conforme cumplo años quizá dejo de entender las nuevas realidades, a veces disfrazadas de simples carajotadas, y un plátano colgado en la pared en la prestigiosa feria de arte internacional contemporáneo conocida como ARCO me sigue pareciendo un plátano, por mucho que el tipo que lo pegó en el muro asegure que es una obra de arte. No sé, llámenme loco pero yo no trago, y ustedes si quieren pues lo pelan y se lo comen tan ricamente y, ya saben, para gustos los colores.
Querido Miguel Ángel, lógico, lis cambios generacionales y la visión de un nuevo entendimiento del futuro van juntos. A mi me cuesta y mucho, ya me pasaba cuando era joven jajaja
Toda la vida comulgando con ruedas de molino, jartura más grande. Un abrazo.
Muy cierto lo que dices, Miguel Ángel. Es algo que no ves mientras peleas por progresar en la vida, pero que se te hace meridianamente claro en la madurez. Las personas con sentido común y profundas convicciones lo tienen algo más difícil, porque no son capaces de subirse al carro de las mayorías y lo políticamente correcto. Y eso, hoy en día, parece un elemento clave para el progreso laboral. Eso, y que se busca el término medio como ejemplo de la conquista de derechos: seamos todos iguales, pensemos todos de la misma manera, y al que se salga de la rueda… ay, carne de bullying, como se llama ahora el acoso al diferente. Gracias por la reflexión. Un abrazo
Coincido contigo y con Fernando Savater, que opina lo mismo y lo explica muy bien en su último libro «Carne gobernada». Salirse de la línea marcada hoy en día supone la muerte social dependiendo de quién se traté. A él en periódicos como El País, su casa, lo machacaron y a otros como él directamente los dilapidaron. Hasta que cambien las tornas, es lo que hay.
Aquí cabe más que nunca aquello de que «la libertad incluye el derecho a ser idiota».
Yo dejo que la gente viva su vida y que pague el precio que quiera por ese plátano. Mi solución es simplemente no hacerlo, y no llamar «arte» a cualquier cosa. Que cada uno «cree» o compre lo que se le dé la gana.
No sé si a estos sucesos podemos llamarlos «justos»; solo está claro que no podemos llamarlos «inteligentes».
Sabemos que en el arte no tiene más éxito quien más lo merece. Es parte del orden o desorden con que funciona la realidad.
Lo mejor es no hacernos demasiado problema por esto.
Si lo que otros llaman «arte» nosotros lo llamamos «estupidez», vivamos nuestra vida sin llamar arte a cualquier cosa, y dejemos que los que prefieren ser idiotas ejerzan su derecho.
Lo único importante es cuidarnos cuando se nos cruzan en el camino.
Estoy muy de acuerdo, Alberto. Por lo menos mantener la razón y el criterio.
Gracias por la visita.
Totalmente de acuerdo contigo Miguel Angel.
Hace mucho, mucho, mucho tiempo fui a una exposición de «arte povera» de cuadros, todos tenían unos marcos clásicos preciosos, eran, los marcos, dorados envejecidos y de múltiples tamaños y enmarcaban… tornillos, tuercas, puntillas, muelles, tornilleria variada.
– ¿que te parece? me preguntaron
– partiendo de la base que no soy crítica de arte, me parece que ha desvalijado una ferretería. Deberían haberle comprado un
mecano cuando era niño. contesté.
Cada uno es libre de pagar por lo que le guste, obviamente, pero no llamemos arte a todo lo que se expone.
Sí, Charo esa es otra. Ese negocio de los envases lo inventaron los de las perfumerías. Hay quien paga 100 euros por una fragancia, pero en realidad está pagando 50 por el envase de cristal labrado, 10 por el cartón estampado a 6 tintas y otra 10 por el plástico, el dispositivo de seguridad, y bueno, otros 30 por el perfume.
Escuché por ahí que alguien se comió el plátano de la exposición de arte contemporáneo, porque pensó que era parte del cóctel. La gente del museo casi muere al ver el destrozo de la obra y, por supesto, querían cobrar una carajal al alguien glotón que se comió el plátano. Al final nunca supe cómo quedó el glotón. La moraleja está en que, tal vez, el verdadero valor de esta obra resida en su conflicto. Y allí lo dejo.
No sé cómo quedo la cosa, pero el plátano el autor lo había valorado en 200.000 dólares, como muestra supongo de la estupidez humana.