Hace unos días me contaba un allegado una situación distópica que le ha ocurrido. Resulta que a este amigo, al que llamaré X como era costumbre en cierta literatura, y propietario de una vivienda unifamiliar en Sevilla que, por razones de trabajo, tiene normalmente alquilada ya que él vive en Madrid, se la han liado parda: «Vaya el alquiler de lo uno para el pago de lo otro». Solía decir.
Hace tres años una inmobiliaria de la zona le propuso alquilar la vivienda a una familia de nacionalidad china, cosa a la que accedió no sin dificultades, dado que los citados chinos precisaban de intérprete para poder comunicarse. Se revisaron los papeles por parte de mi amigo y de la inmobiliaria; la solvencia de la familia; incluso hizo una pequeña consulta sobre posibles antecedentes judiciales (no había nada), y se pasó por el seguro de impagos que dio el okey. Todo correcto. Así que, como para mi amigo lo de ser chinos no era un impedimento, alquiló.
Me contaba con ojos de incredulidad, como una tarde dos años después, al bajar del gimnasio y ver una llamada perdida en el móvil (un número de Sevilla), la devolvió de inmediato: era la Guardia Civil. Quienes con el poco tacto que les caracteriza para dar malas noticias le dijeron: su vivienda ha sido objeto de una organización de narcotraficantes y hemos tenido que reventarla (literal) para detenerlos. El resto ya se lo pueden imaginar.
Lo distópico del asunto es que mi amigo se encontró con lo típico en un país como el nuestro: el seguro de entrada se desentiende (en sus pólizas hay más salidas que en el metro), como se habían enganchado a la luz ENDESA se desentiende y cortó los cables, el ayuntamiento no quiso saber nada, ni la diputación… ni nadie. Solo estaban mi amigo y su casa reventada. Eso es todo. La broma le ha salido por unos cuarenta mil euros más abogados.
Pero lo realmente alucinante me relataba, es que cada vez que vengo a la casa y miro en el buzón de Correos hay una notificación oficial dirigida al chino narcotraficante ofreciéndole ayuda legal, asistencia psicológica; que si la oficina del inmigrante; que si no se deje acusar de nada, en fin, ayudándole a que se declare vulnerable o insolvente etcétera con recursos que pagamos entre todos. ¿Y a ti que te han dicho? le pregunté. A mi no me han llamado ni siquiera por teléfono para ver cómo estoy o si necesito un vaso de agua. Y yo, no pude contestarle otra cosa que: «pues no digas que no te gusta el cerdo agridulce porque encima te acusarán por racista».
Si señor, la realidad y es suave lo que le ha pasado……..
Es demencial. Kafkiano.
no sé por qué pero no me sorprende, por desgracia nos estamos acostumbrando ya a ser extraños en nuestro propio país…
Así es.