Una cosa está clara. Habrá que vivir con ellos. Esta semana el revuelo nos ha llegado de Sudáfrica, no se sabe si en avión, en barco o en patera. Eso lo mismo da. El caso es que Ómicron, que así se ha bautizado a esta nueva variante para evitar el impronunciable B.1.1.529, anda suelto por las calles europeas. Y quién sabe si entre nosotros los españolitos de a pie. En cualquier caso, si no lo está ya, lo estará en breve porque es inevitable. Estos «bichos» son muy escurridizos y se cuelan por todas partes. Por eso, la noticia cayó como una carga de profundidad en los mercados internacionales, mermando un poco más la línea de flotación de la economía.
Puede que sea un pánico justificado o que el dinero es, como todo el mundo sabe, bastante cobarde. Lo cierto es que estamos más preparados que hace dos años para pelear esta nueva batalla. Hay vacunas, aunque habrá que adaptarlas, y millones de europeos vacunados. Hay conciencia general de las medidas de distancia y el uso de las mascarillas y, el que más o el que menos tiene en la despensa algunos litros de gel para las manos. Y hay experiencia, es decir, no estamos en pelotas como al principio. Por eso, la reacción parece un poco exagerada, ya veremos.
Convendría empezar a aceptar que este virus y sus variantes no van a desaparecer de la faz de la Tierra. Al menos, eso dice lo que sabemos hasta ahora acerca de cómo funcionan. Salvo la viruela, casi todos los demás miembros de la fauna vírica que nos visitaron siguen entre nosotros. El caso más conocido es el de la gripe. Pero recuerden el VIH, ahí sigue también infectando a muchas personas. Hemos aprendido a vivir con ellos, y hemos tenido que asumir que cada año se cobran su tributo de vidas. Parece que hemos olvidado que la gripe, solo en España en 2018, mató nada menos que a 15.000 personas y provocó casi 60.000 hospitalizaciones, consecuencia de haber infectado a cerca de un millón de individuos. La gripe, que ahora nos parece el inofensivo bichito de peluche comparado con el malvado corona.
Hasta hace dos años nadie estaba libre de pillar una infección y pasar al bando de los no fumadores en unos pocos días, ahora tampoco. Sin embargo, la gente vivía y bailaba con ese riesgo danzando a su alrededor. Unos se vacunaban al llegar el invierno y otros no, unos enfermaban y se curaban y otros no y se iban para el otro barrio. Y la vida nos parecía normal. Había que seguir tirando para adelante. Eso es lo que parece que ha cambiado con esta nueva amenaza que, cada vez que estornuda nos paraliza de miedo y pone en riesgo la forma en la que vivimos y nos relacionamos.
Vivir con ellos con normalidad será lo mejor para todos, y aceptarlo sin pánico. Claro que nos puede matar a usted o a mí el día que menos lo esperas, pero mientras lo consigue o no, habrá que disfrutar de lo que nos queda. Una cosa tengo clara: el virus podrá matarme un día, pero lo que no le voy a permitir es que me mate todos los días.