Estamos ya en época de carnavales, de esos de los de toda la vida. No el carnaval de postureos desenfrenados de las redes sociales, ese es más reciente, sino el satírico festivo. El carnaval auténtico rezuma talento crítico y su poquito de malababa. Es un reflejo social con pimienta y texturas goyescas. En las letras de las comparsas hablar de un maricón no lleva implícito un delito de odio, un político es un don nadie lameculos que vive de lujo con el dinero de otros y se dice tranquilamente, y la vecina del quinto sigue yendo al bingo y tirándose al mejor amigo de su marido. O sea, un reflejo de lo que todos sabemos, pero hacemos como que no lo vemos.
Lo que es imposible dejar de ver, a menos que uno retroceda unas cuantas décadas y se olvide del móvil y de las redes sociales, es el carnaval de cotidianos postureos de una peña ávida de asomarse al mundo. A mí, que tengo todas las redes, cada vez me da más pereza aparecer en ellas. Es algo que, aunque con poca frecuencia, me obligo a hacer para anunciar un artículo como este o el lanzamiento de una nueva novela o cosa similar. Y luego, mi editor lo replica o lo recuerda de vez en cuando y algunos amigos me regalan un like o un corazoncito. También me dejan comentarios por aquí abajo algunos días, que siempre agradezco. Salir en video es algo que no me gusta, me resisto, aunque haya colgado alguno muy puntualmente.
Yo sé que eso es una desventaja si lo que se pretende es tener muchos seguidores que, las más de las veces, tampoco aportan gran cosa. Hay que tener en consideración que no solo le sigue a uno una cohorte de admiradores, ni mucho menos. También se es seguido y, sobre todo seguida, por curiosos y pervertidos, delincuentes y estafadores, ademas de algunos personajillos envidiosos con intención de criticar a escondidas o directamente poner a bajar de un burro a cualquiera entre risas con los colegas.
Pensaba esto porque me quedo de piedra con la exposición de sus vidas que hacen algunas personas para vender lo que sea que vendan: acabas descubriendo dónde vive el fulano, si se ha operado las tetas la mengana, si ha ido a Turquía a ponerse pelo el que antes era calvo, dónde comen, con quién, qué comen y así hasta el aburrimiento. Algunas personas tienen el síndrome de gran hermano tan interiorizado que no se privan de dar de sí mismos cada detalle insignificante de sus vidas cotidianas. Un exhibicionismo tan incauto como arriesgado.
Debería haber una policía de las redes sociales, así del mismo modo que en todos los grupos de wasap hay un tontolaba o una amargada que se encarga de censurar comentarios por vicio, debería haber digo, alguien que le advirtiera a los más expuestos que incluso el ridículo se debe racionar con mesura. Que nadie necesita ver el canalillo de la raja del culo de un gordo agachado recogiendo castañas, ni a la rubia de bote comiéndose un plátano con cara de vicio.
Son los tiempos que corren; pero yo, que soy un dinosaurio digital, comparto tu exposición.
Gracias, Raquel.
Totalmente de acuerdo con todo el contenido del artículo, es la vida misma , y la del momento en que vivimos. Un abrazo.
Un abrazo, querido amigo.
De acuerdo en todo. Yo solo estoy presente en esta red social y si recuerdo el porqué, aunque no me apetecía. Han comentado lo de dinosaurio en este tema y comparto lo de dinosaurio digital.
Jajajaja, un abrazo.
De acuerdo con todo. Me obligaba, a fuerza de creerlo necesario para darle visibilidad a mis libros, a subir información a las redes, pero me fui aburriendo. Es mentira. No les da más visibilidad. Sigues restringido al minúsculo número de amigos, familiares y conocidos que, a veces, y por delicadeza, compran tus libros y con suerte además, los leen. Aunque las redes son una suerte de trampantojo, pienso igual que tú: no tienes porqué salirte y perder la bitácora de aquellas creencias registradas en tus publicaciones y, porqué no?, subir de vez en cuando alguna cosa nueva o interesante. Te escribo desde la alegría, sentimiento que siempre me ha producido el aprendizaje.
Coincido contigo, gracias por la visita y el comentario.