Por razones impuestas a causa de la pandemia durante estas fiestas, en casa no hemos sido más de seis personas en ninguna de las celebraciones. Y, por razones que no vienen al caso comentar aquí, la mitad de las seis han sido ciudadanos de Venezuela. Maracuchos, para más señas. Orgullosos de su país, de la belleza de la Gran Sabana en el macizo de las Guayanas, de la riqueza de sus recursos naturales, de sus playas paradisíacas y del lugar de privilegio que ocupan en el continente americano y en el mundo.
Personas que tuvieron que dejar con mucho dolor y sacrificio la tierra que los vio nacer, que los vio crecer y prosperar con trabajo y esfuerzo, y que acogió el nacimiento de unas hijas que, por las mismas razones, poco antes se vieron también forzadas a dejar su país mientras era envilecido sin piedad por una ideología arcaica y fracasada. Sin embargo, en cada cosa que hacen, en cada pensamiento y en cada idea que expresan sigue presente Venezuela.
Me ha impresionado, sobremanera, verme reflejado en esas personas que, gozando de una posición de profesores universitarios tanto él como ella, y que teniendo el patrimonio razonable que se puede edificar a lo largo de décadas de oficio y buen hacer, hoy se ven lejos de su tierra y de sus familiares más queridos. Un peregrinaje forzado para recalar temporalmente aquí, en la España de las oportunidades en la que no hay oportunidades ni para ellos ni para casi nadie que, como allí de donde vienen, no se dedique a medrar, a formar parte del plan o parasite en los círculos tóxicos del gobierno.
Son ciudadanos normales que me han hecho ver, aún con más precisión, algo que resulta evidente para unos, pero que a la vez es sorprendentemente invisible para otros. El modo tan certero, preciso y comparable en el que avanzamos por las huellas desdichadas de su querida Venezuela. Paso a paso, en una estrategia milimétrica de empobrecimiento de la clase media, de control de las instituciones, de saqueo sistemático de los recursos públicos pagados por las personas privadas y, a la postre, del desastre de unas políticas caducas y siniestras de sometimiento de la población en su conjunto.
Cuando miro, sin apasionamiento, cómo se hacen leyes para que la educación se convierta en almoneda de reyezuelos regionales, se legisla para perdonar a delincuentes condenados por graves delitos, se fomenta el ataque a la propiedad privada, se miente sistemáticamente y sin escrúpulos, se pacta con quienes nada quieren de España salvo su demolición… Siento la enorme tristeza anticipada de lo que, si no lo remediamos, nos pasará también a los españoles.
No son revoluciones a la antigua las que hoy doblegan y transforman las sociedades. Ahora sería complicado poner guillotinas, arrasar por las armas o quemar iglesias como proponen en las redes sociales los malcriados nietos de aquellos catetos de la hoz y el martillo del siglo XX. Pero quizá consigan ser igual de eficaces: lo fueron primero en Cuba y luego en Venezuela, entre otros países.
En cada detalle y cada momento se aprecia la voracidad sibilina del enemigo. Y en estas fiestas, por supuesto, no iba a ser menos. Hemos asistido al boicot que una televisión pública y mercenaria le ha hecho al homenaje que Nacho Cano quiso tributar a las víctimas de la pandemia: el sectarismo gubernamental se lo impidió. Se saben culpables, se esconden. Y a la infamante estrategia de planos para tapar la iluminación de la Puerta del Sol con la bandera de nuestro país. Las evidencias no pueden ser más claras: a España la gobiernan los enemigos de España. Hemos metido el Caballo de Troya en las instituciones y, o mucho hacemos para evitarlo, o arderá España como ardió Troya. Y seremos respecto de ese gran país que es Venezuela, lo que Venezuela no quiso ser respecto de Cuba pero no consiguió evitar.
Miguel Ángel, descrita la situación con acierto, es muy triste y esperemos que no lleguemos a esa situación
Esperemos que la cordura prevalezca.
Entrañable, y por desgracia es la realidad. Hay que pensar que los venezolanos nunca creyeron que Venezuela se convirtiera en una nueva Cuba. Aquí decimos que estamos en Europa, pero el caballo de Troya, como bien dices, ya está dentro.
Y no será fácil sacarlo, y cuando salga va a dejar muchas plazas quemadas.
Cuanta razón tienes el balón lo tenemos dentro y veremos como lo sacamos la gente está adormecida que tristeza
Así lo veo yo. Unos adormecidos, otros bien pagados, otros simplemente no se lo creen… Exáctamente igual que pasó en esos otros países que menciono. Y después, demasiado tarde. Esperemos que aquí no ocurra.