Todo lo hecho y conseguido por el hombre ha sido a base de ensayo y error. O dicho de otro modo, vas y pruebas, te la pegas y lo intentas de otra manera. No es que sea un método muy sofisticado, pero funciona para casi todo el mundo. Siempre hay, como es conocido, quien prefiere reiterar en el error hasta hacerse daño, pero ese es tema para otro día. En el mundo empresarial, siempre dado a los eufemismos, se le llama hacer un ensayo piloto. En la ciencia también, pero en vez de meter a un piloto en un transbordador espacial para convertirlo en polvo estelar, meten a un macaco en una jaula y le pinchan cosas en el lomo.
En la película dirigida por Franklin J. Schaffner basada en la novela de Pierre Boulle, «El planeta de los simios» (1968), las tornas cambian y son los humanos quienes hacen de cobayas. Hoy decimos que se trata de un relato distópico. Los simios evolucionaron a partir de la raza humana, o prevalecieron, después de que nosotros destruyéramos el mundo tal y como lo conocíamos en el siglo xx. Mi teoría es que no necesitaremos llegar al año 3978 como en la historia protagonizada por el coronel George Taylor (Charlton Heston), sino que ocurrirá mucho antes.
Después de 1945 y del lanzamiento de las armas nucleares inventadas por Robert Oppenheimer, el mundo ha conocido un tiempo de paz a nivel global (guerras locales o bilaterales no ha dejado de haber nunca), impensable hasta entonces, a la luz de la Historia desde tiempos de Alejandro Magno. Una amenaza con un poder disuasor tan grande que hizo impensable usarla unos contra otros por lo absurdo del resultado final: no es posible el juego de suma cero si el resultado es cero ganadores.
Pensaba esto mientras escribía mi ya avanzada segunda novela, porque esta semana ha saltado una nueva alerta mundial en China que ha colapsado los hospitales. Un virus respiratorio que ataca selectivamente a los niños. La parte de la población no ensayada con el COVID-19 y que tuvo como diana primaria a la población mayor. Hemos pasado de las residencias de ancianos a las guarderías infantiles. La pregunta es: ¿Y si somos un gigantesco laboratorio planetario antes de poner en marcha el plan definitivo? Es posible que China, que en asuntos de población masiva tiene experiencia, haya entendido antes que nadie que dentro de poco no vamos a caber todos en este planeta. O, al menos, no todos haciendo cada cual lo que mejor le parezca, es decir, no todos en libertad.
Si la fisión nuclear nos pareció un engendro del diablo, soplado al oído a Oppenheimer, un arma biológica sin restricciones puede ser el siguiente paso hacia la distopía. Y usted se preguntará qué encontraremos allí. Algo que Zaira ya le preguntó a Zaius: «¿Qué encontraré allí, doctor?» y él contestó: «Su destino».
To be continued.
Como siempre, un relato apasionante que da que pensar. Además escrito como nos tiene acostumbrados Miguel Ángel Moyano con una prosa selecta y merecedora de aplauso.
Muchas gracias, maestro. Siempre un placer leerte.
Miguel Ángel:
Lo he leído muy temprano y desde tu teoría desde luego para aco…….
Ya veremos, ya veremos. De momento me voy a ir comiendo un mantecado de Estepona por lo que pueda pasar.
Queridísimo Miguel Ángel,
Aunque estos días he estado metido en líos literarios, mucho me temía que tú me volverías a meter en líos peores, como es la subsistencia compartida. Y es que últimamente quiero bajarme de este mundo y dormir eternamente en la casa de la ficción. Nada de lo que me globaliza me trae felicidad, más bien al contrario, creo que prefiero no pertenecer a la raza humana porque no la entiendo. Pues no puedo modificar el rumbo destructivo que mueve a los dirigentes que nos manejan como cobayas. Así que me voy a aferrar a cuatro amigos leales, a mi familia y a mi perro que me defiende a muerte.
Espero que tú seas uno de los cuatro.
Un abrazo y una mirada dulce para ti, como la de mi perro Toby
Te espero en Villalba.
Muchas gracias, compañero: espero vernos pronto.