En los tiempos que corren la libertad con impunidad es el combinado más apreciado para las noches de fiestas de los más cools, los guapos de la tele y la gente chic, para entendernos. Sorprendentemente, también es el combinado preferido de las bandas latinas, que campan a sus anchas con machetes para desbrozar la selva urbanita de competidores en los negocios del hampa. Es lo único que tienen en común estas dos faunas de la madrugada: libertad con impunidad.
Los primeros suelen ser pacíficos, se desenvuelven en las zonas privadas de las salas de lujo o de moda, con baños aseados y privados en los que no ser sorprendidos por molestas interrupciones, y con porteros bien trajeados y convenientemente untados con generosas propinas. Los segundos son más de perreo y papelina sobre la barra si hace falta, mientras manosean la entrepierna de una morena que hace gestos de gatita, remoloneando al macho alfa para ganarse su atención.
Todos ellos tienen sus hábitos y costumbres a la hora de recogerse, ya cuando el sol comienza a amarillear por el este. Unos, quizá porque sus costumbres son más expeditivas, terminan matándose por las calles a machetazo limpio o, en el peor de los casos, a puro plomo. Haciendo retroceder las calles de las grandes ciudades de este siglo XXI a aquellos puertos piratas, donde rufianes y fulanas ajustaban cuentas y se daban muerte por unas monedas o una botella.
Otros, quizá por la calidad de los condimentos consumidos y la seguridad de ser conocidos y tener la cuenta llena, toman la calle con aire de amos. Sintiendo la falsa potestad de intervenir en aquellos asuntos que el azar les ponga por delante; salvo machetes o pistolas que eso hace pupa y no tiene ninguna gracia. Sin embargo, increpar a la policía si se tercia es una acción que reivindica la fortaleza de la libertad que la química del momento les hace sentir.
Hemos construido una sociedad de mequetrefes y golfas y la hemos aderezado con lo peorcito de cada casa. Le hemos quitado a la policía la potestad de ejercer el control, e incluso se ha creado el relato de que la autoridad es presuntamente culpable, abusadora, y que sale por las noches a incomodar a la ciudadanía. Y lo peor es que los jueces con leyes desquiciadas, y los medios de comunicación con sus altavoces mediáticos, lo avalan. Pues nada, muy bien: ¡Que arda, Troya! Y al que le toque, que se joda. Luego, no se quejen.