Panem et circenses

         Soy de una generación que estudió latín en el instituto (B.U.P y C.O.U). Nada menos que tres años, y uno de griego clásico para rematar la jugada. De este último apenas recuerdo algunas palabras del diccionario, pero de latín puedo incluso recitar alguna conocida parte de las Catilinarias de Cicerón. Recuerdo con afecto esa lengua que la LOMLOE dio por muerta, y en la práctica eliminó del catálogo lectivo para hacerle sitio a algunos dialectos y contentar a los más cafeteros: la Lolailo que, como hemos sabido recientemente por el informe PISA, comienza a dar sus frutos.

         Del latín y la Historia clásica aprendí no solo a declinar Rosa Rosae, sino que descubrí una determinada lógica de construcción del lenguaje difícil de aprender en otros idiomas. Además, el español se embellece y, sobre todo, se entiende desde una perspectiva etimológica que lo llena de sentido y lo vincula con su origen. Como es lógico, por otra parte, no todo lo heredado de Roma y de las civilizaciones clásicas fue de lo bueno lo mejor y de lo mejor superior. Los romanos eran muy listos en el manejo de los intereses de la gente.

          Al romano medio le venía a dar más o menos lo mismo Juana que su hermana. Que Agripina envenenaba al gran Claudio para hacer emperador al majareta de Nerón, no pasaba nada. Que el nuevo emperador no solo era un desquiciado psicópata, tampoco pasaba demasiado. Al romano medio con pan y circo la cosa ya le llegaba. Se cuenta (hoy lo llamaríamos fake según interese a la realidad líquida), que incluso cuando incendió la mismísima Roma se dedicó a tocar el Arpa mientras contemplaba las llamas.

          Pensaba esto porque al margen de que Nerones  y personajes atrabiliarios hemos tenido desde entonces, con mayor o menor grado de desequilibrio mental y cuota de poder público, la ciudadanía tampoco ha cambiado demasiado. Ligeras modificaciones en la conducta, no más. Entre los tocados hoy por la mano del César hay más un gusto mezquino por las drogas o los prostíbulos, también por el jamón de pata negra o por la carne asada de vaca, según el nivel de sofisticación del agraciado.  

          A mí lo que me parece que menos ha cambiado es esa inclinación a la sopa boba que decimos hoy. El otro día uno de estos frikis de las nuevas generaciones, en uno de esos programas basura de las teles bien dopadas, aseguraba que el gobierno tenía la obligación de mantenerlo si quería su voto. Que rápido aprenden. La afición, si se quiere, por la también conocida frase «a mí dame pan y llámame tonto», no es más que una probable evolución de aquel Panem et Circenses. Y luego, si hay que quemarlo todo, pues se quema y  los que vengan detrás que arreen.  

2 opiniones en “Panem et circenses”

  1. Muy de acuerdo contigo Miguel Ángel.
    Quiero pensar que no somos capaces de aguantarlo todo.
    Algunos aprenden pronto no porque sean más listos, sino porque han llegado ya aprendidos.

    1. Pues así es, hay mantenidos de segunda y tercera generación. Muchos lo consideran ya un derecho, un modus vivendi.

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