Reconozco que he puesto el título con intención de reclamo, aunque lo mismo actúa en sentido contrario y echa para atrás a posibles lectores, hartos de que les tomen el pelo desde unas instituciones con funciones inanes y sin el menor sentido del ridículo. Pero no, no va este artículo de esas miradas que podrían a usted (si es hombre), llevarle ante un juez por lascivo, acosador y delincuente por apreciar las curvas de una mujer.
Las miradas que me han interesado esta semana, en un viaje relámpago a mi tierra de nacimiento, son las que mis paisanos me han proyectado a través de la actitud frente a la crisis sanitaria y económica, la incertidumbre y la falta de apoyos que no sean los de familiares y amigos.
El gremio del taxi por ejemplo, del que me he servido en mis desplazamientos, ha sido devastado. Un año sin Feria de abril ni Semana Santa, sin turistas internacionales y con escaso movimiento entre comunidades autónomas, ha obligado a estos pequeños empresarios a trabajar tan solo dos días a la semana. A consumir los recursos –por lo general escasos– que cada cual tuviera como reserva, o a tirar de los créditos de las tarjetas o de pequeños apaños. Una mirada con más desaliento y resignación ante la fatalidad, que esperanza en el futuro.
Sin embargo, y como suele ocurrir, también hay quien no pierde la actitud positiva así caiga el meteorito. Y he sido atendido con profesionalidad, simpatía y excelentes productos en el sector de la hostelería. Un gremio este, que en Sevilla tiene una maestría ganada a pulso durante décadas. No negaré que la alegría que en septiembre suele haber en la ciudad ha desaparecido casi por completo, y que algunas obras en el centro son, además, una invitación a salir corriendo. Pero me quedo con el sabor de boca y la certeza de que, más pronto que tarde, la fuerza de los que resisten hará de nuevo el milagro de devolver el pulso a la ciudad.
La capital andaluza se distingue por muchas cosas bonitas, entre ellas, indudablemente por la belleza de sus mujeres –lugareñas y visitantes– que tanto en primavera como en otoño lucen palmito por sus calles atemperadas por los naranjos, o por el diseño sinuoso y estrecho de los rincones del barrio de Santa Cruz.
Algunas cosas sí tengo claras en la vida: una de ellas es que mientras respire usaré mis miradas para rendir tributo a la belleza en todas sus formas de expresión. Y por supuesto, para admirar la que le regala al mundo el encanto de una mujer.