La conocida película (1970) dirigida por Brian G. Hutton y protagonizada, entre otros, por Clint Eastwood, Donald Sutherland y Telly Savalas, cosechó un notable éxito y, aún hoy, medio siglo después, sigue siendo una obra de culto del cine bélico. El guión, escrito por Troy Kennedy, está basado en una historia real en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
La idea principal gira entorno a un mundo descompuesto por la violencia, las tiranías y las ideologías totalitarias. Y en el que, incluso luchando en el lado de los buenos, la ambición y la codicia condicionan a las personas en determinadas circunstancias y las convierte en delincuentes interesados tan solo en su propio provecho y beneficio inmediato.
Hoy, por suerte para nuestra generación, no vivimos en guerra, al menos, no en guerras declaradas y conflictos abiertos entre ejércitos de diferentes países. Sin embargo, no quiere decir que las libertades individuales y colectivas no estén amenazadas de múltiples formas. Y que no sea necesario fortalecer a toda costa el andamiaje social que nos ha posibilitado la vida en tiempo de paz en Europa desde 1945.
En España, hemos construido un gran país desde 1976, con luces y sombras, pero con más prosperidad que nunca. Los que entonces éramos niños hemos vivido quizá una de las etapas con más posibilidades de nuestra historia. Sin embargo, no todo se ha hecho con cabeza. En particular, las interesadas leyes teñidas de tintes ideológicos. Unas normas de convivencia que permiten, por ejemplo, que hordas de saqueadores acaben destrozando negocios, mobiliario urbano, violentando y agrediendo a ciudadanos y, a la mañana siguiente después de haber sido detenidos, sean puestos en libertad. O, por poner otro de los ejemplos más sangrantes, que te ocupen la casa y seas tú quien tengas que suplicar al usurpador que se vaya, pagar un rescate o, en el peor de los casos, quedarte sin la propiedad durante años.
Quienes esto permiten y propician viven con sueldazos, casoplones, seguridad privada, comilonas fastuosas, mienten cada día por la mañana y por la tarde a los ciudadanos, manipulan la información y muestran claros indicios de autoritarismo patológico. Una sociedad sana nunca ha sido una sociedad radicalizada dirigida por sátrapas de un signo ideológico u otro. Ni siquiera la Venezuela de Maduro vivirá para siempre, como no lo ha hecho la Cuba de Castro, ni la Rusia comunista, ni lo hizo el fascismo o el nazismo. Nos harán pasar malos tiempos, amordazar la libertad de expresión, manchar todos los símbolos que puedan porque no respetan el pluralismo, atacar a la lengua, favorecer el extremismo nacionalista y,a la postre, nos dejarán el país hecho unos zorros, arruinado y dividido. Pero, más pronto que tarde, ellos serán quienes pasen al desprecio del olvido.
Lo más sangrante de todo es el silencio cómplice de quienes miran para otro lado por miedo a ser señalados, o por dejar de recibir favores profesionales, o de contar para las reuniones con el concejal de turno o, temerosos de que empresas dirigidas por hooligans de un bando, no los contraten. Esos, como los violentos de Kelly, hace mucho que cambiaron y optaron por formar parte de los malos.