Una patada a la olla es lo que esta semana nos ha venido a advertir doña Ursula von Der Leyen. Un mensaje en forma de aviso de que lo conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial podría no ser para siempre. Hace casi un siglo que Europa disfruta de una paz y prosperidad sin precedentes en la Historia, pero eso está bajo amenaza. Una, en concreto, que se cierne sobre el continente con rapidez, y que esta señora estima incluso tan inminente como en cuestión de un par de años.
Los europeos estamos inmunizados al dolor de la guerra a base de palomitas y experiencia en la pantalla plana de nuestros salones, o en las del cine cuando había cines y la gente iba a las salas. Pero ese es todo el contacto, por suerte, que hemos tenido con la cruda realidad de la guerra desde 1945. Nadie está preparado psicológicamente para un conflicto bélico, pero nosotros, probablemente, lo estamos menos que nadie. La seguridad de quienes piensan en la jubilación y la prosperidad de las nuevas generaciones podrían saltar por los aires hechas añicos.
Vivimos acostumbrados a que, mal que bien, todo funciona aceptablemente. Los cajeros sueltan algo de dinero, hay luz y calefacción o aire acondicionado y aunque no llueve al abrir el grifo sale agua limpia. Las estanterías de los supermercados están cargadas de todo tipo de alimentos frescos, conservas, productos de higiene y, en definitiva, todo lo necesario para vivir con unos altos niveles de cobertura de necesidades. ¿Qué ocurriría si la mayoría de cosas que damos por hecho dejaran de existir o funcionar en cuestión de semanas?
Los europeos se negaron, o no quisieron ver, la amenaza que suponía el nacionalsocialismo y Adolf Hitler, a pesar de las muchas pruebas que fue dando antes de desatar el desastre en septiembre de 1939. Hoy, casi un siglo más tarde, Putin está siguiendo los mismos pasos en sentido contrario: expandir el espacio vital desde el este hacia centro Europa. El problema es que cuando se comienza por ese camino la Historia nos enseña que no es fácil encontrar el punto de frenada, pero sí el de no retorno.
Yo no confío en los burócratas y gordinflones bien alimentados del Parlamento Europeo, una especie de corte romana distópica convertida en un remanso de políticos amortizados en sus países, de arribistas viviendo como marajás y de días de vino y rosas. Con ellos mal se puede hacer frente a una amenaza como la que asoma por el Volga, solo nos queda la esperanza de que Putin no dure mucho y que, detrás de él, haya algo de cordura que no es algo que pinte fácil.
Miguel Ángel:
Cierto, los vientos que corren no son tranquilizadores, Putin un personaje muy muy peligroso y Bruselas a su bola, esperemos que no salte la chispa que encienda una guerra.
Esperemos que haya cordura, aunque no pinta bien.
Una realidad a la que hacerse de oídos sordos ya no funciona. Esperanza sí, aunque comparto contigo la desconfianza de los que se obsesionan en el poder pues está comprobado que pierden la cordura. El único y real interés de bienestar, es el suyo.
Pues sí, estimada amiga: una realidad preocupante, esperemos que no pase de ese punto.
Es preocupante lo que planteas y la sociedad debe estar más alerta ya que estamos como en el juego de viene el lobo 🐺 El problema será que, cuando lo tengamos al lado para percatarnos, va ha ser demasiado tarde para tomar medidas.
Y lo peor es que es tan cierto como que la mayoría mira para otro lado.