La sala de espera es el lugar idóneo para los experimentos de observación de los individuos. Son habitáculos a los que cada cual llega por un motivo, muchas veces compartido. Sin embargo, no es lo mismo la sala de espera de un hospital que la de un aeropuerto o una comisaria, y no digamos la de Hacienda. Son, eso sí, espacios adonde se llega por necesidad, lo cual ya dice algo importante a tener en cuenta: nadie va a una sala de espera por gusto o a pasar el rato. Y este, quizá sea el motivo por el que las personas se comportan de manera tan singular.
Pensaba en esto en una de ellas esta semana. Un sala pequeña, de unos pocos metros cuadrados y diseñada para unas 8 o 10 personas a lo sumo, pero en la que no esperábamos más de 3 o 4 individuos. Yo tuve, como me suele pasar en la caja del supermercado, la mala suerte de estar en la cola de los torpes, por lo que durante mi media hora de confinamiento entraron y salieron varias personas más.
Los que allí estábamos permanecíamos en silencio, todos pegados a la pantalla de sus móviles salvo un servidor-obervador, que se dedicaba a imaginar los motivos por los que aquellos esperaban turno. No nos habíamos dirigido la palabra en ningún momento. Cuando llegué había algo de concurrencia y saludé alto y claro: «buenos días». Recibí como respuesta varias miradas mudas e incrédulas, y la ignorancia absoluta del resto.
El correturnos fue pasando, entraban y salían nuevos personajes que en el juego del Monopoly que es la vida, les había salido la casilla de la sala de espera. Entraban cabizbajos algunos, nerviosos otros, sin decir palabra. Nada. Miraban a un lado y a otro. Yo les sostenía la mirada como un perrillo a la espera del hueso en forma de saludo o, al menos, de la caricia de una sonrisa cómplice, pero nada. Nuestra nueva forma de relación social consiste en ignorarnos incluso en los espacios más reducidos.
Hoy si das una opinión política te quedas sin la mitad de los contactos y acabas enfadado con media familia. Hay que militar en un bando o ignorarlo todo y mirar para otro lado, esa es la nueva realidad. El objetivo es la censura autoimpuesta, que todos seamos censores: Fulanito de Menganita, y Sutanita de Catalino. Y como alternativa hacer de planta, como esos Potos lacios y alicaídos que cuelgan silenciosos y pacíficos en cualquier parte. Quizá por eso, en las salas de espera ya nadie saluda. Nadie dice: buenos días, temerosos que somos de que nos contesten: buenos serán para usted.
Miguel Ángel:
Que cierto…
Así somos, Jorge.
Genial
Gracias, Jesús.