Nos empeñamos en construir un mundo hostil y sospecho que, lejos de otras paranoias y teorías de la conspiración, es fruto simple y llanamente de la gilipollez que nos envuelve. Hay gilipollas fabricando cosas que llegan a nuestro entorno y tenemos que aceptarlo, como aceptamos a un familiar agregado aunque sea un par de veces al año, o al soplagaitas del fontanero metido a camarero que nos quiere dar clases de enología.
Hace años las cabinas telefónicas, como aquella en la que José Luís López Vázquez se quedó encarcelado en 1972, lo normal es que se quedaran con las pesetas y no funcionaran o que, en el mejor de los casos, te sisaran el cambio. A veces no había más remedio que reclamar la pasta a golpes y patadas y, aun así, lo habitual era que el engendro se quedara con las monedas. No me extraña la saña con la que algunos se despacharon con aquellas trampas.
Pensaba esto porque ayer cometí el tremendo error en un hotel de Madrid de tratar de comprar una botella de agua en uno de esos engendros de vending. Dícese de una máquina supuestamente avanzada en tecnología que vende agua a precio de tinto Ribera del Duero reserva. Pero había sed y meter el careto en el lavabo para beber a gañote del grifo me cuesta, aunque no dudo que es hacia donde nos llevan, si no a algo peor.
Metí un billetito inocente de cinco pavos por una rendija que me lo escupió unas veinte veces en modo primero te voy a tocar los huevos, que sé que tienes sed. Luego, una vez decidió aceptar la pasta me devolvió los 2,20 euros en ridículas monedas de 10 céntimos. Resultado: saturó el monedero de tal modo que no se podía abrir para recoger mis preciadas monedas. Otra pelea, y algunos empujones a la maquina ante la atenta mirada del segurata y la recepcionista. Decidí entonces recoger primero la botella y, otra pelea, al meter la mano en una trampilla o especie de portón negro con muelle me atrapó hasta el codo con ánimo de cortarme el brazo para impedir que sacara la botella de agua a precio de Pesquera.
Me consideré en tierra hostil y, haciendo un alarde de la paciencia que no tengo, hablé con el segurata y la recepcionista: «o hablan ustedes con la maquinita, les dije, y me dan mi agua y mi dinero o aquí se va a liar la mundial y le pego fuego al hotel» (Se me fue un poco el ímpetu y las ganas de matar). Accedieron, no obstante, a la mediación. Llaves de por medio y apertura de la traidora máquina y otras operaciones impidieron el desastre y mi perdición. Yo me pregunto: ¿De verdad tenemos que construirnos un mundo rodeado de tantas mierdas que nos hagan la vida tan antipática ?
Miguel Ángel, es lo que hay y desgraciadamente irá a más ……….
Pues paso del agua, y te invito a una cerveza.
Jajaja algo similar viví en el aeropuerto de Almería hace unos días atrás. Solo que pagué con tarjeta y hasta allí bien. Me cobraron lo que les daría la gana porque para colmo solo hay botones y por ningún lado te indica el precio, hasta que pones el bendito código para elegir la botellita de agua y te percatas que son 2,50€ y aún así me salió más barata que la de la cafetería que costaba 1,50€ más. Lo bueno fue coger la bendita botella. La rendija no abría bien y para colmo mi brazo no llegaba al fondo donde estaba la botella, me sentí tan agredida como tú. Finalmente una chico me ayudó. ¡Qué bestia de máquina!
La vida misma, amiga.
Tienes toda la razón. pero hay qude adaptarse y resignarse, si no dirán que eres muy antiguo. He pasado y reído un ratito con tu comentario
Gracias, Gloria: me temo que esa es la intención. Gracias por la visita.
Jajajaj, es verdad esas máquinas son diabólicas , donde se ponga un búcaro fresquito con unas gotas de arguardiente que se quite todas esas máquinas de las narices.
Totalmente.