Mercachifles sin corbata

          Los mercachifles tuvieron su momento de esplendor en el comercio de buhonerías cuando yo era un chaval. Recuerdo, como contaba García Márquez, que mi barrio se convertía en una especie de Macondo sevillano. De vez en cuando, aparecían estas familias itinerantes que lo mismo vendían remedios infalibles para las manchas, que ungüentos sanadores e infusiones para estimular la reproducción humana. En ocasiones, acompañaban a sus proclamas el sonido agudo del chiflo del afilador de cuchillos.

          Aquellas caravanas de comerciantes acabaron por instalarse en las ferias locales en casetas de quita y pon. Desde allí con estrépito de altavoces reclamaban la presencia de transeúntes hasta sus mostradores repletos de turrones adoquinados. Allí se vendían caramelos arrancadientes y se llevaban a cabo rifas en las que te podía tocar un perrito piloto y, más tarde, con la democracia y antes del nuevo feminismo, también una muñeca chochona.

          Nos hemos acostumbrado a base de estas tradiciones y costumbres a bailar al son de los vendedores ambulantes modernos, ahora con chaqueta y corbata o no, según se tercie y convenga a lo que haya que meter en esos altavoces mediáticos al servicio de los nuevos mercachifles. Ya no comercian con baratijas, ni montan paradas en las esquinas para regocijo de la chiquillería. Ahora las montan para vender bulos y contradicciones.

         España pasa por un momento delicado, como toda Europa. Se requiere ayudar a muchas familias vulnerables, o incluso de clase media. Hay millones de parados, y el que trabaja según dicen las estadísticas es mileurista. La inflación disparada y, entonces aparece la magia del buhonero y su mantra: ¡los ricos, los ricos! ¡los ricos, los ricos! Y un clamor recorre el país al grito de los ricos. Un ejército de ricos aparece de la nada, y son ellos con sus fortunas los que nos van a salvar de la miseria. 

          Quienes esto proclaman a los cuatro vientos tienen sueldos de seis dígitos, no producen nada más allá de sus voceríos y, de vez en cuando, alguna trifulca. No crean nada, no fabrican nada, no hacen nada útil para evitar la situación salvo vender motos. Quizá por eso, la idea ahora es que para que ellos puedan seguir con las supercherías de las que viven, nos van a hacer creer que ricos somos todos. 

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