Suena a verano de alquiler

          Hace un par de semanas titulé este breve comentario que publico cada domingo así: huele a verano. Hoy, me ha parecido interesante contarles mi experiencia respecto de los sonidos que, y no son pocos, llevo conmigo en la mochila de mi calendario vital durante esta época del año.

          El verano lo identifico, además de por el agobio del calor, con una etapa del año en la que hace mucho ruido. Es como si cogieras el autobús circular de Sevilla y cada tres paradas se detuviera en la calle del Infierno en plena feria de abril. Que es, dicho sea de paso, el ejemplo de calle mejor denominada que conozco. Es posible, que ese bus imaginario recale junto a los autos de choque (los coches locos le decíamos en mi tiempo), en medio de una tormenta de decibelios provocada por las trifulcas musicales de Camela, los requiebros amorosos de los Chichos o el desesperante quejido de Las Grecas.      

          Mis veranos suenan a gritos urgentes reclamando litros de cerveza fría que se vierten en cataratas inagotables por los grifos de salmuera; suenan a golpes de platos cargados de papas «aliñás» sobre los mostradores de aluminio; suenan a gargantas con las carótidas inflamadas ajustando cuentas añejas; suenan a la voz ronca de Camarón que llega a caballo de la calima; suenan a ronquidos a través de las ventanas abiertas y al zumbido amenazante de un mosquito tigre. Y, algunas noches, suenan a los indiscretos colchones de la casa vecina alquilada en la playa por unos turistas. 

          Algunas mañanas esos veranos suenan al inoportuno camión de la basura, con sus sinfonías y retahílas de vertedero a las siete de la mañana. Es el concierto de los tres despertadores: el recién nacido que ensaya a pleno pulmón como un barítono loco, el papá del verraco que le mete el puño al ciclomotor hasta lo imposible mientras huye al tajo, y el portazo de plástico de la tapa del contenedor de la basura junto a los estertores del motor diesel del camión remontando la calle en su huída cargada de residuos.

          Por las tardes suena el incesante jarreo del agua de la ducha, que por turnos va arrastrando sal y cremas aguas abajo a unos y a otros. Y suenan los ecos de esa música machacona y veraniega procedentes de alguna parte, donde al son del perreo, una fauna sedienta de juergas comienza una larga noche de tortura para los oídos.

 

 

2 opiniones en “Suena a verano de alquiler”

  1. Que cierto Miguel Àngel, yo lo que noto no es más calor, sino que hemos perdido la primavera y el tiempo de verano dura más tiempo.
    Un abrazo

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