Un día con Mayúsculas

          Las tradiciones son parte de nuestra identidad individual y colectiva. Actúan como mecanismo transmisor de eso que llamamos cultura y que, dicho sea de paso, no es solo saber leer y escribir o conocer por dónde pasa el río Pisuerga. En tiempos de contracultura, aprovechando el cauce de las aguas que riegan Valladolid, hay quien pretende levantar un edificio carente de cimientos. Una torre hecha a base de escombros y recortes de viejas ideologías que sirva de atalaya desde la que observar el derribo de una sociedad naif.

          Hoy, Domingo de Ramos, es un día grande y con mayúsculas que diferentes gobiernos y contracorrientes intentan mermar cada año con ataques y derrotes sin ton ni son. No importa que ni siquiera conozcan el significado de la palabra imaginería; pedirles conocimientos de historia del arte sería punto más que conseguir peras de un olmo. Y mejor así, ya que al menos evitamos que Juan de Mesa o Juan Martínez Montañés corran la suerte del almirante Cosme Damián Churruca, y acaben por ser encasillados como escultores franquistas al margen del siglo en el que vivieron.

          Este será, por segundo año consecutivo, un día condicionado por las circunstancias y distinto al que muchos mantenemos en nuestra memoria en ciudades como: Sevilla, Málaga o Valladolid entre una larga lista de lugares de nuestra geografía. Mis recuerdos son de mañanas soleadas, de olor a naranjos y azahar, de luz desparramada sobre una Giralda esbelta y orgullosa. De mantillas, de chaquetas cruzadas con botonadura dorada, y de una brisa de incienso dando un aire de misterio a unas figuras presurosas que, envueltas en capas y capirotes, se dirigen a sus parroquias. 

          Eran días en los que cada cual vivía la experiencia a su manera: algunos participando activamente en las cofradías, otros como meros espectadores de las maravillas artísticas y, por qué no decirlo, algunos como un simple anticipo de las ferias y jaranas de primavera. Sin embargo, la reverencia no era sustituida necesariamente por la gilipollez de los argumentos de aquellos que preferían otro tipo de espectáculo, sino más bien, por un calculado y acertado silencio.

          Mucho me temo, que esta Semana Santa, y dados los tiempos que corren, oiremos de nuevo las mismas diatribas cansinas, torpes y huérfanas de sentido. Y de nuevo cosecharán el mismo resultado: ninguno.

          El Domingo de Ramos seguirá escribiéndose con mayúsculas.     

                 

                

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